Rodrigo García: Gabo sentía mucho dolor por la muerte

El director de cine Rodrigo García valora los rituales y asegura que "el de la despedida final es el más importante", por eso en su libro "Gabo y Mercedes: una despedida" recupera los últimos días de su padre, el escritor Gabriel García Márquez, fallecido en 2014 luego de un proceso que incluyó hospitalización e internación domiciliaria, y también los de su madre Mercedes Barcha, cuya muerte ocurrió en plena pandemia durante agosto pasado, por lo que la ceremonia tuvo otros tiempos y posibilidades de encuentro.

Vía Zoom y en un alto de la filmación de la serie «Santa Evita», una adaptación de la novela de Tomás Eloy Martínez que codirige y coproduce -y por la que se encuentra en Buenos Aires-, García dialogó con Télam sobre el libro que condensa momentos de García Márquez, un autor clave de la literatura latinoamericana: su mirada sobre la vejez, los vallenatos como los ritmos que sonaban en sus últimas horas o la risa como herramienta para atravesar la vivencia de la enfermedad.

«El libro no fue una recolección, no fue una memoria sino que fui tomando notas y sentí que se desenvolvía con las emociones del momento. Después de la muerte de mi madre lo miré todo en pasado, quise hablar de ella en ese momento en el que me despedía y ver su pasado y la relación de ellos. Pensé en la primera parte como un diario presente y la segunda como un escrito a posteriori», explica García (Bogotá, 1959).

Editado por Random House, «Gabo y Mercedes: una despedida» cuenta también con fotos del álbum familiar de ese club de cuatro integrantes -como llama el autor a ese grupo en el que también está su hermano Gonzalo- que ayudan a reafirmar el tono intimista que logra García al establecer ese diálogo con sus padres en el momento en el que comienza a despedirlos.

El libro recupera la importancia de los rituales a la hora de vivir un duelo. ¿Cómo se resignifica esa experiencia a partir de esta coyuntura de pandemia?

Cuando uno es joven se ríe de las costumbres y los rituales. Es normal rebelarse pero todo lo nuevo es viejo y como decía mi madre «a la gente que se va hay que acompañarla hasta la puerta». Hace años vivo en Estados Unidos y allí son muy de rituales. Al principio me parecía demasiado y con el tiempo lo he ido entendiendo más. El tiempo es finito y es bueno tener rituales y ceremonias para marcar, y el de la despedida final es el más importante. En el caso de mi padre hasta tuvimos más días: la espera del jueves al lunes, cuando se hizo el homenaje en Bellas Artes. Por un lado fue bueno porque nos ayudó a procesar pero también fue agotador. Después del lunes llegó el martes, cuando la casa se silenció. Las despedidas son muy importantes y es lo que más ha dolido de esta pandemia, cuando no nos podemos despedir.

 El humor está muy presente. ¿Fue una clave en tu escritura?

El humor siempre ayuda porque uno lo que siempre hace es cerrarse a los sentimientos, es la manera más común de protegerse y el humor nos abre esa puerta, hace que bajemos la guardia, nos da el acceso a otros sentimientos. Y en la esfera de la muerte hay una manera de verlo todo que es tan absurda. Cuando mi padre acababa de morir me parecía increíble que la vida se acabara. Hay algo tan absurdo del final de la vida que si no le encontramos algo de risa… como mi idea de hacer posar a los nietos con las cenizas, se reían horrorizados pero lo hicieron. Ahora que lo pienso era increíble pedirles eso pero qué más puedes hacer con una situación tan absurda que encontrar una razón para reír. Algo que recuerdo y no puse en el libro es que mi madre de joven tuvo que dejar de ir a velorios porque le entraba el ataque de risa con sus primas.

Cuentas que tu padre tampoco iba a funerales.

No, sentía mucho dolor por la muerte. Creo que una de las cosas que hacen a los escritores querer escribir es contar el paso del tiempo, las pérdidas y su máxima expresión que es la muerte. De hecho cuando pensé en poner extractos de las muertes de sus personajes me acordé de todos inmediatamente. Son tan prominentes en sus libros y contó las muertes de personajes tantas veces que las recordé enseguida.

¿Cómo fue la decisión de publicar? Dices que no iba a ser mientras tu madre viviese…

Inicialmente ni siquiera era un libro, estábamos viviendo esas últimas tres semanas y se hizo evidente que era un material de recuerdo, de historia, de reflexión y empecé a tomar notas para no olvidarme. A lo mejor para escribir una especie de diario o algo para que mi hermano y yo tuviéramos el recuerdo y se fue ampliando. Cuando murió Gabo escribí la primera parte o la principal en la que estaba muy presente mi madre pero siempre supe que no hubiera visto con buenos ojos la publicación, a pesar de que no revelo nada particularmente y no hay trapitos sucios. Era muy cuidadosa de la vida privada entonces dije ‘bueno, ya veremos qué pasa’ y luego cuando murió escribí ese capítulo sobre ella y el libro agarró su mejor forma que era la despedida de ellos. No quería que solo fuera la despedida del padre que además es el famoso. La pérdida del segundo padre es muy particular, es una sensación muy extraña, el final de todo un universo y escribí esa parte de ella y pensé que quizás se podía publicar. Antes se lo enseñé a mi hermano, a mi esposa, a mis hijas, a mis sobrinos y a algunos amigos que también habían sido amigos de ellos para que me animaran y ayudaran a sobrellevar la culpa.

Le dedicas el libro a tu hermano. Cuando uno habla con los hermanos aparecen recuerdos distintos. ¿Te sumó visiones, matices a lo que tenías narrado?

Algunas cosas ya se las había preguntado como lo que cuento de la estadía de mi padre en el hospital. Para eso conté mucho con él y con Mónica, la secretaria de mi papá. El escrito era muy personal y no estaba buscando que me dijeran «esto está bien, esto está mal, no funciona» sino que me dijera si no le parecía inmoral publicar algo así pero le gustó, me apoyó. A pesar de que la vida familiar es diferente para cada uno de los hijos, mi hermano es el único que tiene la perspectiva más cercana a la mía y además él y yo somos los que quedamos del club de cuatro.

Lo escribiste en inglés y Marta Mesa fue la traductora al español, ¿cómo fue eso?

No tengo historia de escribir en español, lo único que he escrito son guiones. Al escribir en inglés pude escribirlo rápidamente, quería un poquito vomitarlo por decirlo de una manera poco elegante. Quería escribirlo rápido sin que me estuvieran tropezando los tapujos, complejos de contar sin además estar preocupado por el estilo, el castellano. Mi plan original, cuando hubo interés por publicarlo, fue reescribirlo y traducirlo al español pero cuando empecé ya no tuve fuerzas de emprender el viaje por segunda vez. Participé para intentar verme en el texto y ponerle mi propia voz pero el inglés me permitió escribirlo sin tantas preocupaciones.

¿Cómo es la lectura de tu madre a lo largo del tiempo?

Siempre fue una persona con una personalidad muy fuerte a pesar de ser tan sensible. Creo que sufría de ansiedad pero no venía de una generación donde se pensaba que eso fuera algo. Hoy estás triste, feliz y ahora tienes ansiedad. Ella siempre tuvo una claridad con respecto a quién era y quién quería ser a pesar de ser una mujer de su época.

El año pasado publicaste una carta a tu padre por el aniversario de su muerte y pensaba si lo que se establece con los padres no es una conversación que no termina nunca y que toma otra forma después de la muerte.

La carta fue sobre las referencias que había al amor en los tiempos de covid, su interés por las pandemias, plagas, pestes, fue un diálogo ficticio con él. Los padres crecen mucho después de muertos, parece una contradicción pero mientras más humanos los ve uno, con más claridad ve sus virtudes y defectos. Somos capaces de aceptarlos, llegamos a esas edades en las que los creíamos viejos. Un amigo de mis padres que leyó el libro y tiene más de 80 años, me decía que tiene más diálogo con sus padres que nunca.

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El Periodista