Vargas Llosa-García Márquez: historia de una amistad que terminó con un puñetazo

¿Para qué sirven los escritores? es la pregunta con la que empieza el libro "Dos Soledades", en el cual se reproduce la charla que mantuvieron en 1967 los futuros premios Nobel Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, quienes estrenaban ese año una íntima amistad que duraría hasta el famoso puñetazo del escritor peruano al colombiano, el 12 de febrero de 1976, dando por tierra de forma definitiva con esa relación.

En 1967 suceden una serie de hechos trascendentales que vinculan a los dos escritores centrales del llamado «boom». García Márquez publica «Cien años de soledad», la novela faro de la literatura latinoamericana, con un éxito comercial poco visto hasta ese momento. Por su parte, Vargas Llosa obtiene la primera entrega del Premio Rómulo Gallegos por su novela «La casa verde». Hasta ese momento, ambos escritores solo habían mantenido una relación epistolar hasta que coincidieron en el aeropuerto de Caracas.

Además de estos episodios, sucedió un hecho que dará origen a «Dos soledades: un diálogo sobre la novela en América Latina», el libro que por estos días reedita Alfaguara: la conversación en la facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima (UNI) los días 5 y 6 de septiembre de ese año, ante un auditorio colmado. La charla se reprodujo por altoparlantes en los pasillos de la casa de estudios para que el público que se había quedado afuera también pudiera escuchar el diálogo entre los dos jóvenes escritores: el colombiano de 40 años y el peruano de 31.

En el aeropuerto de Caracas se encuentran ambos autores por primera vez. Vargas Llosa llegaba de Londres -viaje en el que leyó «Cien años de Soledad»- para recibir el Rómulo Gallegos por su tercer libro, mientras que García Márquez arribaba de México. Ambos escritores se habían leído, se carteaban y militaban la causa de Cuba. Por este motivo Vargas Llosa había consultado si tenía que recibir el premio otorgado por el Gobierno venezolano de Raúl Leoni, que no compartía las ideas revolucionarias de Fidel Castro, prohibía en su país la participación de las «extremas izquierdas» y era acusado de represión. Le habían propuesto al escritor peruano que aceptara el premio y entregara el dinero al argentino Ernesto Che Guevara. El autor de «La tía Julia y el escribidor» no aceptó la propuesta.

Ese mismo año (1967), el autor de «La hojarasca» se fue a vivir a Barcelona con Mercedes, su mujer. Dos años después, en 1969, se instalaron en Sarriá, en el mismo barrio, Vargas Llosa y su nueva esposa, su prima Patricia Llosa. A partir de ese momento, la amistad entre los dos matrimonios se fortaleció, a tal punto que sus viviendas eran llamadas «las casas comunicantes».

«En realidad, no conozco a nadie que en cierta medida no se sienta solo. Este es el significado de la soledad que a mí me interesa», dice García Márquez en la charla que recoge «Dos soledades». Ambos escritores, además de compartir esa sensación solitaria (por eso el título del libro), tenían en Barcelona a la misma agente literaria, Carmen Balcells, se reunían con los mismos escritores latinoamericanos y compartían galas con editores y escritores de la llamada «Gauche Divine».

En la conversación de la que da cuenta el libro hablan de cómo los relatos familiares pasan a ser literatura -el abuelo de García Márquez funda un pueblo luego de tener que abandonar el suyo por matar a un hombre- y de cómo el recuerdo de Aracataca (la ciudad natal del colombiano) se convierte en Macondo. Vargas Llosa enumera los materiales con los que ha trabajado el autor de «Cien años de soledad»: «experiencias personales, experiencias culturales, hechos históricos, hechos sociales» y cómo «el problema máximo» es convertir todos estos ingredientes en literatura.

Como un guiño al escritor peruano, su amigo asegura durante la charla que los libros de caballería se parecen a la realidad de América. Por eso no duda de que su literatura «es realista». García Márquez se mantiene preocupado por haber escrito una «novela reaccionaria» como Leopoldo Torres Nilsson le acaba de decir en Buenos Aires. «Todo en América Latina, tenemos tantos problemas, todo es tan horrible, que me parece que el solo hecho de hacer una novela hermosa, ya es reaccionario», le dijo el cineasta, según las palabras del colombiano durante la charla.

En 1971, un primer desencuentro de ideas pone en prueba la amistad de los dos escritores. El 20 de marzo de ese año, en Cuba, el poeta Heberto Padilla, que desde 1967 trabajaba en la Universidad de La Habana, es detenido a raíz del recital dado en la Unión de Escritores, donde leyó «Provocaciones». Arrestado junto a su pareja, la poeta Belkis Cuza Malé, ambos acusados de «actividades subversivas» contra el Gobierno. Su encarcelamiento provoca una reacción de conocidísimos intelectuales entre los que figuran además de Vargas Llosa, Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, Alberto Moravia, Octavio Paz, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, y muchos otros. Después de 38 días de reclusión en Villa Marista, Padilla lee en la Unión de Escritores su famosa «Autocrítica», en la que reniega de sus obras y de sus ideas expresadas anteriormente.

Vargas Llosa sostiene hasta el día de hoy, en varias entrevistas públicas a raíz de la reedición de «Dos soledades», que el autor de «La mala hora» no quería pelearse con la izquierda y explicar, como sí tuvo que hacer él, que no era de la CIA. Según la hipótesis del peruano, García Márquez prefirió no enemistarse con la izquierda «porque son los que manejan la literatura y la cultura y que los que no piensan como ellos, tal es el caso personal, son atacados». Lo cierto es que en 1971, viviendo ambos en Barcelona tienen dos posturas diferentes en «el caso Padilla». Sin embargo, se mantuvo la amistad sin ningún problema hasta el verano de 1974, cuando el autor de «La guerra del fin del mundo» considera que su estancia en Barcelona había llegado a su fin.

Vargas Llosa regresa a Lima por mar. Según el escritor Dasso Saldívar, autor de la biografía «García Márquez, el viaje a la semilla», el escritor peruano conoce en el trasatlántico a una mujer y se va a vivir con ella. Patricia, la esposa del escritor peruano, habla con el matrimonio amigo, cuyo consejo es que no descarte la separación legal.

Dos años después, el 12 de febrero de 1976, Vargas Llosa llega al Teatro Bellas Artes de la Ciudad de México, donde se iba a estrenar la película «La odisea de los Andes», cuyo guión había escrito. En el pasillo estaba García Márquez, quien, con los brazos abiertos, recibe del peruano -que había sido boxeador en su juventud- un gancho de derecha en mitad de la cara que lo derribó. Vargas Llosa le dice a su amigo derrumbado e inconsciente: «Esto es por lo que le dijiste (o hiciste) a Patricia», afirmaron luego testigos del momento.

Un mes después de la pelea, Vargas Llosa confiesa en el programa «A Fondo» de la Televisión Española que fue un incidente personal, sin características literarias ni políticas. En el mismo programa conducido por Joaquín Soler Serrano, sin abandonar la sonrisa, explica que el «altercado violento» tampoco fue fraguado, como decía cierta prensa con «más imaginación que los novelistas», por un editor para aumentar las ventas de «El otoño del Patriarca» y de «Pantaleón y las visitadoras».

Enmarcada también en una pelea personal, el escritor Plinio Apuleyo, uno de los grandes amigos de García Márquez, da otra versión: el origen de todo fue a principios de 1976. Mientras Vargas Llosa estaba en un congreso en Bogotá, su mujer se acercó a Barcelona, para comprar un piso, y se alojó en el Hotel Sarriá. García Márquez la llevó al aeropuerto en su coche. El muy serio hispanista y gran biógrafo de Márquez, el inglés Gerald Martín, sostiene que en ese viaje el colombiano le hace un chiste a la esposa de su amigo acerca de que si pierden el viaje en avión «ya se montarían ellos una fiesta». La esposa pierde finalmente el avión, y al llegar a Lima le cuenta lo sucedido a su marido. Esta versión parece ratificada por el propio autor de «El coronel no tiene quien le escriba», quien en un congreso, aseguró que no tenía enemigos personales y que su ruptura con Vargas Llosa era «un problema de Mario y de los chismes que le contó Patricia, que le llenó de cuentos la cabeza».

Durante el comienzo de esa gran amistad, en el transcurso de la conversación que se reedita en «Dos soledades» García Márquez contesta a la pregunta «¿Para que sirven los escritores?» con una primera respuesta que pareció no ser exitosa: el escritor colombiano contesta, con cierta puerilidad, pero sin dejar de sostener toda su arte poética «escribo para que mis amigos me quieran más».(Télam)

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El Periodista