Kill Pinochet: cuando la pantalla grande queda demasiado grande
Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.
Anticipar una producción cinematográfica con la alevosa sentencia de estar “basada en hechos reales” tiende a ser una invitación a navegar en ‘terra incognita’ para las expectativas de un film, no importando que tan ampuloso y provocador pueda ser su título.
Kill Pinochet (Matar a Pinochet) condiciona de forma brutal y en solo dos palabras las expectativas del público, sin embargo, escena tras escena, se diluye en la gramática ligera de lo que hubiera funcionado mejor como una miniserie nocturna con los actores del momento.
Es cierto, no es un documental -está muy lejos de serlo- su referencia principal es el libro “los fusileros” del periodista Juan Cristóbal Peña que transita más cerca de la novela que del reportaje, no tanto por la forma, sino por la falta de voces para recuperar de manera más adecuada aquel momento crucial en la historia de nuestro país. Desde allí, tenemos una especie de doble recocido -la novela y este trabajo- que se agota en argumento y cinematografía mucho antes de su primera media hora de proyección.
Una historia obvia que descansa en un montaje del todo flojo, considerando que hay un enfrentamiento armado a modo de clímax que no logra trasladar la tensión propia de los lanzacohetes y los fusiles de asalto que nos invitan desde el afiche en cartelera, más aún, sabiendo que tras uno de esos vehículos emboscados se encuentra uno de los dictadores más sanguinarios de la historia moderna. Llegado el momento, recordamos con cariño el mismo espacio en “Tengo miedo torero” que, a pesar de lo baladí y sin violencia de por medio, tiende a ser más justo en la simpleza de su argumento.
Matar a Pinochet sin Pinochet es un engaño, un gancho persuasivo básico y muy útil, pero que luego debe atenerse a las consecuencias. Del Frente ni hablar, todo es caricatura, desde el lenguaje “guerrillerístico” a la forma de resaltar los atributos del movimiento armado como algo que se narra y no se vive. Ciertas referencias a la desigualdad de género, como siempre forzosas, no logran ser lo suficientemente relevantes en el argumento para considerar que hay algún mensaje detrás de todo esto. El idealismo tampoco funciona, no se entiende, ya que no existe siquiera un antecedente o fondo histórico que, en la forma de una previa narración o flashback, pueda contextualizar todo el conflicto.
¿Qué queda? Una simple, y no muy iluminada historia de amor protagonizada por Daniela Ramírez (Tamara) quien se mantiene impertérrita en el dolor, desde su debut en las telenovelas por allá por 2011 cuando interpretaba una sufrida asesora del hogar llegada del Perú, actuando de sí misma como ya estamos acostumbrados en la amplia oferta del jet set actoral chileno. Mención muy especial a Gastón Salgado (Sacha) quien, con mayor realidad en su performance, logra plasmar la calle, la pobreza y la utopía del combatiente en un trabajo de interpretación honesto y poderoso.
Juan Ignacio Sabatini (director) es un profesional reconocido en el formato seriado, tanto así que acumula en su corta carrera dos premios Altazor como mejor director por “Los archivos del cardenal” (2012) y “Adictos al Claxon” (2013), sin embargo, el cine requiere de algo más que filmar por más de una hora. Metafóricamente, esta es la prueba fehaciente de que no es posible embriagar con el mismo licor distintas audiencias en distintos soportes.
Terminado el streamig aparece el estupor ¿qué vimos? ¿existe un género que pueda explicar esta forma de doble ficción? ¿qué tiene que ver Pinochet? A la postre, un trabajo audiovisual arrastrado con fuerza a la pantalla grande y que no logra hacerle justicia a tal honor.
★☆☆☆☆ (1,5 sobre 5)