All Things Must Pass: Medio siglo y la Catedral sigue en pie

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

Cuando los Beatles se separan en 1970, el impacto en el mundo de la música fue mayúsculo, el mismísimo McCartney expresaba su frustración en una serie de conductas erráticas, desde mensajes entre líneas a su alma gemela, John Lennon, hasta una profunda depresión producto de haber cargado solo el peso de la banda, enarbolando arengas en sus últimos trabajos como miembro de los Fab4, para volver al estudio y hacer buena música “como en los viejos tiempos”.

En esas últimas sesiones, George Harrison dejó de ser el Beatle “tranquilo” y comenzó a exteriorizar su fastidio mostrándose reticente a cualquier consejo de Paul, a esas alturas un pastor sin ovejas, derivando gran parte de su trabajo como músico a producciones para promover la “conciencia Krishna”, crear la banda sonora de la película “Wonderwall” (1968), animarse con una incomprendida pieza experimental conocida como “Electronic Sounds” (1969) y de paso probar, con la banda y solo si les apetecía, lo que más tarde serían las fundaciones de su debut como solista fuera de los Beatles y dedicado de lleno al Rock.

Desde 1968 en adelante, Harrison, muchas veces sin buscarlo, comenzó a ‘coleccionar’ material desechado por la banda o definitivamente compuesto de forma lateral para entregar al mundo una placa de su total autoría. Las negativas a incluir ciertas piezas en discos Beatle fueron su motor para pensar en algo que tomaría ribetes apoteósicos sin buscarlo siquiera. Un 27 de noviembre de 1970 el mundo cae rendido ante la famosa y bien conocida “Catedral del Rock”, el disco: “All Things Must Pass”.

Algo ya se podía anticipar de esa arquitectura sacra que se empinaba sobre tres vinilos -sí, tres, ya que hasta en eso fue adelantado- cada uno con un vitral de colores y sonidos sobrecogedor y que mostraba a modo de milagro, y solo a cuatro días del estreno, la canción “My Sweet Lord” que llegó a ser el single más vendido del año 71’ y número uno en casi todas las listas mundiales. La facilidad con que George transitaba entre lo sagrado y lo perfectamente humano serían la invitación a un culto irresistible. El Rock, la palabra divina universal y la simpleza de la mortalidad, todo en una misma ceremonia.

Más allá de la prodigiosa lista de canciones que componen esta liturgia, donde destacan con fuerza Isn’t it a pity, Beware of darkness, What is life y la homónima All things must pass, aparece también una colaboración con otro gran ungido de la música, Bob Dylan, en I’d have you anytime como coautor y revisitando su clásico If not for you. Si eso fuera poco, las horas y horas de grabación motivaron a Harrison a incluir un disco completo de ensayos -aunque el apelativo no le hace ningún favor- más conocido como “Apple Jam” donde participan en distendidas pistas de improvisación demostrando todas sus destrezas y en orden de gracia eclesiástica, Ringo Starr, Eric Clapton, Billy Preston, Klaus Voorman, Alan White, Gary Wright, Ginger Baker, Gary Brooker y la más mítica de las Apple Band, Badfinger, entre muchos otros buenos amigos del músico. La elección de los clérigos fue del todo emotiva, la mayoría grandes camaradas que asistieron a la llamada de Buda, incluido el polémico Phil Spector en la producción con su famoso y a veces presuntuoso ‘Muro de sonido’. Quizás, y para la anécdota pagana, la ausencia de esta cercanía la pagó muy caro el gran Phil Collins -un novato en esos días- quien, llamado para ejecutar las Congas en la canción The art of dying, terminó siendo editado de las cintas y eliminado de los créditos por decisión de Spector. Llamémosle un ángel caído.

50 años se cumplen de esta placa que provoca un antes y un después en la música popular, primero fue en los Beatles donde mezclaron lo clásico, lo étnico y lo visceral del Rock, más tarde fue George en su primer concierto benéfico para Bangladesh y en esta oportunidad la Santa Trinidad de lo que un disco puede significar para el momento musical y social. Porque el Rock puede ser motivo de alabanzas y George Harrison, necesariamente, ejercer como el pontífice de tal religión.
¡Alabados sean los 50 años de ATMP!

★★★★★ (5 sobre 5)

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El Periodista