Pamela Jiles: La abuela imaginada (Imaginarios de la popularidad y metáforas del abandono)

Por Mauro Salazar J., Sociólogo y ensayista. Investigador Asociado. Doctorante Universidad de la Frontera-Universidad Austral de Chile.

Parafraseando a Fernando Pessoa, el lisboeta, debemos interpelar el presente empapado de desasosiegos, ficciones, desvaríos y personajes heterónimos. Nuestras fronteras identitarias se han visto alteradas por la teatralidad de «lo figural». Por el rito aristocrático/libertario, más allá del sujeto liberal-racional que promueve Carlos Peña invocando modernizaciones infinitas. Aludimos a las perversiones mediáticas y a la popularidad ludópata del shock visual. Una sucesión de pactos sibilinos entre las elites y las corporaciones mediáticas donde imperan los aparatos afectivos del capitalismo emocional. En medio del «armatoste de violencia estructural» que afecta a nuestro valle, la diputada Jiles, La Abuela, ha desplegado un debate donde afloran todo tipo de querellas, reciclajes culturales y pasiones beligerantes.

Y sí, la «abuela» es una institución del «Chile de Huachos» que resulta desafiante frente a un Piñera devenido en un Padre desidioso («abandono de hogar» y cesarista del «dejar morir» en el bono IFE). Y así ha sido retratada -desde lo moral a la moralina- desde un personalismo perverso y marrano, que debe ser diluido según el oráculo de nuestros rectorados y politólogos con sus narrativas de mesura e ilustración. En tiempos de post-hegemonía hemos presenciado un «coloquio de la sensatez» (político-académico) que nos conmina ilustradamente a evitar todo análisis emotivo del personaje en cuestión, porque su fuerza de popularidad -la heroína libertaria del 10%, librada a la profanación de la letra chica y enemiga de la focalización- movilizaría un texto borroso-viscoso toda vez que no responde a las categorías de la política moderna, vulnerando la relación entre democracia y liberalismo: obviando hegemonías, alianzas, programas y coaliciones. Ni que hablar de su disciplina partidaria o protocolar dentro de los colectivos. Una rompe huelgas. De su narcisismo mesiánico-mediático han sabido desde el Partido Humanista hasta el Frente Amplio. Ambas colaciones han padecido las pulsiones tanáticas de una Abuela nobiliaria que castiga a la «miserable clase política» -con el gesto estratégico de ubicarse por fuera de los curules que ella misma representa-. Lejos de toda fascinación por un Personaje familiarista-libertario, ubicuo, y por momentos de benevolencia oligárquica, es necesario señalar que no hay Cruz Católica para la «abuela» -bizarra o no, sádica o no, marrana o no-. Y a no dudar, su retórica erotizante (kitsch), su compromiso con el campo de la diversidad sexual, y sus cálculos electorales con El Abuelo gobernador («metáforas familiares») han secuestrado los imaginarios de la popularidad. La Abuela entrecruza pragmáticamente biografía y perfomance, y en los retiros del 10% (AFP) ha sido de una eficiencia camaleónica que no tiene comparaciones para terminar de degradar el Cesarismo de Piñera.

Convengamos que el personaje tuvo su «corolario» en los contratos mediáticos de la post-transición (1990-2010): la configuración política del espectáculo en los años 90′ resulta un hito que La Abuela ha exacerbado mordazmente. En efecto, el imaginario (pos)transicional tuvo como pivote el despliegue del «tribuno matinal» que en combinación con variados formatos de entretención “climatizaron” la vida cotidiana. Eran años donde se festinaba el imaginario eufórico de la promesa gestional (acceso, servicios, méritos), el control del sentido común y la irrupción de liderazgos visuales (pastores neoliberales). Fue en esta escena donde se ofrendaron los recursos semióticos para apaciguar los antagonismos de clases y garantizar un orden visual orientando a la cognición de los voluptuosos grupos medios. Allí se introdujeron las primeras adaptaciones estéticas sobre los estilos de vida, la pacificación política y la expansión del consumo. En los últimos meses nuestros «pastores letrados» (expertos y politólogos) no han podido capturar los desplazamientos de la subjetividad cultural -la potencia imaginal- que activó la revuelta derogante (18/0). A diferencia de ello La Abuela libertaria, hibrida, mundana, bizarra, modula un texto familiarista-oligárquico desde donde logra agenciar un lazo en la subjetividad del chileno medio, hastiado y estriado por los estresores de acceso, deuda y consumo. La Abuela sería quién absorbe mediante la «metáfora del abandono» a los «niños» y «nietitas» dañadas porque las madres deben trabajar durante el día, o bien, en la resaca de la noche. Los niños del orfanato serían un «pueblo infantilizado». La abuela patriarcal alecciona, cocina, lava y plancha, cuida y ordena ¡Y quién no ha vivido horas de beatitud y dolor con las abuelas del mundo popular¡ Y vaya un paréntesis: cómo olvidar la inolvidable Luzmira Monsalvez Alarcón Paillafel, abuela de «El Che de los Gay». Desde el verdor de “Las Abuelas” que han enfrentado la exclusión desde una relación de complicidad con muchos «nietos-nietitas» de la disidencia sexual castigad@s por el vocabulario masculinizante. Y qué decir del campo cultural y estético que no parece brillar en el discurso «anestésico» de la candidata Narváez («feminismo sin cuestión social») que se agota en la negación de las minorías y en una narrativa identitarista del demócrata insatisfecho. De suyo, en el vaivén de las posiciones político-biográficas, es una heredera del voto feminista en Chile. Y fue precisamente desde el apoyo de la disidencia sexual -en una deriva queer- que interpela al feminismo oligárquico (hetero/normativo), donde recogió el voto de «lxs sinmoneas» y las barrialidades chicanas. Y a no dudar, las estéticas vagabundas la blindaron como Diputada con una alta audiencia de popularidad. Por fin entre los usos y abusos, la sobrina del General Ricardo lzurieta Caffarena, el mismo que perseveró en traer a Pinochet desde Londres, ha logrado enlazar la categoría «pueblo» («mis descamisados», «mis desposeídos», y «mi ejército» de nihilistas dice el estribillo mesiánico de la abuela) como centro gravitacional, restituyendo un cuerpo virtual que los empleados cognitivos de las elites (políticos y funcionarios embusteros de los think tank de izquierdas y derechas) no estarían en condiciones de invocar públicamente. En suma, hay un doble movimiento: una antigua espectacularización de la política y a la sazón una politización de la farándula. Y allí es donde la crítica normativo-institucional se torna reactiva contra la irracionalidad del personaje, incluyendo a la dupla Boric/Jackson, que aún no termina de dimensionar que el espacio de las pasiones populares -no se juega en la racionalidad del argumento- y sólo es posible admitirlo cuando reconocemos el vacío de «cultura política». De otro modo, no es aconsejable agotar la democracia en el formato del liberalismo. Nada más reaccionario que esto último: ¡si no es liberal no es democracia! diría un afable Cristóbal Bellolio. Ergo, La Abuela es un clivaje elitario-popular, una desobediencia protegida, blindada temporalmente por el mismo CEP y algunos medios de derecha, en medio de una colosal grieta llamada «gobierno del capital».

Aquí el narcisismo mesiánico activa un lazo intricado con lo popular que debemos interrogar, a saber, su guion promueve un rechazo aristocrático ante las élites diezmadas -ocaso de la gente con dinero- y esencialmente contra la «miserable clase política» desde donde ha fortalecido las simpatías con el mundo popular mediante «metáforas familiares» ¡Mi pueblo con mi ejercito de nietitos! en situación riesgo -cabría agregar-. Los cuerpos del capital absorbidos en distintas plebeyizaciones y sometimientos que el personaje de marras es capaz de capitalizar estéticamente (electoralmente). Pese a todo su lenguaje «vitriólico», untada en lo oligárquico-reformista de la apropiación popular (¡mi pueblo! como pronombre posesivo de un pueblo orgánico que nunca es tal) esto se mezcla con la teatralidad satírica y un relato para sujetos carenciados -que solo ella podría emancipar-. Y así ha podido capitalizar el 10% mediante binarismos narcisos que hacen del retiro de pensiones (AFP) un «significante vacío» donde ha podido domiciliar los antagonismos en los imaginarios de la popularidad. Pamela Jiles, a punta de personalismos, ha sabido rentabilizar el desencanto popular, por la vía de estéticas marranas y gramáticas familiaristas. Ello comprende nombrar ‘los Chadwick’, ‘los Frei’, ‘los Caffarena’, ‘los Walker’, ‘los Gumucio’, etc, llevando todo al registro de la disolución de las izquierdas. Tal disolución, encuentra una variante algo indigna en los recovecos carnavalescos de Pancho Vidal en los matinales. Y así ha establecido pactos estratégicos con la corporaciones mediáticas, al precio que las encuestas del mainstream han inflado sus atributos sugiriendo que ella es parte de la carrera presidencial y que podría certeramente opacar los afanes de Daniel Jadue, Paula Narváez, Ximena Rincón y Gabriel Boric. Como sí todo principio de realidad, incluyendo la pasividad temporal de El Mercurio (jamás inocua), estuviera «fuera de sí» y la candidata Jiles pudiera prescindir de cualquier otra mediación elitaria. Como sí no bastara con sus redes genealógicas. Una «abuela» múltiple (en plural) aparentemente inmune a los pesares que padeció MEO en el desierto cuando la cadena mediática de los Edwards lo expulsó de la arena política y quedó despojado de la carrera presidencial. Tras la revuelta popular de octubre (2019) La Abuela se desmarcó de todo «republicanismo golpista» -incluyendo la estatua del general Baquedano- con el atributo mamífero de leer la insurgencia de las multitudes rebeldes en su mundanidad. Todo migra desde una teatralidad que ha logrado secuestrar el imaginario de la popularidad sirviéndose de familias en situación de riesgo -cuerpos del capital y tos de enfermos en espera del tercer retiro-, pero con una discursividad muy eficiente -efectista- en la presión fáctica del Chile de ollas comunes. Con todo los expertos del orden leen velozmente un populismo primario y agotan la discusión emplazando las formas estridentes utilizadas por «la heroína Jiles» para administrar nuestra nerviosa cotidianidad: abuelos, ejercito de nietitos (valga el «diminutivo» que devela una jerarquía ante los carenciados) y los usos estriados del sujeto pueblo. Lejos de cualquier fascinación, el personaje administra el dorso tanático de nuestra modernización. Sin ir más lejos el Diputado Boric ha develado su estado de «adolescencia cultural» mediante una obsesión racionalista -devaneos republicanos- por interpelar ilustradamente, léase fallidamente, a La Abuela desde un gesto oligárquico que nuestro personaje es capaz de transgredir con una sátira que desestabiliza los hormigones del poder.

Por su parte el alicaído campo cultural y la clase política se han vestido de modernidad y han lanzado un arrebato moralizante, conservador y corporativo, contra La Abuela, obviando sus discursos contra Piñera en clave Madonna-Evita: un collage. Todo ello es muy comprensible en la ralea de los tiempos. Y sí, la nieta de la activista feminista, Doña Elena Caffarena Maurice (1903-2003), y bisnieta de Blas Caffarena, empresariado de la textil, hija de un Ingeniero comunista enviado a la revolución Cubana, comprende un enjambre de temporalidades yuxtapuestas que Manuel Cabieses ha intentado dulcificar -justificar aristocráticamente – como lealtad con el «pobrerío», recusando una lectura ligera sobre una eventual conversión de la Periodista Jiles y refrendando su póstuma trayectoria. Entre su infancia en Cuba, sus filiaciones con el MIR (Gastón Muñoz) y el PC hasta el año 2006, su trabajo en Solidaridad, Apsi, Análisis y Fortín Mapocho y Crimen bajo estado de sitio, que coescribió junto a María Olivia Monckeberg y María Eugenia Camus, ha desplegado un extensa trayectoria familiarista-aristocrática, político-popular, profesional-activista. Un cadena de eslabones que implican sutiles nexos entre insurgencia e iconografía clasista. En las filas del FPMR conoció a su actual pareja; el abuelo Pablo Maltés. Y desde luego, los abusos sexuales que habría padecido a los 16 años bajo Dictadura -dejan sin programa ético al progresismo del FA y a la ex Concertación- y décadas más tarde su devenir mediático en los matinales (SQP) con su devaluación cognitiva y un insoportable retrato de nuestra actualidad. Qué duda cabe de aquella trayectoria con relaciones cortocircuitadas con la izquierda institucional, en virtud de su tronco elitario con vocación de heroína popular. Cómo ubicar la performatividad del personaje con sus «metáforas elitizantes» para suturar el «imaginario underground». ¿Desecho cultural o perversión mediática de la pos-transición? Y a no dudar. La Diputada, con su libido irritante, representa un riesgo real si la clase política en su afán de opacarla, en la clave de Heraldo Muñoz o Guido Girardi, se empecina en excluirla de las primarias ofrendándole una ‘épica de los márgenes’ que terminaría de intensificar al Personaje napoleónico que ha cincelado Jiles.

Cada cual con su abuela, dolorosa o gozosa…

 

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El Periodista