El Juicio de los 7 de Chicago: Otra vez “la vieja confiable”
Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico
★★☆☆☆ (2 sobre 5)
“Por mi culpa, por mi gran culpa” rezaba cierto mantra religioso en donde el penitente repetía en un acto de contrición aquello que lo había convertido en un ser indigno y mediante tal cavilación, buscaba conseguir el perdón de sus faltas. Algo muy similar viene sucediendo en Hollywood y en gran parte del cine estadounidense cuando se trata de poner en escena dramas históricos donde precisamente la ‘tierra de la libertad’ se vuelve contradicción debido a la ignominia provocada por los crímenes de estado y las mezquinas decisiones políticas.
Desde hace mucho tiempo ya directores del país del norte han insistido en construir una especie de ‘mea culpa’ respecto a las acciones de administraciones pasadas y así, a través del reconocimiento, intentar -supongo- exorcizar los fantasmas que siguen poniendo en duda el cándido ‘sueño americano’.
Hemos visto decenas de películas -o quizás muchas más- que trabajan en el mismo nivel de relato, a saber, un problema histórico o de su pasado reciente de gran connotación social y mediática, una pugna que enfrenta al Estado y a los ciudadanos y luego, pasión y dolor mediante, un reconocimiento tardío a una resolución del todo ignominiosa. Así es la canción, una y otra vez. Y es de esa fuente donde encontramos hoy bebiendo a Aaron Sorkin (Óscar mejor guion adaptado en La Red Social, 2011) para dirigir y guionizar -lo que es su mayor talento atribuido a su experiencia en el teatro- otro más de los juicios mediáticos que ha tenido que enfrentar el pueblo los Estados Unidos y que mancilla considerablemente los conceptos de ‘democracia’ y ‘libertad’.
Por un lado, se entiende lo apetecidos que son estos relatos por la audiencia masiva -donde la fórmula que nos lleva de la ira a la felicidad funciona de maravillas -generando una especie de catarsis patriotera que le ofrece al público la sublimación de todas las malas acciones obradas por algunos de sus compatriotas. Sin embargo, en lo que a cine respecta, y recordando su uso como aparato persuasivo, no avanza más allá de un reconocimiento vacío y muchas veces incómodo y hasta aburrido.
Es cierto que la actitud de revisión histórica ayuda a que las sociedades reflexionen para no seguir cometiendo los mismos errores, sin embargo, y en un ciclo interminable, los casos de abusos contra la libertad de expresión y el racismo amparados por el Estado norteamericano y otras tantas infamias siguen siendo el ‘pan de cada día’ de su agenda gubernamental. Se golpean el pecho en el cine, pero hacen la vista gorda a los mismos mecanismos restrictivos en el día a día.
Cada director o realizador tomará entonces una actitud política para con estas situaciones, pero, a estas alturas, ya es insostenible la idea de redención, sobre todo cuando la distorsión entre la intención y la realidad acaba por convertir un discurso político en un género cinematográfico de entretención por sobre la reflexión. Si la idea era formular algún tipo de discusión, esta ya no produce tal efecto en el drama y tendrá que abrirse indefectiblemente a lo documental.
El Juicio de los 7 de Chicago es otra historia que busca emocionar y entretener -y esto último lo logra en exceso gracias a la inclusión de Sacha Bron Cohen (Borat) como Abbie Hoffman quien junto a otras estrellas acomoda un ‘casting’ muy aceptable- pero que difícilmente facilita el debate.
De guion correcto y cinematografía aceptable -quizás terrenos donde broten los galardones- es perfectamente olvidable bajo los lugares comunes de un argumento que pone en una misma y exitosa ecuación a ciudadanos cuyos derechos han sido violados, jueces ajenos a la realidad y la efervescencia mediática que promete trascendencia.
Es posible que la perspicacia de la Academia la reciba con honores -ya recibió Globo de Oro a mejor guion- pero para muchos no pasa de ser aquello que no arriesga y mantiene el statu quo de lo político en el cine, quizás la legítima opción de Sorkin, que no molesta y divierte y que hoy conocemos como “la vieja confiable”.
Disponible en Netflix.