Acaso escribir sobre religión en época de pandemia marca un proceso de conciliación con la muerte.
La temática religiosa es parte de la cultura general. Toda religión es un invento humano desarrollado en el tiempo por el temor a lo desconocido.
Siempre ha sido un asunto de angustia la lógica de la muerte, como parte de la vida, o sea, el Hombre tiene pánico a la nada misma. Factores sociológicos y psicológicos, como pobreza, guerra, precariedad intelectual, han contribuido al “desarrollo” de la religiosidad y a la involución de la sociedad humana. “El miedo ha creado a los dioses”.
Hoy en día, por ejemplo, toda religión es sinónimo de inanidad y dislate moral. Pese a todo, muchos seguidores continúan inmersos en una cómplice autocomplacencia, no aceptable para un libre pensador. Así, una mayoridad obsecuente aún no cree que es víctima de una verdadera estructura opresora, pues no acepta que la religiosidad está en un proceso de autodestrucción o en los inicios de la muerte moral. Entonces, el ser humano actual, consensus omnium, tiene que entender que para formar una nueva sociedad tendrá que alejarse de parámetros religiosos, mediocre “espiritualidad”, que rodea a este mundo desfalleciente, vale decir, de conceptos imperfectos, erráticos e inconducentes.
Toda religión está inserta en la condición humana, pues convive con el mundo real, no en la irrealidad de una hermenéutica facilista. Ahora ya no son ejemplo de fuerza moral, menos de virtudes humanitarias. Quizás su única e ineludible acción humana, acto reivindicatorio, sería adherirse a los fundamentos de la lucha liberadora de tantos pueblos oprimidos que sufren explotación y desamparo moral, “los condenados de la tierra”, participando activamente, en un marco solidario y reflexivo, en la refundación humana post pandemia.
Colofón: cualquiera religión ha sido un inmenso problema para estructurar una nueva mentalidad, moralmente realizada.
Sin duda, todavía existen tremendos excesos religiosos, aberraciones de todo tipo y tantos otros “pecados”, parte de la mediocridad humana, en nombre de algo inexistente. Al final de todo, la física y la química, permiten saber que el planeta se extinguirá en algunos millones de años, quizás menos tiempo, siempre es cuestión de tiempo, tempus fugit, por lo que todo acto religioso, pasado, presente o futuro, es y será un tiempo en vano, un tiempo definitivamente perdido, tempus edax rerum.
Asimismo, científicamente se sabe mediante estudios paleo antropológicos que el origen del ser humano sólo es producto del azar sideral, descartándose taxativamente toda “intervención” divina”, “el dios innecesario” ( Hawkings ). Entonces, moralmente una religión debería aspirar a transformarse, si quiere sobrevivir, en una aceptable, visionaria, calificada institución solidaria y doctrinaria, como tantas otras, ayudando a evitar la deshumanización de nuestra pobre e inmisericorde sociedad contemporánea, tan inane, tan codiciosa, tan pirrónica respecto a ideales superiores.