Afganistán, el Talibán y Occidente

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía (desde París)

Muchas cosas se dicen, circulan opiniones y supuestas «informaciones» sobre lo que ocurre en Afganistán.

Lo cierto es que, habiéndose retirado los militares y funcionarios norteamericanos y de la OTAN, cosa que estaba siendo preparada desde hace años, el gobierno y las autoridades afganas no opusieron prácticamente resistencia alguna al avance de los talibanes.

Por cierto, este triunfo también era esperado, una delegación de ellos fue recibida hace algunos meses en Pekín por el gobierno chino.

            Daniel Ramírez

La victoria de un grupo armado retrógrado es triste y sin duda una mala noticia para los demócratas de Afganistán (y no solo para las mujeres, como se puede leer por ahí), y es una mala noticia para la cultura del mundo: la victoria de una ideología rigorista religiosa, intolerante y patriarcal. Eso no está en cuestión.
Hay sin embargo algunas cosas que señalar, no para relativizar lo anterior sino para matizar el análisis de conjunto.

Primero, es bastante increíble que en veinte años de ocupación militar, habiendo invertido más de dos billones de dólares (formación de militares, policías, ayuda al desarrollo, escuelas, infraestructuras y en el intento de crear una pequeña burguesía de funcionarios, una élite de demócratas capaz de tomar en sus manos un Estado moderno) que todo eso haya fracasado rotundamente. Un fiasco total.

Si bien algunos adoradores de símbolos en los EEUU, pensaban ingenuamente que con las victorias militares de Afganistán e Irak, en la locura vengativa de G. W. Bush, se limpiaría la afronta de las derrotas y la partida (huida) caótica y vergonzosa de Vietnam y de Camboya, ahora se sabrá que esto no marcha. Apenas dejan un lugar, rápidamente sus enemigos lo ocupan.

¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Es posible que no haya habido en absoluto, no digo mayorías, pero sectores importantes de la población, ni grupos de poder, ni fuerza organizativa ni presupuesto para oponer la más mínima resistencia al avance Talibán? ¿Tan poca gente apreciaba los DDHH, la democracia, la igualdad entre hombres y mujeres, el liberalismo político y económico?

¿No será más bien que cualquiera que hayan sido las buenas intenciones del Occidente, la sinceridad de tantos profesores, formadores y técnicos que fueron en los programas de ayuda internacional (Unesco, Unicef, Banco Mundial), lo que la población muy mayoritariamente vivió fue una ocupación extranjera? No creo que sea la democracia o los derechos humanos que son rechazados por la población. Simplemente que los extranjeros son vistos como invasores y el Talibán como compatriotas. Por cierto, la primera vez que ganaron, en 1996, se presentaban como moralizadores frente a un estado de corrupción generalizada, drogas y verdaderas mafias en las cuales se habían convertido los grupos militares y jefes de guerra que triunfaron de los soviéticos algunos años antes, con la ayuda no disimulada de la CIA.

Si acaso alguien creía aún que la democracia, los DDHH, y el liberalismo se pueden exportar bombardeando e invadiendo países y, si algo positivo se puede esperar del retroceso actual, es que esta idea absurda y nefasta sea definitivamente abandonada. Y que no haya más tentaciones de invasión, desestabilización de regímenes, instauración de gobiernos títeres, como lo que se ha visto desde hace años: el deseo apenas disimulado de intervención en Venezuela por parte del gran vecino del norte, al cual se han plegado gobernantes ridículos.

No tengo ninguna especie de simpatía con el Talibán. Personalmente encuentro detestable su conservadurismo moral, su intolerancia religiosa, su patriarcalismo y misoginia, su incultura y su estrechez mental; cosas que se puede suponer que habrán conservado o heredado de la generación precedente, aunque no hay pruebas actuales. Inaceptables por cierto fueron los crímenes, crueldades y totalitarismo que perpetraron durante su gobierno (entre 1996 y 2001). Dicho sea de paso (pero no es lo menos importante), todo esto era igualmente practicado y sigue siéndolo por Arabia Saudita, de donde provenía Al Qaeda y Bin Laden; solo que, como son aliados y socios de EEUU, en general no se dice nada. Se puede suponer que los talibán volverán a sus hábitos, pero por ahora no hay información sobre tales crímenes, han dicho que no los habrá, que no quieren venganza y se comprende: lo que necesitan actualmente es reducir al mínimo el aislamiento internacional.

Por lo demás, si los hubiera, ¿qué se puede hacer? Si la mayor potencia militar mundial tuvo que retirarse con la cola entre las pierna… En todo caso, si hay algo inútil en la mayoría de los casos es despotricar y lamentarse en las redes sociales. Y, más que inútil, incluso contraproducente: difundir fakes news y supuestas «informaciones» sin fuentes claras, ni fechas, anunciando ya crímenes de los nuevos poderosos de Kabul. No hay razón para hacer esto, salvo complacer fácilmente y estimular instintos morbosos. Solo se debe luchar con la verdad y si no se tienen informaciones fidedignas hay que darse el trabajo de buscarlas. Si no, cuando realmente haya crímenes, la denuncia misma ya aparecerá como menos impactante.

En general, lo que se puede hacer como simple ciudadano, cuando un Estado atropella los derechos (las campañas de firmas no tienen ningún efecto), son manifestaciones frente a la embajada del país. La paradoja es que los diplomáticos que aún están en tales embajadas, son los representantes del antiguo régimen, el gobierno títere del Occidente. ¿Qué se les puede reprochar, aparte de haber aprovechado privilegios?

El verdadero problema es que no hay un «orden internacional». El asunto no es de los EEUU, de Rusia o de la China o de Europa, sino del mundo y la humanidad. Esto es evidente frente a la degradación ecológica del ecosistema Tierra y la crisis climática global.

No existe una verdadera instancia ‘democrática’ planetaria que sea capaz de asumir un rol en problemas mayores. La ONU no lo es, es la reunión de los gobiernos, impedida de acción por el reglamento fundador que le da derecho a veto a los vencedores de una antigua guerra. Mucho menos el G20, el G7 o el Forum de Davos (reuniones de ricos y poderosos que nadie ha elegido).

No habiendo tal instancia, el único principio que se puede tener presente es la no intervención y la soberanía de los Estados. ¿Por qué? Es muy simple, sin este principio es la ley del más fuerte que se impone.

Yo preferiría mil veces el cosmopolitismo, lo he explicado y desarrollado: que hubiera un sistema democrático planetario, una hospitalidad universal y la paz perpetua. Pero no los hay. Por ello, toda intervención es decidida por aquellos que tienen el poder económico y militar para hacerlo, y por supuesto, en esto entran poco en cuenta motivaciones éticas.

El mejor ejemplo es aquel del cual estamos hablando: EEUU y la OTAN atacaron e invadieron Afganistán e Irak con pretextos varios, entre los cuales francas mentiras. Es verdad que se dio término al gobierno dictatorial de Saddam Hussein y al poder totalitario de el Talibán. Y ¿Cuál fue el resultado? Cientos de miles de muertos, costos estratosféricos, la situación actual totalmente caótica y violenta en Irak y el retorno de el régimen Talibán en Afganistán.

Una vez más entonces, ¿qué es lo que se puede hacer? Una de las respuestas es casi nada. Esperar que cada país evolucione a su ritmo. Esperar que el mismo Talibán no sea como aquel de los años 90 y que la presión popular y las necesidades de comercio internacional lo lleve a más tolerancia y apertura cultural, respeto a las mujeres y un esbozo de instituciones democráticas.

La otra respuesta es a largo plazo: trabajar por un mundo diferente. Desde cada país. En Chile por ejemplo, el proceso constituyente es una inmensa chance para difundir ideas, no solo de la plurinacionalidad y de la diversidad al interior del Estado chileno, sino también de la amistad entre los pueblos, del respeto a las diferencias, de la igualdad entre las culturas, de la salvaguardia de la vida planetaria, de los bienes comunes de la humanidad, de la justicia social global y de la diversidad cultural.
Mientras más haya intercambios culturales, científicos, sanitarios, artísticos, deportivos, diplomáticos, programas compartidos (educación, salud, vivienda), cinematográficos (Francia lo hizo con excelentes resultados), el aislamiento de los países será relativizado. Pero no hay que atropellar la soberanía ni despreciar la cultura y las opciones del otro, sino más se cierran y se crispan las relaciones, las facciones más extremistas salen favorecidas y se reafirma la idea de que cada uno hace lo que quiere en su territorio cuando tiene las armas en la mano.

El Occidente con su larguísima historia de colonialismo, guerras y genocidios debe renunciar a dar lecciones de democracia y de derecho al resto del mundo. No tenemos la clave de la felicidad ni hemos podido construir muchas sociedades justas. Los pueblos evolucionan a su manera. Ayudar a los demócratas, a los artistas, a los que defienden la libertad, en cualquier lugar del mundo, por supuesto. Y acoger a los refugiados y a los que tomen la dura opción de abandonar su país, por supuesto.

Pero ya se escucha a las derechas xenófobas y a los gobernantes que dejan contaminar su discurso por influencias de esta ideología, como lo ilustró hace poco el presidente Macron, preocupado de la posible «ola de migraciones» desde Afganistán y de cómo contenerla. Por un lado se deplora el triunfo del Talibán, se difunden noticias alarmantes y, por el otro, cuando algunos de estos afganos intentan partir, se pone todo en obra para que no lleguen hasta nuestras fronteras. De la misma manera que se hizo (excepción honorable de la Alemania de Merkel) con los miles de refugiados que huían del caos sangriento de Siria, provocado por la incuria de la política de potencias occidentales que pretendieron «ayudar» a supuestos combatientes de la libertad y terminaron produciendo el ISIS. La historia se repite.

No hay que extrañarse luego que los famosos «valores» del occidente no tienten a mucha gente en esos países. Por cierto, ¿quién movió un dedo para defender al presidente Ashraf Ghani en Afganistán?

¿Es poco lo que se puede esperar? Sin duda. Pero el resto es ilusión, pérdida del tiempo y maneras baratas de darse buena consciencia, plegándose a una visión del mundo que lo divide entre buenos y malos, que desliza muy fácilmente hacia el racismo (claro, son musulmanes). Avancemos en lo que nos compete: construir un país más justo, libre, igualitario, inclusivo, ecológico, bello, hospitalario y acogedor de la diversidad. Las lecciones de moral a los demás vendrán después. Y puedo apostar que no serán tan deseadas: no hay nada como el ejemplo.

En muchos países las cosas están avanzado; en otros, retrocediendo. Lo cierto es que no se puede estar de acuerdo en todo ni complacer a todo el mundo. Lo humano, sus culturas, sus sistemas sociales son múltiples. Pero están cada vez más en relación.

Si el destino de un lejano país, heredero del budismo, de la profunda cultura persa y cuna del sufismo, que ha sufrido invasiones, revoluciones, totalitarismo, guerras y pobreza; si ese pueblo nos importa, no nos dejemos llevar por lamentaciones hipócritas y corrientes de opinión manipuladas por quienes no lograron nada. Construyamos aquí un país del cual estemos orgullosos y establezcamos relaciones culturales, científicas, comerciales, artísticas y políticas con ellos. Con todos.

Más vale empujar la evolución global de la humanidad que lamentar las involuciones parciales que por supuesto surgirán, de las cuales sabemos poco y tenemos poco que decir.

2 Comentarios
  1. Jorge Soto Andrade dice

    Interesante. Recordar eso si al legendario comandante Massoud, que promovió igualdad de derecho para las mujeres y apreciaba a Hafiz Hay resistencia autóctona al Talibán fundamentalista en su valle natal de Panjshir en el norte.

    1. Editor dice

      Gracias Jorge por tu comentario que agrega información a nuestro trabajo periodístico.
      Te invitamos a seguir nuestras noticias y participar de nuestro Club de Amigos y Amigas de Ep.
      https://www.elperiodista.cl/socio/

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