Tensa calma y el miedo «a un retorno a la violencia directa», el día después del golpe en Myanmar
"Por un retorno a la violencia directa contra la población, incluidos arrestos masivos y grupos paramilitares", dijo a Télam Matthew Walton, profesor de la Universidad de Toronto y especialista en estudios birmanos.
Las Fuerzas Armadas derrocaron ayer al Gobierno y detuvieron a los principales políticos, entre ellos a la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, bajo el argumento de que no se hizo nada ante las denuncias de fraude en las elecciones de noviembre pasado hechas por los propios militares.
El actual jefe del Ejército, el general Min Aung Hlaing, con una causa en la justicia argentina por genocidio, se autoproclamó líder por un año para luego celebrar elecciones «libres y justas».
Puso fin así a una década de Gobiernos civiles que asumieron tras casi medio siglo de dictadura en un país que tiene una larga historia de conflictos entre etnias desde su independencia del Reino Unido en 1948.
«No veo perspectivas de fuertes coaliciones entre grupos de derechos humanos (en gran parte urbanos) y activistas étnicos o grupos armados. Eso sucedió durante breves períodos de tiempo en la década de 1990», explicó Walton sobre esta división interna que ayudó a que el Ejército haya tomado el control, hasta ahora sin resistencia, en una calma que parece muy frágil.
«Realmente me preocupa que vuelva la violencia directa contra la población, incluidas las detenciones masivas y posiblemente ahora el despliegue de grupos paramilitares poco organizados para reprimir e intimidar», manifestó el académico, fundador del foro Tea Circle surgido en la Universidad de Oxford para pensar la situación política y económica de Myanmar.
Cientos de miles de personas fallecieron y millones fueron desplazados en las últimas siete décadas por la violencia interna, inclusive en este último período democrático como ocurrió con los rohingyas, una minoría musulmana brutalmente reprimida por el Ejército con el apoyo del Gobierno civil, denunciado como genocidio ante la Corte Internacional de Justicia.
El trasfondo de esta situación es que las Fuerzas Armadas nunca terminaron de ceder el poder, ya que por Constitución tenían garantizado al menos el 25% de las bancas del Parlamento y el control de tres ministerios claves (Interior, Defensa y Fronteras), algo que la Liga Nacional para la Democracia (LND), el partido de Suu Kyi que gobierna formalmente desde 2015, nunca intentó reformar pese a sus promesas de campaña
«De alguna manera, es sorprendente (el golpe de Estado), ya que la Constitución da un pase libre al Ejército en varias áreas clave, y Suu Kyi excusó e incluso apoyó sus campañas violentas contra los rohingyas y otros grupos étnicos», afirmó Walton.
«Por lo tanto, no está claro qué más podrían obtener de este golpe directo que aún no tengan. Quizás un objetivo a corto plazo es revisar la Constitución para restringir o controlar aún más las reglas electorales y poder suprimir legalmente los votos de la LND», estimó.
El partido obtuvo el 80% de los sufragios en los últimos comicios, pero los militares denunciaron irregularidades y reprocharon al Gobierno haber decidido celebrar las elecciones en medio de la pandemia de coronavirus, argumentos esgrimidos para tomar el poder por la fuerza el día que tenía que asumir el nuevo Parlamento.
«Algunas personas están sugiriendo que las circunstancias tienen menos que ver con las elecciones en general y más con la forma en que los militares, y específicamente el general Min Aung Hlaing, ven sus perspectivas en el futuro», precisó el profesor de la Universidad de Toronto.
«Si el análisis es correcto y Min Aung Hlaing quiere una carrera política posmilitar, las victorias electorales aplastantes y consecutivas de la LND y la figura de Suu Kyi no auguraban nada bueno para sus perspectivas», prosiguió.
«A pesar de lo preocupante que fue durante los últimos cinco años ver importantes manifestaciones pro-militares en todo el país, los resultados de las elecciones indican que grandes grupos de personas apoyaron la acción contra los rohingyas pero no el control político militar», añadió, en referencias a la lluvia de denuncias de limpieza étnica y genocidio contra esa minoría musulmana.
A pesar de esa oposición a un nuevo Gobierno de facto, no hubo hoy protestas en las calles ante el temor de la gente a represalias, informó la agencia de noticias AFP.
«Todo el mundo sabe que los soldados están armados y pueden disparar», dijo Maung Mu, un vendedor de periódicos en Rangún, la ciudad más grande del país.
Las conexiones telefónicas y el acceso a Internet, que se habían interrumpido el día anterior, volvieron a funcionar, los bancos reabrieron, pero el aeropuerto internacional seguía hoy cerrado.
Sin embargo, los mercados y las calles, que en general estaban animados a pesar de la pandemia de coronavirus, estaban más tranquilos que de costumbre.
Mientras tanto, cientos de diputados de Myanmar estaban hoy bajo arresto, confinados en el complejo donde viven y rodeados por tropas.
La LND pidió hoy en Facebook la «liberación» inmediata de Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz de 1991 y de otros líderes del movimiento, denunciando una «mancha en la historia del Estado y del Ejército» de Myanmar, la ex-Birmania.
Mientras tanto, fuera de las fronteras la gran expectativa hoy está puesta en lo que debata el Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pidió ayer a la comunidad internacional que «hable con una sola voz para exigir que el Ejército birmano abandone el poder inmediatamente», y la ONU y la Unión Europea condenaron unánimemente el golpe.