Morir por la patria, un lujo popular

“Fondéate en tu casa” -buen slogan, no lo podemos negar- es precisamente un gesto persuasivo que moviliza en la ilusión de aquello a todas luces ilógico, innecesario y peligroso. De eso que no existe, menos nos pertenece y, sin embargo, década tras década, nos obligaron a integrar como propio: la idea de lo patrio como un tesoro.

Por Miguel Reyes Almarza*

Ante la majadera y evidente reticencia del gobierno para promover con convicción los preparativos para el plebiscito de octubre, donde se decidirá principalmente si debe cambiarse la Constitución y quiénes serán los encargados de representarnos en tal acuerdo, aparece, en un gesto de incoherencia ya propio de la actual administración -o quizás de frío cálculo previo a las elecciones- el plan “Fondéate en tu casa” que busca ‘proteger’ a la ciudadanía de un eventual rebrote de Covid-19 producto de las masivas celebraciones a las que hemos sido entrenados en alabanza a la patria.

           Miguel Reyes

Podemos morir camino a la urna de votación, eso sin duda, no obstante, y producto de la magia que rodea todas las azarosas acciones estatales, ser inmunes a las aglomeraciones y otros focos de contagio al calor de los tradicionales y etílicos festejos populares. De construir un nuevo pacto social, equitativo en oportunidades, derechos y obligaciones ni hablar, mas festejar la ‘patria’, anticipando todo tipo de trasgresiones producto evidente del jolgorio, parece algo digno de fomentar.

“Fondéate en tu casa” -buen slogan, no lo podemos negar- es precisamente un gesto persuasivo que moviliza en la ilusión de aquello a todas luces ilógico, innecesario y peligroso. De eso que no existe, menos nos pertenece y, sin embargo, década tras década, nos obligaron a integrar como propio: la idea de lo patrio como un tesoro.

Pero ¿qué es la patria? Si vamos a exponer nuestras vidas por ella y no por una carta fundamental de corte democrático, al menos debiéramos entenderla. La patria es esa cosa rara que en nuestro país remite a un paño tricolor, una delicada flor y un par de animales casi extintos y, así también, como en toda América latina, un invento de la aristocracia colonial, más tarde oligarquía sedimentada que estudió y admiró Europa en demasía -así como despreció a sus propios ciudadanos- para mantener privilegios y consolidar la subordinación en el resto de los menos afortunados, haciéndoles creer que poseían algo valioso por lo cual luchar. Pero eso que nos regalaron -a punta de infames rituales escolares y fusil- nunca fue más que la ilusión de poder sentarnos en una mesa a la cual jamás fuimos invitados.

Lo que llaman patria es «el Dorado» del pueblo y si bien no existe, mantiene una filiación irracional y enfermiza de absoluta dominación para con el ciudadano común, mientras los que usufructúan del poder se ríen a carcajadas del pobre espectáculo de borrachos y colores. El patriotismo es el obstáculo histórico del desarrollo de América latina, alienta y sostiene diferencias absurdas y somete a todas las almas libres al arbitrio de indolentes poderes locales e imperios culturales y económicos de otras latitudes.

Si todo este gran problema lo mezclamos con algo tan básico como los ingobernables festejos que considera su celebración, debemos entender que, más temprano que tarde, aquella gratificación placentera le explotará en la cara a los más vulnerables. Ya sea porque la candidez del gesto implica una serie de contradicciones del todo opuestas a un plan de salud consciente, a saber, permiso de movilidad hasta de 6 horas, fiestas familiares de hasta 10 personas, posibilidad de apertura de restaurantes y comercio según plan ‘paso a paso’ imposible de fiscalizar en toda su magnitud, hasta una mayor exposición al contagio y de allí la eventual -acaso, fríamente calculada- imposibilidad de ir a votar con diagnóstico positivo este 25 de octubre.

¿Patria o Constitución? Ilusión o realidad. La decisión es de todos los chilenos.

*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

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