Merkel, la científica que mantuvo durante 16 años a Alemania lejos de la prueba y el error
Doctora en Fisicoquímica, de apariencia sobria, ojos color azul, cabello siempre por encima de los hombros y 1,65 metros de altura, cambió su rutinario trabajo como investigadora en el Instituto de Química Física en la Academia de las Ciencias, el principal de la RDA, por una oficina del Bundestag (parlamento) en Berlín.
Angela Merkel, una dirigente con formación científica que cultivó amores y odios a lo largo de 16 años, supo ofrecer estabilidad a los alemanes y una garantía de unidad a los europeos a fuerza de un estilo racional, pero duro y por momentos intransigente, que recién le permitió reconocerse públicamente como feminista en sus últimos días antes de dejar el poder en las próximas semanas.
Cerca del final de su mandato, «Madre Angela», como se la conoce en Europa, marcaba un récord con más del 66% de popularidad en agosto. Tal vez su apariencia corriente, su elocuencia medida, su estilo austero y sentido común fueron motivos para el éxito entre su electorado. Pero algo es seguro, los alemanes se acostumbraron a su estilo de Gobierno y muchos aprecian la estabilidad que proporcionó.
Merkel ahora vive en un departamento céntrico en Berlín, hace las compras en un mercado barrial y ama la ópera, pero nació en Hamburgo 67 años atrás, cuando pertenecía a la Alemania Occidental. Al poco tiempo, su familia se mudó a la República Democrática de Alemania (RDA), la parte comunista.
El pueblo de Templin, de unos 17.000 habitantes, vio pasar la infancia y adolescencia de la mayor de tres hermanos, junto a su padre, pastor luterano, y su madre, profesora de inglés.
Lejos de imaginarse que a los 51 años sería canciller de Alemania y permanecería en el poder durante cuatro mandatos ininterrumpidos, en 1973, a los 19 años, comenzó a estudiar Física en Leipzig, la ciudad más grande de los cinco Estados federados del este.
En la Universidad Karl Marx conoció a su primer esposo Ulrich Merkel, con quien estuvo casada desde 1977 a 1981. Angela Dorothea Kasner aún porta su apellido.
Doctora en Fisicoquímica, de apariencia sobria, ojos color azul, cabello siempre por encima de los hombros y 1,65 metros de altura, cambió su rutinario trabajo como investigadora en el Instituto de Química Física en la Academia de las Ciencias, el principal de la RDA, por una oficina del Bundestag (parlamento) en Berlín.
En una biografía autorizada publicada en 2013, Stefan Kornelius escribió que Merkel eligió trabajar como científica porque «carecía de valor para una revuelta abierta» contra el régimen comunista, aunque otros sostenían que eligió astutamente un campo beneficiado por los comunistas. Lo cierto es que antiguos colegas la describieron como tímida, diligente y siempre en busca de los datos más fiables, según recordó recientemente la agencia Europa Press.
La popularidad de la política con orígenes en el este comunista despuntó tras la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, aún cuando entendía lo que implicaba ese 9 de noviembre de 1989, mientras las calles celebraban la reunificación, ella, como cada jueves, estaba con una amiga en el sauna.
Muchas características que hoy la definen como canciller sobrevivieron de esa etapa: su disciplina acérrima -fue la mejor estudiante en el colegio-, su afán por no llamar la atención -una cualidad indispensable en la RDA, según muchos- y una tendencia hacia la planeación, aunque afectara su espontaneidad, según observó el periodista alemán Thomas Sparrow en la revista Gatopardo.
Sin la amenaza ya de la vigilancia del Gobierno comunista, Merkel se afilió a la fuerza conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU) e, impulsada por su líder Helmut Kohl, el «arquitecto de la reunificación», fue elegida en 1990 como miembro del parlamento.
Su perseverancia la llevó a ser ministra federal para las Mujeres y las Juventudes en 1991, ministra del Medio Ambiente en 1994 y secretaria general del partido en 1998. Inflexible y leal a sus valores, un año más tarde envió una nota al diario Frankfurter Allgemeine Zeitung y pidió la desvinculación de Kohl, quien enfrentaba un escándalo por corrupción.
La estrategia siempre fue otra de sus grandes virtudes.
En 2002 cedió la candidatura del bloque conservador a su rival Edmund Stoiber, de la Unión Social Cristiana, el aliado bávaro de su partido. La jugada le salió bien: Stoiber perdió en las elecciones legislativas ante el socialdemócrata Gerhard Schroder, quien pidió la disolución del Bundestag en 2005 asediado por los paros, la deuda pública y el desafío de la globalización. Meses después, Merkel se consagraba la primera mujer al frente del Gobierno de Alemania.
Elegida por Forbes como la mujer más poderosa del mundo por diez años consecutivos, logró mantener en privado su vida junto al químico cuántico Joachin Sauer, con quien está casada desde 1998 y tiene dos hijos.
La sencillez y la facilidad para relacionarse con otros mandatarios beneficiaron a Merkel y sepultaron sus expresiones faciales incontrolables, que la hacían parecer un poco nerviosa.
La calidad de inmutable gestora de crisis y liderazgo serio, la ubicaban en el centro de atención cada vez que la región se enfrentaba a un problema, y aunque la pandemia de coronavirus fue una prueba de fuego, fue la crisis de los refugiados en 2005 la que, tal vez, más dividió a Europa. Su decisión de dejar abiertas las fronteras fue aplaudida -aunque solo por una breve ventana de tiempo- y la colocó en las antípodas de Donald Trump.
«Su ascenso fue una especie de ironía de la historia: ¿una mujer de Oriente liderando a Occidente a través de su mayor crisis? Cuando Merkel se convirtió en canciller, una de las principales preguntas era: ¿qué haría una mujer de manera diferente? Y había un aspecto que difería significativamente de sus predecesores: nunca se enorgulleció del poder, nunca se volvió insoportablemente vanidosa», describió el diario Der Spiegel.
Pese a su innegable fortaleza y determinación, no fue hasta principios de este mes, en un debate en Dusseldorf, que la canciller se sintió cómoda definiéndose como feminista, lo que supuso uno de sus posicionamientos más claros al respecto tras dejar atrás la ambigüedad que abrazó en los últimos años.
«Todas deberíamos serlo», aseguró la veterana dirigente, ya sin dudas. (Télam)