Todo está guardado en la memoria
Por Mia Dragnic García, feminista, socióloga y candidata a doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile.
Mi padre comentaba siempre con desagrado y asombro lo parecido que era el uniforme militar del ejército chileno con el uniforme nazi. Este comentario volvía cuando nos cruzábamos algún/a ciclista con uno de esos cascos oscuros, verde o negro, que protegen hasta las orejas. Recuerdo que él simbolizaba en esta estética prusiana popularizada, los resabios del fascismo chileno y decía con pesar, que esto indicaba lo profundo que había calado la dictadura en Chile.
Desde hace varios días estoy pensando en estas alegorías militares, pues revisando las listas de izquierda para candidaturas a constituyentes, noté en una, que, entre varias conocidas figuras, aparece un exmilitar, Rafael Harvey Valdés, quien ahora prefiere ser conocido como un abogado defensor de los DDHH y no como un oficial del ejército de Chile.
Sin embargo, en sus redes sociales hasta el día de hoy, aparece vistiendo su uniforme y cuando se luce un uniforme, no es el individuo el que importa, sino la institución a la este que representa. Pero esta no es una imagen cualquiera, lleva una boina azul y en los brazos carga a un niño/a afrodescendiente con la mirada perdida, que está alzando el dedo pulgar en un gesto aprobatorio. Es una imagen desoladora y tétrica, que fue tomada en medio de una ocupación militar imperialista en la que el Estado de Chile participó, denominada MINUSTAH (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití).
Desolador y tétrico este retrato, incluso en conocimiento de las buenas hazañas que llevaron al Sr. Harvey a la cárcel y a la TV, por denunciar algunas situaciones de corrupción al interior del ejército.
El ex oficial, dado de baja por las acusaciones que ha impulsado en contra de su institución, afirma que estuvo durante un año en la base militar chilena de Puerto Príncipe, desde junio del 2012, ejerciendo como Subjefe de Planes y Decisiones Estratégicas de la misión, sin tropa alguna a su cargo y sin haber notado ningún tipo de abuso por parte de sus compañeros.
Poco se habla de lo que significan realmente algunas de las Misiones de Paz de la ONU en el mundo, aunque desde hace más de tres décadas se están elaborado estudios referentes a la explotación y el abuso sexual que han ejercido los militares responsables de llevar la paz a los países que esta organización considera en crisis.
El primer informe que se realizó fue sobre la ocupación que hizo la ONU en Mozambique entre 1992 y 1994 (Lee y Bartels: 2019) ¿Qué ha sucedido con estás denuncias? Nada, continúan las misiones colonialistas en las que las agresiones sexuales son prácticas de guerra sistemáticas, inmunes e impunes. De esta situación dan cuenta los resultados de la investigación realizada en Haití (Aytí) por Sabine Lee y Susan Bartels[1], en la cual señalan que 265 niño/as nacieron a causa de violaciones ejercidas por los Cascos Azules a mujeres y a niñas desde los 11 años.
Chile ocupa el cuarto lugar de los países con mayores militares violadores entre las 23 naciones que participaron en la MINUSTAH según este estudio, cuyos resultados circularon en los medios de comunicación chilenos hace más de un año. Hasta ahora, ni el ejército, ni el Estado, ni el gobierno, ni militar alguno, se ha manifestado al respecto.
Ojalá proliferen militares, carabineros y policías de investigaciones disidentes, que sean capaces de enfrentar lo deplorable de las instituciones que organizan la defensa del país, esto es clave para pensar en su refundación y desmantelamiento, pero es imposible hacerlo si las violaciones a los derechos humanos no ocupan el centro del problema. No olvidemos que el único juicio que tuvo Pinochet en Chile fue por casos de corrupción. Ningún acto que enfrente judicialmente al ejército, debe poner en segundo plano el hecho de que la institucionalidad militar ha sostenido una política de violencia sexual en países ocupados, de la misma forma en que aquí las policías torturan a niñas y niños mapuche. Estas son denuncias que deben ir en primera línea.
Del mismo modo, creo, que nada puede justificar que un miembro del ejército participe en política, menos aún cuando se trata, paradojalmente, de escribir una nueva constitución que deje atrás la impuesta por un régimen militar.
Después de todo lo que ha sucedido, lo más importante es que seamos capaces de fortalecer izquierdas antimperialistas y antipatriarcales, en vez de dedicarnos a hacer pactos y malos cálculos electorales que nos dividen y que han negado la posibilidad de que la nueva constitución surja de una experiencia realmente participativa y popular.
Hubiese querido contarle a mi viejo que el 18 de octubre agigantó las grietas de los ladrillos que impuso la dictadura, y que han marcado el camino para hacer política en democracia, pero, algo sabía mi padre sobre la continuidad de los totalitarismos. Supongo que, el haber crecido durante la ocupación nazi-fascista de Yugoslavia le entregó elementos para reconocer las formas en que esto prevalece en tiempos de mayor alegría.
[1]Sabine Lee y Susan Bartels son profesoras en la Universidad de Birmingham y de la Universidad de Queens respectivamente. El título de su estudio es: “They Put a Few Coins in Your Hand to Drop a Baby in You’: A Study of Peacekeeper-fathered Children in Haiti”.