Se cumplen 103 años del nacimiento de Violeta Parra, ícono de la canción latinoamericana
Dueña de una singular cosmovisión del mundo, “La Viola” -como la llamaban quienes la conocieron- supo sublimar sus contradicciones, su dolor, su agudeza y su ternura en canciones, pero también en arpilleras, pinturas, cerámicas y esculturas, muchas de las cuales fueron exhibidas en el Museo del Louvre de París. (Télam)
Hoy se cumplen 103 años del nacimiento de Violeta Parra, una de las artistas más reconocidas de Chile, cuya obra trascendió en el mundo y se convirtió en una de las más revisitadas.
Autora de grandes canciones como “Gracias a la vida”, “Maldigo del alto cielo” y “Volver a los 17”, la cantante, poeta y artista plástica dejó un inmenso legado que forjó a lo largo de una vida inquietante a la que decidió ponerle fin el 5 de febrero de 1967, cuando tenía 49 años.
Dueña de una singular cosmovisión del mundo, “La Viola” -como la llamaban quienes la conocieron- supo sublimar sus contradicciones, su dolor, su agudeza y su ternura en canciones, pero también en arpilleras, pinturas, cerámicas y esculturas, muchas de las cuales fueron exhibidas en el Museo del Louvre de París.
Nació en el seno de una familia humilde en San Fabián de Alico el 4 de octubre de 1917 y murió a los 49 años en Santiago de Chile, cuando tras varios intentos fallidos se quitó la vida en La Reina, carpa que ella misma levantó en 1965 luego de su más larga estadía en Europa y que significó uno de sus proyectos más queridos.
Con el fin de difundir el folclore chileno en su tierra y de crear un centro de arte popular, Violeta creó ese espacio donde nacieron sus últimas canciones, entre las que se cuentan “Paloma ausente”, “Arriba quemando el sol” y el himno “Gracias a la vida”.
Vivió su infancia en el campo junto a sus ocho hermanos, su padre era un profesor de música y su madre una campesina guitarrera y cantora. A los nueve años tocó por primera vez una guitarra y a los 12 compuso sus primeras canciones: boleros, corridos y tonadas que mostró en circos, bares y pequeñas salas de barrio.
En 1952 se casó con Luis Cereceda, junto a quien tuvo dos hijos, Isabel y Ángel, quienes le siguen los pasos y la acompañaron en gran parte de su travesía musical.
En esos años, comenzó a viajar por los campos agrestes para grabar y recopilar música folclórica, trabajo de investigación que la llevó a descubrir a los cantores populares de los más recónditos rincones de Chile.
A pesar de haber sido marginada por la burguesía chilena -que la aclamó en 1964, cuando fue presentada como la primera latinoamericana que expuso en el Louvre-, Violeta se impuso en el mundo a partir de un canto desgarrado y sus letras punzantes.
Dueña de una especie de mandato que en ocasiones la alejó de sus seres queridos, la artista se sentía más reconocida en el extranjero que en su propio país, lo que la llevó a residir en Francia entre 1961 y 1965, donde continuó su carrera.