Charlie Watts: Todo ese jazz que estuvo en ellos
El secreto es la síncopa. Y él, con ella, logró el vértigo: potencia, sin volumen, sin forzada velocidad ni los anabólicos del audio. El secreto, como en literatura, estaba en los silencios. Eso le puso Charlie Watts a los Stones: silencios estratégicamente ubicados, que traía de su jazz.
Por Gabriel Sánchez Sorondo
El primer indicio revelador está en sus manos. Los bateristas lo saben: la izquierda de Watts toma el palillo “en cucharita”, como los viejos –ya no tanto los actuales– músicos de jazz: ahí empieza todo.
Sus recursos fueron miles, acaso proporcionales a la misma sobrevida que tuvo y tiene la banda. ¿Y cómo suenan? Por ejemplo, cuando hihat y tambor se ponen a contratiempo, deliberadamente inestables respecto de la guitarra, con la que parece producirse un desencuentro. Pero no. No están cruzados ni perdidos, es la acrobacia, a punto de resolver juntos, al compás siguiente, asociados en sinergia perfecta.
El secreto es la síncopa. Y él, con ella, logró el vértigo: potencia, sin volumen, sin forzada velocidad ni los anabólicos del audio. El secreto, como en literatura, estaba en los silencios. Eso le puso Charlie Watts a los Stones: silencios estratégicamente ubicados, que traía de su jazz.
Ese acto entre miles: ese fingido accidente de dos instrumentos, explica lo que es, en el vientre mismo de la canción, un relato. Una fábula absolutamente jazzística. O un dibujo: líneas que simulan vacilar y caen enlazadas y exactas para reforzar el tiempo fuerte: “Get Off Of My Cloud”, “Honky Tonk”, “Bitch”, son algunos casos memorables de este guiño, entre miles. Acaso la técnica en cuestión sea un recuerdo de la primera relación de Watts con la música, a sus diez años, como precoz oyente del jazz post bop de los 40.
Con el correr del tiempo, siendo quien fue, no le costó reunir buenos músicos. Llevó esta ventaja al extremo y a mediados de los ochenta robusteció su big band de 32 instrumentos con un primer disco de la Charlie Watts Orchestra. El debut fue todo lo jazzero que un Rolling Stone podría: “Live at Fulham Town Hall” empieza a la cuenta de tres con el frenético “Stompin’ at the Savoy”, de Benny Goodman –el rey del swing–donde más allá de títulos y géneros, se escucha claramente eso que también vive en los Stones.
Entre 1991 y 1992 Watts comete una audacia y salta al bebop, el género de su infancia. Lo hace homenajeando a otro genio: Charlie Parker. Fruto de esa alquimia salen a la venta dos discos consecutivos y deslumbrantes, donde el baterista suena desde la intimidad de su quinteto, el Charlie Watts Quintet: “From One Charlie” y “Tribute to Charlie Parker with Strings”.
Con el mismo quinteto, grabó en 1993 “Warm And Tender”, donde apeló a la voz de Bernard Fowler (sí: el corista de los Rolling Stones) para interpretar clásicos americanos basados en standards. Tres años después, con la misma agrupación y temática, salió a la venta “Long Ago And Far Away”.
En estrictos términos de jazz, aunque no de música estadounidense (su última banda, The ABC&D of Boogie Woogie, honraba el género que le da nombre y el blues) Charlie hizo sólo dos discos más: “Watts at Scott’s” (vivo en Londres 2004) y “Charlie Watts meets the Danish Radio Big Band” (un concierto en vivo grabado en Copenhague en 2010). En el medio, se reunió con un colega para homenajear, precisamente, a otros colegas, como Max Roach, Elvin Jones y Roy Haines en versiones libres que incluyen sonidos africanos entre otras rarezas.
“Mi corazón late más fuerte que un gran bombo de batería” decía Jagger en “Bitch”, y hay que escuchar esa canción, afinar el oído para concentrarse en esa pista de batería donde la sensualidad golpea con silencios, respiraciones, pausa exacta antes de cada explosión. Esos silencios se reconvierten hoy, en este silencio mayor e inesperado.(Télam)