Aborto y controversia: es tiempo de hablar desde la razón
Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.
Motivado por la certera respuesta que le dio Antonia Orellana -postulante constituyente por el distrito 10- al ex subsecretario de redes asistenciales y hoy también candidato constituyente, Arturo Zúñiga, con relación al eventual “dolor” que sufriría toda mujer en caso de aborto, es que se hace urgente intervenir, esta vez desde lo razonable, en esta discusión con el objetivo de traer más luz al discurso falaz y del todo inaceptable que sigue interponiéndose en la reivindicación de los derechos básicos de toda mujer, en específico, aquel que se refiere a la total autonomía respecto de su cuerpo.
En un escenario saturado de puntos de vistas -y escaso de razones y evidencias- insistir en una moral integradora -que se autodefine como tal sin ningún consenso social- se convierte en un gesto perverso de control, perfectamente calculado, que impacta sobre la vida y los derechos del otro, unas veces por capricho y otras tantas como demostración de poder.
“No hay ninguna mujer en el mundo que aborte sin sentir un dolor profundo” sentenció con voz sentida pero no menos convencida el militante UDI en el programa de conversación “El país que queremos” de TVN, sin embargo, por ignorancia o mero arrojo, no anticipó que en el panel que compartía con otros representantes, había una mujer, de esas que tienen la facultad de parir, que no dudó un instante en corregir su ideológico axioma sentenciando: “No, no sentí dolor al abortar”.
Toda disputa ideológica está condenada a una resolución imposible cuando es la creencia que obra en escenarios donde debiera dominar lo razonable. Y no quiero decir con esto que la fe, cualquiera que esta sea, queda fuera del discurso público, no obstante, en materias sociales, donde se intenta gobernar a una mayoría heterogénea en creencias, esos elementos ideológicos difícilmente permiten que sus voceros practiquen lo que predican, y por el contrario, demuestran una pasmosa ausencia de empatía y el otro, ese que tratan como hermano en varios de sus versos, se convierte en un ente abyecto, torcido y bruto que debe ser corregido en nombre del dogma de turno.
¿Qué podemos hacer para romper esta traba? ¿Desde dónde debiéramos razonar en lo público? Sería muy fácil cerrar la controversia bajo la sentencia de darle “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” en tanto nuestro país desde 1925 constituye la separación del Estado con la Iglesia -aquella más grande y representativa en la perspectiva histórica- empero la realidad nos avisa que tales influencias siguen estando presentes, no desde lo espiritual sino de lo político. Con el ánimo de abrir esta discusión a instancias de resolución más integradoras y por ende menos hegemónicas y devotas es que avanzo en las siguientes precisiones.
Volviendo al caso que convoca esta reflexión ¿es válida la opinión de alguien que no ha vivido cierta situación? Claro que sí. De lo contrario no podríamos hablar de historia, no podríamos reflexionar acerca de aquello que no está dentro de nuestro rango de acción y desde allí el ser político se constituiría como una ilusión sin sentido. Podemos opinar de todo si estamos informados, si somos capaces de dotar nuestras ideas de aquello que se hace relevante, aceptable y suficiente. Sin embargo, el militante gremialista trae una aventurada ilusión a la mesa de la discusión con su premisa universal “No hay mujer en el mundo” ¡Vaya muestra de poder! Evidentemente su constatación está fuera de todo margen de acción, la posibilidad de verificar el dolor en cada una de las mujeres de este planeta, incluso pensando en una jugada de carácter retórico, o de fin estético, es imposible y -por lo mismo- inaceptable, no hay lógica posible en la especulación ampulosa, por esta razón, ante la absurda verificación, no hay argumento negociable. Sentencias de este tipo, por relevantes que parezcan, no ayudan en absoluto a la resolución del conflicto y solo agitan las confusas aguas de la ideología, aquellas, donde los menos favorecidos naufragan peligrosamente.
¿Y ella -que claramente no representa a todas las mujeres- es entonces una voz legitimada acerca del dolor? La respuesta es un rotundo sí, pero, su afirmación adolece de suficiencia, es decir, honrando a la razón sobre cualquier inclinación doctrinaria, Antonia, representante de Convergencia Social, posee un argumento relevante, ya que una mujer que ha abortado y luego ha decidido voluntariamente dar a luz tiene que ver directamente con el debate en curso, además es aceptable en tanto no atenta contra la lógica, a saber, una mujer que aborta expresa desde una experiencia comprobable que tal situación no ha sido dolorosa. Faltaría entonces aquello que prevalece en democracia que es la opinión mayoritaria de quienes son partícipes de tal reflexión, es allí donde nos faltarían más afirmaciones del mismo tenor.
En suma, Antonia tiene un argumento que necesita de una muestra más amplia para convertirse en una certeza irreductible y esta ha de conseguirla a la brevedad en sus representadas, Arturo, por su parte, no tiene si quiera un argumento.
¿De qué dolor habla Arturo? ¿Es su definición de dolor integradora con el otro? A sabiendas de que no lo ha experimentado y en el mejor de los casos es receptor de información de terceros, no avanza sobre la complejidad del vocablo, ya sea por desconocimiento o estrategia, dejando en la ambigüedad aquella condición que en el mejor de los casos puede ser entendida como física o sicológica y, en ambos, la resolución es del todo distinta. Para la experiencia tangible bastaría con explicar el proceso abortivo, en condiciones deseables y no clandestinas, y desde allí regular la escala de dolor que, conociendo los avances de la tecnología médica en tanto intervenciones de carácter ginecológico, difícilmente van más allá de las molestias post operatorias de cualquier intervención programada. En cambio, si su intención era hablar de un proceso intrapersonal, nuevamente su afán queda supeditado a las variadas e íntimas formas de sobrellevar la tristeza -si es que esta se presenta- volviendo su gesto argumentativo impreciso en tanto resolución, aunque rico en tanto persuasión emotiva. En palabras simples, moviliza emociones, incluso en la forma dramática que verbaliza en cámara, con el fin de ocultar la imposibilidad pragmática de su argumento. Un truco que los comunicadores que trabajan en las áreas de publicidad y propaganda lo conocen muy bien: “Conmueve y vencerás”.
Pero el mundo, y en especial nuestro país, ha cambiado vertiginosamente desde los levantamientos sociales de hace ya casi dos años. El acceso a la información ajena a las editoriales conservadoras ha conseguido, para bien y para mal, abrir la discusión sobre temas que se consideraban insolubles y desde allí, las minorías excluidas del discurso social han encontrado el ideario para contrarrestar los ataques ideológicos con ideas, razones, tanto o más suficientes, empero correctamente argumentadas que llevan la disputa al escenario democrático de la razón, donde todos podemos participar sin temor al martillo de Thor o a la ira de Cthulhu. Nuestra fe y nuestra intimidad quedarán protegidas en la experiencia reveladora de cada cual, y allí serán invencibles, no obstante, a la hora de participar de lo público, la razón será la clave para la resolución de conflictos, desplazando la particularidad del dogma por una pública, genuina y empática reflexión social.