Muchos hombres sienten que si leen un libro escrito por una mujer, se someten, dice Siri Husvedt

"Está probado que la literatura es un antídoto contra la simplificación y la repetición del uso del lenguaje bobo y sin sentido que nos rodea todos los días. Es importante pensar toda nuestra vida por fuera de esa caja prefabricada", señala la autora de Memorias del Futuro. (Télam)

«Me gusta mi cerebro por la mañana», confiesa la novelista e intelectual norteamericana Siri Hustvedt con la convicción de quien lleva más de cuarenta años escribiendo ficción y, a la par, estudiando neurobiología, una disciplina que le permitió ingresar -primero con timidez y luego con decisión- al mundo de las ciencias duras.

Como le gusta su cerebro por la mañana, se despierta a las 6 y se encierra a escribir en el estudio de su casa en Brooklyn hasta el mediodía: «La pandemia me encontró entrenada, desde hace décadas paso horas aislada junto a personajes imaginarios. Y después, siento como mi cerebro entra en estado gaseoso, se pone flojito», sostiene.

Las tardes de la ganadora del premio Princesa de Asturias 2019, en cambio, son para leer: «Tengo diferentes velocidades. Soy lenta para la literatura y los estudios científicos y ya no tomo notas de forma obsesiva como antes. Descubrí que si leo relajada puedo establecer mejores conexiones y recordar más; leer requiere de apertura y para eso hay que estar muy tranquilo, sin defensa corporal. Disponible. El cuerpo puede ayudar mucho en la tarea creativa», explica. Para ayudar (y devolverle) al cuerpo, entrena cuatro veces por semana.

A los 65 años repiensa su obra y asume, como nunca antes, un rol militante de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. Junto a su marido desde hace cuarenta años, el escritor Paul Auster, se unieron a Writers against Trump, un colectivo de intelectuales que organiza debates y acciones en contra de la reelección del republicano. «Si gana Trump, esta vez no quiero sentir que no hice nada para impedirlo», confiesa.

Desde una pequeña habitación tapizada con libros, la autora se dispone a una larga charla con Télam y, si bien cae la tarde en Nueva York, nada de aquella flojera intelectual se trasluce en sus respuestas ni en las conexiones que traza entre política, literatura, filosofía, teoría francesa y neurobiología. Es el espacio de intersección en el que se siente cómoda.

Hustvedt es una de las invitadas estrella del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba) y participará de dos eventos que se transmitirán vía streaming. El jueves 22, a las 20, será entrevistada por Eugenia Zicavo y el sábado 24, a las 19, participará de una lectura de textos sobre la angustia y la esperanza que genera la pandemia.

Como nunca antes en la historia, asistimos a la importancia de la ciencia y la medicina. ¿Cómo nació su interés por la ciencia?

Cuando estudiaba en la escuela me gustaban la literatura y la historia, pero la ciencia me resultaba árida. Creo que había una suerte de presión de género, creía que era algo para varones. Mi interés por la neurobiología se dio cuando estaba en la secundaría y a los veinte me interesé mucho por las enfermedades mentales y también por la conexión con el misticismo. Me puse a investigar a los místicos cristianos que tenían experiencias trascendentales con Santa Teresa y la vinculación con la epilepsia. Me interesaba la realidad biológica de esas experiencias. Y ya en la universidad, cuando estudiaba literatura, me impresionó el trabajo del lingüista Roman Jackobson, quien había estudiado distintos tipos de afasias. Él decía que algunos pacientes perdían primero el pronombre «Yo» y que, por otra parte, era la primera palabra que incorporaban los niños.

Me entusiasmé y empecé a leer mucho sobre eso, pero recién a finales de los 90 me tomé en serio el tema y empecé a estudiar qué era el cerebro, cuáles eran las diferentes teorías. Ahora puedo decir que mi estudio de la neurobiología me permitió retomar la filosofía y la crítica de las ciencias. La pandemia nos recuerda que la ciencia es importante aunque es extremadamente importante que no hagamos de ella un fetiche, se deben incorporar todo tipo de disciplinas para entender el comportamiento de los seres humanos. La ciencia es muy importante pero no es la última respuesta: también necesitamos de la literatura y de la historia para profundizar el contexto.

Más allá de su interés por la neurobiología, en su obra hay una conexión muy fuerte entre la escritura y el cuerpo. ¿Cómo cree que la distancia social y el aislamiento cambiarán nuestra percepción de los otros? No usar tapabocas es una suerte de declaración política y el Otro puede verse como una amenaza latente.

Va depender de cuánto dure la pandemia pero también del grado de vulnerabilidad que tengamos en el futuro inmediato frente a otros virus de animales que pasen a los humanos. No sabemos cómo nos va a cambiar. Siento mucha empatía por aquellos que pueden llevar solos esta situación. Si no hubiera estado encerrada junto a mi marido, tendría que haber hecho muchos kilómetros para tener un diálogo con otro ser humano. No es lo mismo charlar por Zoom. Por estos días, tengo sueños en los que abrazo y beso a amigos o nos sentamos muy cerca en un restaurant, todas cosas que ahora son potencialmente un riesgo. Añoro los viajes en subte a la ciudad, en los que alguien se me dormía en el hombro. Ahora le tenemos miedo a los otros y es razonable porque ya ha pasado durante las pandemias anteriores. No sabemos cómo será el futuro y, ante eso, la pandemia es una gran oportunidad para pensar al Otro y a la incertidumbre.

En uno de los ensayos de «Vivir, pensar y mirar» confiesa su interés por lograr que sus libros reflejen la ambigüedad por sobre la lógica maniquea del verdadero-falso. ¿Por qué asume esa defensa de la ambigüedad?

Creo que la ambigüedad está muy subestimada, esconde mucha riqueza. Estamos muy acostumbrados a pensar en las categorías de verdadero o falso. Los hechos no tienen una única interpretación y un mismo hecho puede servir para demostrar varios argumentos. Estoy convencida de que que gran parte de la riqueza de lo humano se da en los espacios ambiguos. Por ejemplo, el espacio que hay entre nosotras mientras conversamos, esto que creamos mientras conversamos, es un territorio intermedio. Si pensamos esas arenas que no están indefinidas vamos a descubrir cosas interesantes. No es una ocurrencia mía, el filósofo Martin Buber planteó una entidad ontológica que funciona como «el tercero». Cuando se echa luz sobre las cuestiones que siempre se han dado por ciertas y se empiezan a hacer preguntas que ponen en cuestión la arrogancia de las cosas predeterminadas, nos vemos obligados a lidiar con cierta ambigüedad.

En 1995, escribió por primera vez una idea sobre la que después trabajó en sus ensayos y que llevó a sus novelas: «Escribir ficción es como recordar algo que nunca sucedió». ¿Cuáles son esos recuerdos que hoy funcionan como insumos para la ficción?

Aquí estamos en otoño y cuando camino por la calle siento un viento suave y el olor de las hojas. De pronto tengo la sensación de estar en mi cuerpo de niña. Me invade esa sensación con claridad y me gusta mucho captar esos momentos. También tengo muy presente otra cuestión. Mi madre murió hace un año, tenía 96, sabía que iba a morir un día pero aún así confieso que es extremadamente extraño vivir en un mundo sin ella. A veces hasta me olvido de que no está. Esa idea tan simple es realmente dura. Cuando revisamos nuestras vidas, cuando recordamos, también la estamos reescribiendo. Esta suerte de revisionismo personal da una nueva perspectiva sobre uno mismo. Y a esta edad siento una suerte de compasión por quien fui, puedo tratarme bien y me gusta reencontrarme con esa Siri, es lindo. Le deseo a todos esa posibilidad de recordar y acceder a esa experiencia.

La abeja Reina

Durante muchos años, las reseñas de los libros de Siri Hustved incluían una línea: «Se trata de la esposa de Paul Auster». En nombre del feminismo, al que considera una de las formas del humanismo, ella siempre se desmarcó de esa aclaración.

A pesar de ser reconocida y galardonada con premios en todo el mundo, nunca cayó en la tentación del «síndrome de la abeja reina», aquellas mujeres que llegan posiciones de poder o alta exposición y creen que su caso, en vez de ser una excepción, es la regla. Con los años y la experiencia, le sumó ironía y risas al asunto y ahora es ella quien incorpora a su esposo, su primer lector, a las entrevistas. Comparten una larga conversación alrededor de la literatura que lleva cuarenta años.

Usted se declaró feminista mucho antes de que se convirtiera en el gran fenómeno social de la época. ¿En qué espacio del feminismo se siente más cómoda?

¡Eso es porque soy vieja! Llevo décadas leyendo y aprendiendo sobre feminismo, pero mi enfoque plural hace difícil decir que estoy más cerca del feminismo de la igualdad, o del francés o de otro. Las mujeres tenemos la capacidad biológica de la reproducción y mi interés por la biología me ha llevado a repensar el feminismo desde ahí. Siento que gran parte de la discusión que se da alrededor de eso tiene muchos malos entendidos. La biología no es algo fijo y, por lo tanto, lo biológico en la mujer no tiene por qué ser interpretado como algo estático. John Dupré, un filósofo de la ciencia que me gusta mucho, dice «los organismos no somos cosas, los procesos, sí». Me parece interesante porque va en contra del esencialismo que a veces se le adjudica a la biología.

¿Por qué cree que muchos hombres no quieren leer el trabajo de las mujeres?

Me llevó muchos años entenderlo y creo que gran parte del fenómeno se da de manera inconsciente. Muchos hombres sienten que si leen un libro escrito por una mujer, se someten a esa voz femenina y que eso es humillante. Es sorprendente porque yo también he escrito libros desde la perspectiva de un hombre, pero parecería no ser suficiente porque está la sospecha de que detrás de ese texto hay una mujer.

Cierta imposibilidad en creerle en la figura del narrador.

Claro, porque en general es problemática la concepción de la ficción. Algunos creen que la imaginación es una cosa femenina y, ante eso ya no me enojo, me río. Está probado que la literatura es un antídoto contra la simplificación y la repetición del uso del lenguaje bobo y sin sentido que nos rodea todos los días. Es importante pensar toda nuestra vida por fuera de esa caja prefabricada.

En su última novela, «Memorias del futuro», la protagonista es víctima de un abuso durante su juventud y la publicación del libro coincidió temporalmente con el surgimiento del Mee Too. Patty, uno de los personajes, dice: «El mundo ama a los hombres poderosos y odia a las mujeres poderosas». Son temas que usted trató en muchos ensayos. ¿Cómo busca abordarlos desde la literatura?

Puse en boca de Patty algo que creo que se da en la realidad. Mucha gente subscribe a ese punto de vista de jerarquización de la sociedad: los hombres están arriba y las mujeres abajo; eso se reproduce con las jerarquías raciales y con las de clase. Es fácil sentir que es natural porque es el pensamiento establecido. Siempre pareciera haber un argumento disponible para explicar por qué las mujeres no pueden ejercer la autoridad. Y desde la literatura, me interesa indagar y echar luz a eso que aparece tan fijado.

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El Periodista