Ecuador: luz amarilla para el progresismo y la izquierda de la región
Por Jaime Ensignia, sociólogo*
Tanto en el Ecuador como en el exterior, los analistas políticos no esperaban una derrota electoral del candidato Andrés Arauz, delfín de ex mandatario Rafael Correa y de su coalición Unión por la Esperanza (Unes).
El triunfo de Arauz en la primera vuelta había sido contundente, al sacarle 13 puntos de ventaja a su seguidor más cercano, precisamente, el ganador del balotaje, Guillermo Lasso, banquero conservador, miembro del Opus Dei y de la derecha oligárquica ecuatoriana.
El conteo final de la segunda vuelta le dio el triunfo a Lasso por una diferencia de 5 puntos (52,51% de la votación contra el 47,49% de Arauz). La derrota no estaba en los cálculos del comando de Arauz; según encuestas circulantes, la decisión final estaría, a lo sumo, muy reñida entre ambos candidatos, pero siempre otorgando el triunfo de Arauz.
Frente a este escenario, aparentemente inesperado, cabe analizar las posibles razones de la derrota del candidato del progresismo y de la izquierda ecuatoriana.
En primer lugar, se señala que Lasso no ganó en estas elecciones, sino que las perdió el ex presidente Correa en un escenario político muy polarizado entre correístas y anticorreístas. Segundo, se constata aun siendo mayoría electoral, política y social, con un 67% de la votación en primera vuelta, los sectores progresistas y de izquierda no lograron conformar un bloque antineoliberal en el balotaje frente al candidato conservador. La Izquierda Democrática, liderada por Xavier Hervas (cuarto en la primera vuelta) se abstuvo de apoyar a Arauz, contribuyendo a la derrota de éste. Por su parte, los movimientos indigenistas agrupados en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), tan golpeados y perseguido -especialmente por las políticas de ajustes del gobierno de Lenin Moreno en el 2019- llamaron al “voto nulo ideológico” en la segunda vuelta electoral, es decir a abstenerse o a anular el voto, favoreciendo el triunfo del representante de la rancia oligarquía ecuatoriana.
Como la mayoría de los países de la región, Ecuador se encuentra golpeado por la pandemia, en un escenario crítico en lo sanitario y con un crítico deterioro económico y social de vastos sectores de la ciudadanía.
A su vez, la corrupción atraviesa el ámbito público y privado. El país y el próximo gobierno deberá enfrentarse con una herencia de deuda externa con el Fondo Monetario Internacional (FMI) de US$ 10.700 millones, y con procesos judicializados (“lawfare”) aún no finalizados a ministros de Rafael Correa y al propio ex presidente. Serán años difíciles para la sociedad ecuatoriana, en especial para los movimientos sociales, indigenistas y partidos políticos de oposición. Si bien es cierto que la clásica receta neoliberal del Estado mínimo, de las privatizaciones de los recursos del Estado y la aniquilación de políticas sociales viene en retirada en la región, todo indica que los cuatro años que siguen serán cuesta arriba para la sociedad ecuatoriana.
Los movimientos sociales, indigenistas, el progresismo y la izquierda democrática de la región estaban esperanzadas en el triunfo de Andrés Arauz, puesto que con ello coronaban parcialmente un avance estratégico de las fuerzas políticas y sociales anti neoliberales del continente. Ya el camino se había iniciado con la llegada al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México; Alberto Fernández en Argentina y Luis Arce en Bolivia. En Colombia, la izquierda había dado importantes pasos con Gustavo Petro en las pasadas elecciones presidenciales de ese país.
El progresismo y la izquierda democrática se encuentra hoy con un escenario totalmente diferente a los primeros quince años del siglo XXI, marcado por gobiernos progresistas. Actualmente el continente se encuentra sometido a una aguda crisis de representación política que se traduce en un divorcio partidos políticos-sociedad civil. Esto se manifiesta en un hartazgo ciudadano en contra las élites políticas, empresariales, en contra del sistema de político imperante y, el cuestionamiento a la acción de los partidos políticos. La economía de la región tiene un PIB negativo cuyos efectos las asumen las mayorías sociales con: incremento notable del desempleo, pérdida de los empleos formales y el aumento del sector terciario; una pobreza que se expande exponencialmente, y niveles preocupantes de extrema pobreza. El resultado de esta explosiva ecuación es una acelerada abstención electoral en muchos países de América Latina y el Caribe, y una creciente desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones políticas, debilitando así las extenuadas democracias del continente. Un escenario con estos ingredientes es caldo de cultivo para propuestas populistas, mesiánicas e individualistas.
Las próximas contiendas electorales serán decisivas para probar hegemonías en disputa en la región. La segunda vuelta en Perú, en junio de este año, enfrenta a un desconocido candidato de izquierda con el fujimorismo. En noviembre de este año, la oposición en Chile debe demostrar que es mayoría política y social a través de una candidatura única para enfrentar a la derecha salvaje actual y la que prevalezca pos Piñera. Durante el 2022, a lo menos dos elecciones presidenciales concentrarán el interés internacional y regional, y serán determinantes para ir definiendo esta suerte de tablero regional entre las fuerzas conservadoras neoliberales y las fuerzas políticas y sociales anti neoliberales. La primera será en Colombia, en mayo, en donde el progresismo y la izquierda de ese país puede llegar a competirle seriamente el gobierno a Duque y la derecha colombiana. Brasil será la madre de todas las batallas en octubre; con seguridad se enfrentarán Bolsonaro y Lula da Silva, quien quedó habilitado judicialmente para competir en las próximas elecciones presidenciales.
La urgencia política
Es absolutamente necesario darse el tiempo requerido para la recreación de los objetivos políticos del progresismo y de la izquierda latinoamericana. Las presiones pandémicas no deben postergar urgentes definiciones en torno al tipo de sociedad, al modelo socio-económico, al diseño y alcance del Estado que debería salir fortalecido de esta prueba de fuego que nos impuso este tiempo excepcional. Finalmente, junto con el imprescindible balance político que este progresismo y la izquierda deba realizar -y que sigue estando pendiente- es necesario avanzar hacia la constitución de un bloque anti neoliberal histórico para derrotar a esta derecha retrograda de Latinoamérica. Las fuerzas políticas y sociales progresistas no deben escatimar esfuerzos para enfrentar a estos grandes desafíos del momento actual.
*Dr. en Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Libre de Berlín. Fue director sociopolítico de la Fundación Friedrich Ebert en Chile (1994-2014). Director del Área Internacional de la Fundación Chile 21 (2014- ). Colaborador del Barómetro de Política Equidad. Miembro fundador de la Fundación Foro Permanente de Política Exterior de Chile.