La mirada incendiada: viendo el vaso medio lleno
Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.
★★★☆☆ (3 sobre 5)
El papel del cine, de aquel que recordamos y veneramos, transita siempre por los espacios de la emoción, no obstante, sea utilizado ampliamente como una expresión política -efecto irreductible de su gran capacidad para contar historias- lo que nos golpea al momento de los créditos, cuando se encienden las luces y la realidad muestra sus dientes, es precisamente aquella sensación infalible de miedo, rabia, alegría o tristeza.
Y es así como acabamos al salir del encanto de “La mirada incendiada” con un cóctel de emociones disparadas en todos los sentidos, alegría por la juventud insurrecta, miedo por los criminales de siempre, tristeza por aquellos que ya no están y rabia por el presente. Si el cine es conmover -en tanto alterar y poner en movimiento- esta película cumple a cabalidad tal axioma.
La dirección en el lente de Tatiana Gaviola (Teresa, 2009) toma el difícil camino del encuentro entre el documental -talento que no está fuera de su alcance- y la adaptación ficcionada de un suceso real y perturbador, inspirado en el asesinato del fotógrafo Rodrigo Rojas De Negri a manos de una patrulla militar en el año 1986, el tristemente célebre “Caso Quemados”.
Es aquí donde Gaviola elige inspirar alejándose drásticamente del hecho exacto, de la información relevante, para entregar su relato a la emotividad, se inclina por el producto de forma televisiva por sobre la obra para la gran pantalla.
Apoyada por un guion de lectura simple, lo que es ya un estilo indeleble de Pablo Paredes (El reemplazante, Matar a Pinochet) la película condiciona toda la acción al diálogo escueto de las series para la televisión y la siempre efectiva voz en off que involucra -en palabras de la actriz que la personifica- a la víctima sobreviviente Carmen Gloria Quintana, quizás buscando a esa generación que frunce el ceño cuando se le habla de la dictadura atrapándola desde un lenguaje más cercano.
No se trata de la historia de Rodrigo y eso lo sabíamos de antemano, incluida la justa polémica con la madre y el hermano del muchacho que esperaban una biografía documentalizada o, al menos, ser consultados en profundidad y tuvieron que aceptar -si es que lo hicieron- una mirada ajena, muchas veces parcial y para nada explícitamente política. Y recalco lo de “explícito”, ya que la expresión política es algo imposible de eliminar en un relato y esa definición está clara en el punto de vista de la directora quien se ubicó del lado de los retazos de humanidad que resistían la dictadura en desmedro de la cruda realidad.
El relato del héroe lo construyen los otros, por más disímiles y lejanos que estos sean, si Rodrigo Rojas de Negri es recuperado hoy eso ya es una ganancia, no solo para su memoria, sino para una sociedad que necesita de perspectiva a la hora de asumir nuevos desafíos. Ayer fueron quemados, hoy son asesinados y cegados, la historia se repite con una exactitud perturbadora y apuntarse los unos contra los otros -vicio casi endémico de la Izquierda chilena- terminará por ceder nuevamente a la ignominia. Si hay algo en lo que todos están de acuerdo es que el corazón de Rodrigo y su voluntad para con los demás son retratados de forma impecable. Allí es dónde debiéramos reencontrarnos.
Chile debe cambiar. Toda ambición, toda mirada, tendrá un espacio a la hora de escribir el futuro. “La mirada incendiada”, más allá de la disputa necesaria, es un aporte a la discusión, a promover aquella emotividad perdida, a inclinarse -en mi caso- a mirar el vaso medio lleno. Otros tendrán el deber, la libertad o el derecho de seguir llenándolo o volcarlo por completo.