Mon de América: Imaginarios populares y estéticas de la informalidad

Por Mauro Salazar, sociólogo

Cuando obviamos las añejas distinciones entre lo culto y lo popular nuestra industria mediática cada tanto nos brinda algunas satisfacciones.

En alguna época supimos de la notable presencia de Lucho Gatica en la capital Azteca desde 1955. «No me platiques» abrió una leyenda en México para los tiempos venideros y el rey del Bolero compartió escenarios y pantalla con artistas como Miguel Aceves Mejía y Pedro Vargas. Luego una sucesión de hitos, «Encadenados», «La Barca». Y de allí la posteridad innegable en el concierto iberoamericano. El primer «latin lover» de la época.

Dos décadas más tarde, y bajo otro imaginario, irrumpieron Los Ángeles Negros con un éxito arrollador en Perú, Ecuador y Venezuela, hasta alcanzar la cúspide e inscribirse en la historia cultural de México.

Y cómo no recordar a nuestro Luis Miguel: Germaín de la Fuente, quién en una decisión enigmática, luego de su ultimo LP en 1974, donde brillaba con el tema «Aplaude mi final», decidió abandonar la banda originalmente fundada en San Carlos (1968). En los últimos años Germaín, deudor de la influencia de Yako Monti, habría abjurado de tal decisión.

En otro terreno de poesía y canto popular es imposible obviar el talento universal de Violeta Parra y el aporte insondable de Víctor Jara. Luego habría muchas cosas que reconocer, bandas, letras y solistas, con éxito regional como Antonio Prieto, su penetración en la industria Argentina que lo llevó a incursionar en películas y tangos, y a poco andar la obtención de un Martín Fierro en 1963.

A mi juicio esta tríada, matices mediantes, ordena un primer pedestal con sus «piochas de bronce».

En nuestra parroquia luego supimos de La nueva ola. Más tarde, desde los enlutados años 70′ y 80′ Los Jaivas afianzaron su protagonismo regional y a poco andar la irrupción de Los Prisioneros activó un imaginario de resistencias que aún ilumina el diálogo generacional en distintos países de América Latina.

Alguien podrá imputar que se comete una tremenda injusticia -al mezclar diversos climas culturales- y soslayar otras voces, compositores y bandas, como el caso de Los Tres. Más aún con la masificación de nuevas tecnologías de la comunicación; la redes sociales, Internet, Instagram, hasta el podtcas, sin olvidar Spotify. Y sí, hay algo de cierto en ese reclamo, sobre todo en ciertos interpretes o géneros que lograron trascender las fronteras con letras y composiciones que cifraron hitos en el imaginario popular.

Todo eso debe ser valorado sin aplomar sus méritos. También se podría replicar que los cambios radicales de la «sociedad digital» implican la hiper-mediatización de la industria cultural y que hemos transitado de territorios a comunidades virtuales bajo los flujos mediáticos de la globalización. En efecto, abrazamos tecnologías que operan como dispositivos horizontales para usuarios afiebrados o «cool» ante el creativo y apasionante repertorio de Mon Laferte.

Cabe subrayar que la noción de usuario supera por lejos el modelo emisor-receptor, pues, en último término, un usuario constituye una componente funcional de las redes.

Sin perjuicio de lo anterior, y admitiendo una diversidad de matices y omisiones, la elasticidad de una voz -caso de Mon Laferte- entremezcla estilos y estéticas que dan cuenta de una tremenda «potencia imaginal». Aquí la comunicación visual tiene un suelo en la hibridación cultural del folclor regional. Lo vintage, la porteñidad, el jazz, el rock, la balada, expresiones criollas y ese desgarro donde el cerro de Viña se alza en voz y prosa ¡tu falta de querer! Ciertamente, hay raíces no siempre explicitadas que se encuentran en Cecilia, Maritza, y algo de nuestro Germaín de La Fuente. De allí la cantante del momento extrae un conjunto de fusiones y recursos vocales que le permiten frasear invocando una rica gama de registros.

Y es que Norma, Mon Laferte, hereda un apellido paterno que tiene un lugar en la cultura política de la sociedad chilena y que hunde sus raíces en Santa María de Iquique.

«Normita» hipnotiza por cuanto supo romper con los estrechos moldes de importación cultural instaurando un «swing continental» que en su experimentalidad -no eurocéntrica- conecta pueblos, paisajes y estéticas de informalidad y supervivencia.

Ello comprende la versatilidad de un conjunto de géneros donde reina la mundanidad; la interculturalidad como proceso comunicacional; la profanación que evita lo monumental y que conecta velozmente con la «simultaneidad generacional» que informan nuevos procesos de consumo.

El activismo que le imputa nuestra sesgada industria televisiva con sus memorias insípidas no es un detalle: el uso de su cuerpo, abundante en tatuajes, y la denuncia de muertos y torturados (18/0) dan cuenta de la simbolicidad de los oprimidos desde la producción política del espectáculo.

Y así lo dijo; Mon genuinamente arremetió contra la violencia del orden ejemplificada en el abuso de cadenas de Supermercados y la impunidad crediticia. Y faltó agregar la indolencia de un sueldo mínimo en el Chile Millennial. Más toda la informalidad urbana, cultural, productiva y regional que el capital financiero administra al filo de la ilegalidad.

Lo importante a mi juicio es la fluidez para movilizar imaginarios en estado de experimentación -sonoridades nómades- que pueden ligar pueblos, imágenes, pliegues, géneros disimiles que sin embargo se pueden dar cita en una calle de nuestras riberas vernáculas.

Quizá Mon es un anclaje que aún no pierde la «fluidez» de un «experimento popular» donde se despliegan múltiples hebras que entran en relación con un archivo de memorias e imágenes plebeyas. Podría ser Vera Cruz, Córdoba o Valparaíso, pero también el Auditorio Nacional, el Luna Park, o el Madison Square Garden. «Callejear» un poco con la alternativa inglesa, con Mariachis, ir del vals a la balada. Una secuencia rapsódica capaz de armonizar temporalidades y lenguajes en tres movimientos, o bien, en un video clip. Melosa y desafiante en segundos.

Y ese dinamismo que la Industria Mexicana supo leer en la tesitura de Mon no sólo habla de su infinita versatilidad vocal y despliegue escénico, sino que hace danzar pueblo y calle con el «desgarro» que finaliza cada agudo librado al vértigo de una vocal doliente donde muerde letras y alardea con el temperamento. El «desgarro» para muchos puede ser un recurso efectista, pero eso no opaca a solistas o músicos de la talla de Piazzolla.

Aquí lo sustancial es su inscripción en la «olla flaca» de la porteñidad y sus bares. Invocando a Bolaños cuando nos decía que los poetas la pasan muy mal, qué secreto tiene ese «desgarro» que se sale de la técnica entre juego y danza y nos permite callejear y popularizar un «grito de calle» que ha surcado a la región en los últimos años. Desgarro entre pueblo y calle que nos enseña que no es posible erradicar la rica creatividad pordiosera de «Macondo América». Desgarro por un padre que se fue antes de tiempo, y nos recuerda la vigencia de un «Chile de huachos». Desgarro por el cáncer a la tiroides y las temibles quimioterapias: desgarro por haber entregado tanto amor a la época enlutada. Desgarro porque no todos los músicos pudieron librar la supervivencia de bares y la vida clandestina. Por fin la población Rocío de la Esperanza, en el sector de Gómez Carreño, posible zona de contacto entre su inconsciente político y el «golpe popular» de octubre (2019). Quizá esa potencia expresiva, intensamente comprometida durante el año 2019, develó el abuso policial y la racionalidad cínica de nuestras instituciones y las falsas liturgias modernizantes del «milagro chileno». De paso desafió con una sonrisa los desgastados formatos de matinales y sus rostros impunes.

A su manera Mon Laferte reinterpreta los años cincuenta de una manera «edgy» y contemporánea. De hecho, se ha definido como inquieta, y librada a experimentar con pinceles y prendas que suele improvisar incesamente. Con cierta velocidad no faltan quienes la han comparado con Amy Winehouse. Pero a decir verdad Mon es un mezcla de estilos con dimensiones multirreferenciales, eclécticos y herejes, pero debidamente apoyados por la industria mexicana. Una intensidad de flores, muy valoradas en la capital Azteca, con un rojo intenso de la calle roja y el maquillaje noir. Tampoco ha faltado el guiño a Frida Kahlo y Edith Piaf. Inclusive en el acompañamiento que hizo a Raphael -divo de Linares- en ocasión de los 60 años de trayectoria, en estricto rigor la primera voz podría haber sido ella. Pero esto representa una afrenta a la luz de un nutrido historial tan prolongado y lleno de hitos memorables.

Por último, Chile y su ley maldita le hizo dos donaciones. Una más honorable que la otra. La afasia cognitiva de la industria discográfica para no detectar ningún talento -tesitura- a tiempo y agotar el arte popular. Quizá esa pereza de guionistas y reyezuelos del espectáculo que abultan la precarización de la creatividad, al final le significó un gran favor a Mon y permitió la ansiada experimentalidad de géneros. De otro modo, se hubiera tenido que resignar a usar pinceles vencidos y una infame sumisión a matinales y Monticello. El año anterior hubo un segundo favor de nuestra trama político-cultural. En medio de la revuelta, y bajo pensiones de hambre y una tos de esclavos que se expresa en el ansiado 10% de las AFP, nuestro despotismo hacendal intentó hacer cumplir la ley de la mediocridad institucional. Al amparo de la alianza carnal entre el general Rozas y Sebastián Piñera, fiscalía ofició a Mon para que aclarará sus dichos en materia de DDHH. Nuestra oligarquía furiosa que administra los pactos mediáticos moduló las formas de investir esta nueva voz y cinceló su visibilidad mesurada en los programas más frecuentados.

Y esto es inédito pues no sólo Mon dejó caer un pelo en la leche, sino que dejó abierto la pornografía que acompaña nuestra descomposición institucional develando el hambre de la modernización chilena (1990-2010). Nuestra impunidad debía ser denunciada por cuanto la perversión del caso chileno se ha tornado transparente. Una impunidad al desnudo y que desde un exceso de luz ya no necesita ficcionar nada por cuanto la paramilitarización de carabineros no es un secreto para nadie: la visibilización glotona actúa como una suerte de tecnología política que aplaca la crítica. Ello al punto de que la saturación mediática genera un exceso de visualidad que impide una politización de la mirada. Con todo es la hora de las redes sociales. La miseria de los rostros que administran la memoria de los matinales y sus nexos con el conservadurismo cultural permanecen en estado de mudez. Es la vieja herencia hacendal travestida en un formato televisivo que no interroga sus pactos de impunidad.
El padre tiempo dirá, pero aquí yacen esperanzas.

Por de pronto ¡Mon de Iberoamérica!

1 comentario
  1. Francisco dice

    Mon Laferte está mas allá de la capacidad que tenemos de sintetizar el hoy. Podrá verse en el futuro, cuando el tiempo y la distancia permitan entender su arte inmenso y maravilloso. Gracias Mauro por intentarlo.

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