La eutanasia se puede considerar como una solución personal y legítima para optar por una muerte digna y libre de sufrimiento físico, asistida médicamente. Vale decir, un derecho humano heroico y esencial, incluso mayestático.
Como concepción moderna del buen morir debería ser aceptada legalmente cuando una persona tome su propia y consciente decisión, respetando siempre en primera instancia su voluntad, cuando comprenda que su vida ya no tiene sentido a causa de una enfermedad irreversible e insoportable, cuando avizore que hasta su esperanza está maniatada por un mañana no naciente o cuando el paciente o cualquiera persona carezca de las mínimas motivaciones suficientes para vivir y ser feliz.
Ergo, debería ser considerada como una temática de máxima viabilidad política, propia de un nuevo y desarrollado concepto antropológico.
Quizás para una gran mayoría es muy difícil enfrentar el ocaso de su tiempo y las horas posteriores a ese tiempo, más aún cuando sus capacidades motoras y psíquicas están muy disminuidas, ya un tiempo innecesario, un tiempo reflexivo, un tiempo definitivamente vencido.
El acto eutanásico debe ser sincero, heroico, lúcido, propio de la condición humana aceptablemente pensante, pues implica un discernimiento subjetivo de todas las consideraciones morales, teológicas y emocionales del solicitante, de su entorno familiar más cercano y del equipo médico que ejecutaría dicha acción, de acuerdo a una clara normativa bioética.
La especie humana, idealmente estructurada de acuerdo a convenciones políticas progresistas, tiene derecho a una vida digna. Entonces, necesariamente también tiene derecho a una muerte digna ( L. Boff ), o sea, derecho a su última libertad.
El acto de nacer implica el acto de morir, es decir, la muerte es ineludible e implacable. Simplemente, somos seres biológicos, murientes, y jamás podremos dominarla. La muerte eutanásica es un morir sin temor y de plena autodeterminación, una opción razonada, significativa, ejemplar y admirable como experiencia de vida.
La sociedad actual debe comprender que cada quien es responsable de su vida y de su muerte, concepto que descarta todo saber posible. “Tras la muerte, todo termina, incluso la muerte” ( Séneca), “La muerte no existe, dado que lo único que hacemos es pensarla” ( Kant), “La muerte es la muerte de la muerte” (Feuerbach), ”La muerte sería menos de temer que nada, si existiera algo que fuera menos que nada” ( Montaigne). Acaso en un tiempo no tan lejano la humanidad entenderá el verdadero sentido de la muerte, parte integral de la vida, de la futura racionalidad, parte de una nueva estructura social humana, finalmente realizada. No comprender la muerte es no saber absolutamente nada de nada, menos de la vida.