Chile: Otro futuro posible

Por Miguel Reyes Almarza, periodista*

Siete millones y medio de votantes. La expresión ciudadana más poderosa desde el dudoso retorno a la democracia. 8 de cada 10 personas en condición de votar (78,27%) le cerraron la puerta en la cara a todos aquellos operadores políticos que desde hace 47 años se han servido del Estado y han usufructuado de los privilegios, la mayoría ilegítimos, obtenidos en desmedro de aquellos que menos tienen y que, sin embargo, con sus manos sostenían el hasta ayer “oasis” de Latinoamérica.

Y es que cada paso que ha dado esta nueva sociedad -nueva, porque rompe sicológicamente los lazos del determinismo mercantil y con el consuelo de la alegría “que ya viene”- ha sido de una fuerza inusitada, jamás vista, que se corresponde con los balbuceos ignorantes de aquellos que “no lo vieron venir” o que “nunca pensaron que había tanto descontento”. Chile cambió y no es un cliché, porque la épica de un pueblo desprovisto por décadas de legitimidad, construida desde el desprecio, hoy se impone ante la atenta mirada de sus victimarios y del mundo entero.

Miguel Reyes

Porque a mayor riqueza, lo único que presenciábamos era la consolidación de una marginalidad periférica, invisible, en los márgenes de las grandes urbes. Nada de lo que prometieron se cumplió, desde jubilar con un ingreso digno a poder participar de un país en igualdad de condiciones. Recuerdo con algo de nostalgia cuando Manfred Max-Neef hablaba del desarrollo a escala humana, a mediados de los 80’s -y de paso se echaba encima a un grupo importante de mercaderes- muy a conciencia caía en la cuenta de que el crecimiento sostenido, sin los otros, sin pensar en la ciudadanía en su conjunto, es una farsa construida detrás de un simulacro de realidad visible únicamente en los números azules del PIB y otras tantas siglas altisonantes que se arrogan el derecho a hablar por todos, pero que en la práctica favorecen a menos del 10% de la población.

La falsa bifurcación de izquierdas y derechas que como buena estrategia comunicacional dejó atrapados a quienes no separan el noble ejercicio de la política de la militancia corrupta, ayer quedó suspendida detrás del genuino deseo de cambiar este país, para así hacerlo más empático y humano, más sensible y solidario con el bienestar social por sobre la especulación financiera, que dicho sea de paso, jamás “chorreó” para el resto, pero que nunca dudó de meter la mano al bolsillo de los trabajadores para mantener el statu quo que, crisis tras crisis, anunciaba a gritos su obsolescencia.

La distribución desigual de la riqueza, pero por sobre todo la escasa empatía terminó por desbaratar el famoso “experimento neoliberal”, la ambición y el individualismo amparado en la competencia siempre tuvo sus días contados, ya que no hay desarrollo estable si este surge a raíz del perdedor, del derrotado, de aquel que reproduce el delirio del mérito sin caer en cuenta que no está invitado al banquete principal. Parafraseando a Humberto Maturana, es el otro como un ser legítimo en las relaciones humanas aquel que vimos colmar los espacios de votación, ajenos a la competencia y al desprecio, llenos de esperanza y buena voluntad. Ese es el Chile que merecemos.

Logrado el contexto y con la Constitución del dictador -y de civiles sin escrúpulos aún en ejercicio- en plena etapa de disolución, nos queda lo más importante, constituirnos de manera socialmente responsable. Aquella voluntad que nos impulsa a trabajar como una ciudadanía consiente de nuestras obligaciones tanto como de nuestros derechos. El triunfo de la Convención Constitucional, por sobre la trampa Mixta, anuncia la condición histórica de ser constructores de nuestros propios destinos, ya no dibujados por otros ni para otros, sino definidos en común acuerdo con todos aquellos que alguna vez fueron víctimas de la crueldad del sistema y aquellos que no, por supuesto que también están invitados a ser parte de este nuevo pacto para así no volver a reproducir aquel desprecio y aquella violencia cíclica que nos costó tanto en vidas y anhelos.

¿Cómo recordaremos este día? Seguramente como el inicio del fin de la infecta transición a la democracia, donde nadie estuvo ausente. Mucho más allá de los delirios de Piñera que se erige como el auténtico gestor del cambio y que con una desfachatez enorme, como el resto de su clase, insiste en levantarse todas las mañanas para ir a “gobernar” un país que ya no le pertenece, que no le reconoce y que no tiene tiempo que perder camino a su consolidación democrática. Aquel que nunca supo servir a sus conciudadanos difícilmente dará un paso al costado, sería pedirle demasiada realidad.
Porque una sociedad sana es una sociedad de personas plenas y no de motivados números azules. La felicidad es de carne y hueso y octubre fue el mes de la expiación.

Mis respetos a todos quienes piensan en otro futuro posible.

*Investigador en pensamiento crítico.

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El Periodista