Caminamos sobre lágrimas, lloramos al nacer, a veces al morir, tememos a la Nada. Vivimos atormentados por amor o desamor, insistimos en la esperanza. El poeta escribe como un acto de dolor, lo poetiza, quiere encontrar un camino clandestino para conocer la muerte o el amor. El poeta se pregunta por el sentido de ser poeta, escribirá poesía porque no sabe lo que busca, empero sigue buscando.
Habla de la inmortalidad sabiendo que todo desaparecerá, la poesía se esfumará. La única ganadora siempre la muerte será. Nada quedará. Su musa, lejana, cercana, fuente reveladora, sabe que sabe o no sabe que la poesía es la búsqueda del misterio, sabe que sólo ella lo salvará de la muerte mientras viva.
El poeta es un mistagogo, un humano extravagante, peregrino, creador de palabras inexistentes para amores existentes. El poeta poetiza, bebe café con el tiempo, fuera del tiempo. Vive, no vive. Muere, no muere. Solitario por naturaleza, habita un mundo que no es su mundo, un espacio de silencio, ama sin esperanza. El poeta es antinómico per se, conversará cada día con muertos prisioneros, muertos que no entienden la muerte. “Yo no hablo, yo escribo abecedarios muertos, yo no hablo, yo escribo sabiendo que estoy muerto”. Crea idiomas imaginarios, paralelos, escribe sabiendo que su poesía jamás cambiará al ser humano, tan lejano y, sin embargo, tan cercano a él. El padecimiento debe estar presente en la existencia poética. Neruda y sus ardientes amores, enamorado del amor y la política, de una hermosa mujer, mujer arcana, mujer política, laica e inteligente, amores clandestinos, creador incesante de verbos amarantos; Vallejo, vate laberíntico e incurable angustia metafísica, vivió agobiado por la muerte y literalmente por el hambre, murió de ayuno, cadavérico, real; Heraud, poetizó la política, “como proceso histórico de liberación humana”, presintió el rumor metálico de la desesperanza sabiendo que la vida misma está circundada por un cáliz de injusticia; Alberti, inmenso poeta, expresó lo inenarrable con verbo enérgico, lumínico, humanista; García Lorca ¡ qué muerte más irracional ¡ ¡ qué dictadura más feral ¡ ahora, un montón de cenizas incorpóreas esparcidas en galaxias poéticas; Cardenal, como parte fundamental de la Teología de la Liberación, optó por la pobreza de los pobres , por una nueva manera de entender la vida, esa vida que habla al amor, el amor utópico entre aves terrestres y estrellas acuáticas, verbalizó el amor epigramático, sollozante e inolvidable; María Emilia Cornejo, adscrita también a la corriente progresista del catolicismo, rebelde impenitente, poeta erótica, poeta del amor derrotado, su tragedia fue que entendió la vida; Norma Laferte, Mon maternal, poeta original, sensual, cantautora genial, Norma construye el amor, se hace el amor, luego, inventó el nuevo amor, franco, lúcido, Norma florecida, poetiza el amor, sin espacio ni tiempo, Norma feminista, transgresora, carismática; y otros poetas, Benedetti, Gelman, tantos más que vivieron y murieron entre el amor y la política. La muerte para todos es un quizás, para el poeta simplemente es. Presentida muerte, lo final. No será posible para el poeta conquistar el lenguaje perfecto. Morir no es algo desconocido para él, busca el tiempo perdido, alguna vez encontrará el rastro del amor desaparecido.
El poeta también tiene actitud política, crea con pavor en dictadura, necio censor. Así podrá enfrentarla escribiendo verbos incansables, terrenales. Sólo así podrá decir más de lo permitido. Su creatividad es una poderosa fuerza dialéctica que despeja las tinieblas del oscurantismo opresor. El poeta imbrica pensamientos clandestinos con palabras invisibles e indescifrables, intuyendo que lo terrible pronto pasará. El poeta sabe que en dictadura tiene que poetizar un nuevo lenguaje de profundo sentido liberador. Humaniza la política, la entiende como una acción dicotómica, vital y mortal, la estructura con palabras dolorosas,, anticipadas, la idealiza como ser sensible que busca una sociedad realizada y un pensamiento mayor.