El nuevo monumento a la irracionalidad
La rabia es una emoción con doble filo, muchas veces inevitable, siempre dañina.
Por Javier Edwards Renard*
Lo ocurrido con la estatua del General Baquedano es solo manifestación de la irracionalidad bárbara que se ha apoderado de Chile. Si algo así ocurriese en cualquier país de nuestra órbita cultural habría que desmantelar las ciudades para sacar monumentos honrando a San Martín, Bolívar, O’Higgins, Carrera, Martí, todos los que crearon los nuevos Estados republicanos; habría que destruir parques con nombres inapropiados. En el hemisferio Norte, Europa y Estados Unidos debieran arrasar con parte importante de sus decorativos monumentos históricos. Siendo consecuentes, habría que destruir las pirámides construidas con la sangre de miles de esclavos egipcios, aztecas, mayas; demoler piedra a piedra la sangrienta Machu Pichu y, por supuesto, la colonizadora el Cuzco; no quedarían en pie las catedrales de una iglesia abusiva por siglos. Se entiende que monumentos a Hitler, Stalin, Franco y dictadores genocidas de la misma calaña -ya en pleno siglo XX- hayan sido eliminados, pero Napoleones y otros siguen ahí.
Causas posibles: la manipulación política de masas, por una parte, para incentivar a toda costa la rabia irracional y, por la otra, un gobierno que no cautela, explica, educa o llama a encontrar la vía de la razón. Entramos en una nueva era de la irracionalidad en la que las cazas de brujas y la superstición se convierten en estándares renovados y aceptables.
En medio de este caos, alguien tiene que explicar a Chile que no estamos en guerra civil. ¿Atacar la estatua de un general como Baquedano implicaría que se pueden atacar otros monumentos? ¿El de Caupolicán, por ejemplo? Si alguien no está de acuerdo con la estatua a Allende a un costado de La Moneda, ¿la puede vandalizar?, ¿si se quema un fundo sureño, pueden incendiarse las casas de indígenas inocentes? En historia, política y hechos sociales la regla de causa y efecto termina atrapada en la metafórica pregunta filosófica sobre qué es primero, el huevo o la gallina.
¿Es esta la fórmula incivilizada con la que queremos resolver nuestras diferencias ? ¿Queremos renunciar al derecho y al Estado de Derecho? Hacerlo es entregarse al medieval imperio de la delincuencia y de la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente).
Con anticipatoria mirada -esa que da la inteligencia verdadera- Umberto Eco escribía ya en los años setenta que la humanidad enfrentaría una nueva Edad Media, tan fragmentada y oscura como la que sucedió a la caída del Imperio Romano. Estamos viendo como se triza el mundo global y lo que viene, llega con sus propias y nuevas pandemias. Efectivamente, en 1972, el semiólogo italiano fue el primero en hacer referencia al surgimiento de este fenómeno, nacido de la descomposición de los sistemas sociopolíticos imperantes, y como consecuencia de la imposibilidad de una autoridad central de gobernar un mundo cada vez más complejo. Al describir los componentes de toda medievalización, señala, refiriendo el término de la Pax Romana: «una gran paz que se degrada, un gran poder estatal internacional que había unificado el mundo bajo una misma lengua, costumbres, ideología, religión, arte y tecnología y que, a causa de la propia ingobernable complejidad se derrumba». En estos proceso de autodestrucción de una civilización lo que ocupa el vacío dejado son las debacles económicas, el vacío de poder, el fortalecimiento de poderes locales, y de «nuevos bárbaros» que, con una cultura alternativa, no necesariamente mejor, socavan las bases del orden imperante.
Pero volviendo a nuestro país. Lo más grave no es que el recuerdo de Baquedano, el general héroe de la Guerra del Pacífico, fallecido en 1897 (que quizás mira todo esto con una sonrisa irónica y triste a propósito de la brutalidad humana), o el objeto estatua (con el valor histórico y convencional que le asignamos) hayan sido vandalizados una y otra vez. Lo tragedia de estos hechos reside en, por una parte, la decadente y vergonzosa metodología con que grupos del país han decidido querer imponer sus ideas, su rabia, la frustración y, por la otra, el apoyo -por acto u omisión- de políticos que no han sido capaces de llevar a la ciudadanía a recuperar un civilizado y razonable sentimiento de unión, que siempre es más fértil y benévolo.
Gran responsabilidad han tenido los medios de comunicación: prensa digital, una moribunda y mediocre televisión, los que han creado un espectáculo mediático solo para tener unos pocos puntos más de rating o lectoría; lo mismo, esos operadores invisibles que actúan a través de internet para estimular la rabia, esa emoción tan humana e inhumana, muchas veces comprensible, pero que siempre ha hecho tanto daño a la humanidad. Si uno piensa en términos como política y rabia en un mismo contexto, nos enfrentamos a un oxímoron, es decir a una contradicción que genera un absurdo que nos lleva a desplazarnos a un tercer término cuyos alcances pueden ser complejos. Hacia allá vamos.
Parece que nos hemos convertido en un país neurótico que ha decidió autoflagelarse, despreciarse, construir una imagen de sí mismo distorsionada en la que se niega todo lo positivo que tenemos, logramos y se está haciendo.
El descabezado monumento de esta triste plaza sin nombre definitivo refleja con precisión lo que estamos haciendo de nuestro país. Este es el monumento a la irracionalidad, a una cultura barbarizada que sigue dispuesta a seguir haciéndose daño a sí misma. El homenaje absurdo a sí mismo de un país que olvidó el verdadero significado de la dictadura y la recuperación de la democracia y hoy juega a automutilarse en medio de la más estúpida confusión política.
Por último, lo más triste es que las explicaciones sociológicas -que hoy imperan en la boca de la política- sólo sirven de oportunistas pretextos justificatorio de lo injustificable. Y, en medio del innecesario campo de batalla social, el virus coronado sigue campeando y generando más bajas. Ya no somos el Chile que se unía frente a la desgracia, nos estamos convirtiendo en una gran pena.
*Abogado Universidad de Chile, Magister en Derecho Europeo de la UAB (Barcelona, España) y LL.M. en Derecho Corporativo, Financiero y Bancario de Fordham University (Nueva York) profesor de derecho comercial, y crítico literario por más de 25 años en distintos medios.