A propósito de pobreza

Por Gonzalo Moya Cuadra, licenciado en Filosofía

La pobreza es la condición de aquel ser humano o conjunto social adolescentes de las mínimas necesidades para vivir dignamente, estado que afecta aproximadamente a la mitad de la población mundial, debido más que todo a un capitalismo deshumanizado que jamás estará al servicio de los literalmente explotados.

Igualmente, a la gran problemática de la corrupción, a los conflictos armados provocados por países desarrollados que buscan recursos naturales en países subdesarrollados o al crecimiento demográfico de la población, entre algunos factores, que revelan una abisal desigualdad crematística, posiblemente indicativa de una nueva especialización antropológica.

Asimismo, al calentamiento global, provocador de grandes desastres económicos y ecológicos, la mayoría de ellos causados por actitudes insensatas de líderes insipientes e ilógicos que no han entendido el verdadero sentido de una realidad previsible.

Sabemos que la pobreza es un mal endémico de la humanidad que la ha acompañado desde que empezó a escribirse la historia. Ergo, aparece también la pobreza cultural, la pobreza de legados políticos trascendentes o la pobreza sociológica que atenta al no reconocimiento de las comunidades indígenas como parte integral de una nación, la pobreza del discernimiento cabal cuando no se reconoce los derechos de las diferentes opciones sexuales, la pobreza política que evita promulgar serias medidas anti corruptivas o para defender los legítimos derechos de la mujer.

Toda esta carencia cultural es avalada por un conservadurismo retrógrado, ya obsoleto, que en la realidad debería combatirse con suasorios y liberadores mecanismos culturales para lograr un sólido concepto de realización social.

Empero, hay hechos inentendibles y nefandos que permiten inferir que la humanidad sólo está sobreviviendo para no trascender, pues ha perdido la indispensable categoría cultural.

Ni siquiera la tecnología, campo frío e impersonal, permitiría augurar un futuro promisorio. Pareciera ser que los componentes culturales están socavados por la apatía y la mediocridad, elementos que dificultan el camino hacia un sólido concepto axiológico.

La desigualdad social ha mermado la capacidad de diálogo y la consecuencia inmediata es la debilidad democrática, en complicidad con la mayoría de las instituciones políticas, religiosas, éticas o de cualquiera índole, simples fautoras de la amoralidad, o sea, son asténicas la libertad de conciencia, la convivencia ética, la libertad de expresión y la decencia política. Entonces, lo humano debería ser el fin principal para el nuevo orden social, moral, justo y creativo, progresista, comunitario, tolerante y adherido a una visión futurista, humanizada, racionalmente igualitaria y fiel a una histórica realidad.

No podemos seguir inmersos en la barbarie cultural y en el agiotaje económico, claramente desencadenantes de pobreza, injusticia e inhumanidad.

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El Periodista