★★★☆☆ (3 sobre 5)
Si hay algo que queda claro al escuchar este disco una y otra vez -y dejarlo descansar para un análisis fresco- es que no es el “McCartney III” que muchos esperábamos, siguiendo la evolución y la secuencia de los volúmenes anteriores.
Este es otro disco de Paul llamado convenientemente “McCartney III” para la ocasión, para ser vendido como lo que es, un álbum que da cuenta de un encierro físico causado por un virus, muy distinto a aquella pasión post Beatles que le llevó a vomitar el “McCartney” en 1970 o el golpe de timón que significó terminar con su gran banda de los 70’s -Wings- conocido como “McCartney II” en 1980.
No, acá el Rey Midas de la música, simplemente hace coincidir las fechas, con dos décadas de distancia, para poder finalizar -forzosamente- una trilogía que ameritaba algo ampliamente distinto o al menos concordante con sus antecesores.
A falta de experimentación, propia de los álbumes I y II, mantiene cierta honradez en el hecho de no pretender nada más que divertirse y hacer música grabando en su propia casa en lo que llamó “Rockdown” en referencia y juego con la palabra “Lockdown” (encierro en inglés). El trabajo musical en algunos pasajes alcanza a recordarnos al fabuloso “Chaos” y eso se agradece mucho, sin embargo, en otros, la saturación perversa de “New” o “Egypt Station” acaba con la experiencia armónica. Los juegos rítmicos y vocales de soporte electrónico le dan una cierta continuidad con los discos que venía haciendo, no obstante, esa peculiar familiaridad impide reconocer la placa como la pieza faltante de la trilogía. Un Beatle – sobre todo Paul- que no ofrezca armonías y originalidad es algo difícil de aceptar.
Todo comienza con “Long Tailed Winter Bird”, canción que intenta llevarnos al sonido folk del “McCartney I” y es musicalmente un resumen de todo el álbum. Hay de todo un poco, pero sin ninguna identidad superlativa, un riff acústico que hace de entrada y salida del disco completo, luego instrumentos que se suman más esas voces sintetizadas que aprendió en sus últimos discos ¿para ocultar su voz? no lo creo, ni siquiera es necesario, ya que por temblorosa que está -Macca roza ya las ocho décadas- aún es correcta. Lo imagino cómodo en ese experimento.
“Find My Way” tiene una métrica encantadora, y en su letra despliega algo de optimismo respecto del panorama oscuro que enfrentaría el mundo en tiempos de pandemia, un lindo arreglo de melotrón como patrón repetitivo y las regulares apariciones de la Fender Telecaster de 1954 le otorgan un empuje soft rock muy del estilo de McCartney. Quizás una batería acústica pudo darle más cuerpo a la canción, pero cedamos a la electricidad de una creatividad fluyendo sin filtros.
“Pretty Boys” nos lleva a esos acústicos en Sol mayor que ya debieran ser marca registrada de Paul, sin embargo, es más de lo mismo, nos alegra poder reconocer la pieza y sus modulaciones tonales, pero nuevamente queda la duda acerca de su necesidad. Quizás la letra levanta el mérito acá y aparece un McCartney crítico respecto de la fama y la objetivación de aquellos -específicamente hombres- que usan sus normalizados cuerpos como herramienta de trabajo.
“Woman And Wives” es Paul dando consejos de viejo sabio, acerca del amor y de cómo hacernos responsables de nuestra madurez. Un blues correcto liderado por la voz, el piano y tocando el famoso bajo vertical -acústico- de Bill Black, músico de Elvis, esto de seguro lo hace especial.
“Lavatory Il” es quizás la canción con más presencia de la Telecaster 54’ en los riffs. Es un descargo sin nombre para alguien que se aprovechó de su amistad ¿Un técnico? ¿un productor? ¿una pareja? Solo aquella persona sabe. Parece un ensayo y no anda lejos, la toma vocal es la primera y Paul definitivamente no quiso hacerla nuevamente para guardar esa esencia de un álbum para nada pretencioso. En esto último no se equivocó.
“Deep Deep Feeling” tiene esa gracia aventurera del “McCartney II” que desaparece por completo en el resto del álbum. La excesiva longitud y sus múltiples capas, donde los instrumentos entran y salen a voluntad se conectan de muy buena forma con la energía que emana de la rabia debido a la claustrofobia del encierro, todo mezclado en una muy interesante letanía.
Seguimos con “Slidin”, una canción perfecta para tocar en vivo y lo más rockero del álbum. Cuenta además con una letra muy sugerente respecto de un placer por el cual llegaríamos incluso a dar la vida ¿quizás se refiere a ser músico? Solo el zurdo lo sabe. Mientras la escucho imagino la imagen de Paul volando en “Off The Ground”, ‘viajando’ a través de su música.
“Kiss Of Venus” es el resultado acústico de una particular melodía de guitarra que armoniza con una frase encontrada al azar en un libro de astrología que le regaló Jools Holland, una melodía pegajosa que por suerte no está en Sol -está en Mi mayor- y que irá a parar a la larga lista de gestos musicales sacados del sombrero de Macca.
“Seize The Day” será la canción que lleva el motivo de “Carpe Diem” y que nos insta a aprovechar cada minuto posible para no desfallecer en la monotonía del encierro. La melodía es una de las más hermosas del disco, un corte correcto en el que aparecen bien logradas las hermosas y clásicas armonías de Paul.
“Deep Down” es un cierre extraño. La mezcla entre la caja de ritmos y el sintetizador en los cierres de las frases musicales aparece forzada y sin sustancia, no es el “McCartney II” donde la experimentación podía transitar en los monótonos loops de ‘Temporary Secretary’ y aun así aparecer con el distintivo de lo original de un ex Beatle. Acá es otro jamming más, igual de electrónico, pero mucho menos sorpresivo, al cual se suman otra vez esas voces metálicas que hunden la canción en un balde de agua fría ¿quizás así lo busco? La canción dice que va a profundizar en algo, va avanzar en hacerlo bien y sin embargo difícilmente la recordaremos.
Luego llegamos al medley final donde McCartney vuelve al riff de apertura, llamado “Winter Bird”, una especie de puente que conecta con el colofón del disco y el revival de “When Winter Comes” como llamándonos a prestar atención a su reflexión final. La primera parte, un gesto técnico para vincular el álbum en una sola pieza y que consta de solo 25 segundos, seguido como un exabrupto de una particular canción que trae a nuestros oídos una voz más joven -28 años menor para ser precisos- producto de una toma descartada del álbum “Off The Ground” donde fácilmente podemos asociarla con “Calico Skies” y “Great Day” en tanto sonoridad y simpleza, siendo parte de la misma sesión de grabación y más tarde recuperadas para el álbum “Flaming Pie”. Es como ver una foto antigua de Paul en 1970 trabajando en su granja y que nunca pensaste encontrar en un libro, la sorpresiva aparición de este track, doblemente rechazado, es su único y gran mérito.
Me atrevo a decir que quizás “Chaos And Creation In The Backyard” fue el verdadero “McCartney III”. Claro, no coincide con la fecha premonitoria -aunque está más cerca de la década en cuestión- pero está ejecutado casi totalmente por McCartney y es su último gran trabajo en lo que concierne a una placa sin rellenos, sugerente en lo musical y de interpretación fantástica. La autoproducción ayuda a la honestidad y eso es algo que se rescata del “McCartney III”, menos efectos y más simpleza que los discos previos.
El problema acá es que estamos hablando de Paul McCartney. Si fuera otro músico, uno nada relevante, podríamos seguir aplaudiéndole hasta los gases (muchos aún lo hacen) pero es McCartney, el ex Beatle, el compañero de John, aquel que involucró a la banda en una experimentación musical sin precedentes, el artista que no se detuvo jamás y que es referencia obligada en cada celebración a la música. Para alguien así, la actitud fanática, esa que acepta cualquier cosa, es irrespetuosa con su enorme trayectoria.
Es como matarlo en vida.
Sin embargo, está en su derecho de calmarse, de hacer un disco “Chill Out” que puede ser escuchado en Starbucks (Debió ser este y no “Chaos” el que tuviera ese ‘honor’) con sonido 5.1 e infinidad de artilugios y demos que oculten las composiciones. Está en todo su derecho de simplemente mantenerse activo y no golpear la mesa con genialidades de las cuales ya nos legó demasiado. Quizás la carátula –un dado que muestra el 3- es parte de una aventurada premonición acerca de una obra dejada a su suerte.
¿Acostumbrarse a este McCartney? Difícil para quienes vibramos con sus mejores momentos. Tendremos que esperar a que la vida le permita lanzar nuevamente los dados, Paul tiene talento de sobra para seguir en el juego de la música y mientras tanto, el amor que reciba, enorme y merecido, seguirá siendo igual el que entregó hace ya un buen tiempo.
Disponible desde el 18 de diciembre -lanzamiento mundial- en streaming y formatos físicos.
*Periodista e investigador en pensamiento crítico.