Javier Edwards: La comunidad rota
Que el hombre es un animal social y político es un aserto indiscutible afirmado por pensadores de distintas corrientes desde la antigüedad. El que lo sea, sin embargo, no significa que la reunión humana sea necesariamente un hecho virtuoso per se.
Por Javier Edwards Renard*
Y esta contradicción esencial de lo gregario, visible a todo lo largo de la historia, obliga a reflexionar, cada vez que la naturaleza del vínculo social se desvirtúa y, de acuerdo con la conocida frase atribuida a Hobbes, el hombre se convierte en el lobo del hombre, homo hominis lupus. Pasa con frecuencia y, a veces, con una violencia poderosa, destructiva en la que el núcleo mismo de esta condición, el animal político que describía Aristóteles se crispa y en lugar de construir un espacio habitable, civilizado, domesticado, lo destruye. El hombre se barbariza y despiertan los instintos guerra, la violencia. Caín y Abel.
Muchas veces esto no es sino una respuesta inevitable a la opresión o incomodidad que el orden de cosas vigente, porque se vuelven insoportables. Entonces, la fuerza -engañosamente- parece convertirse en la única herramienta posible. Pasa de tanto en tanto, parece un atavismo esencial de la condición humana. Con cada ciclo, la crisis genera destrucción y, mucho antes de generar una solución verdadera, lo que suele instalar es un estado de cosas peor que aquél que generó la rebelión. Los ejemplos son incontables.
Así, el final de la primera década del siglo XXI ha manifestado las señales de un agotamiento, ha dejado en evidencia que terminada la era de la guerra fría, la de los totalitarismos que inspiraron libros como Un Mundo Feliz, de Huxley, y 1984 de Orwell, no obstante sus años de crecimiento económico y enriquecimiento, imperio del mercado, tecnología imparable y la globalización había ido generando injusticias, vacíos, silencios, enojos, corrupciones, decepciones que se fueron instalando en los intersticios sociales como un virus latente esperando el momento de su activación.
No es algo que nos haya sorprendido con su ocurrencia el último trimestre del 2019. Los intelectuales y artistas venían anunciando, como Casandras ignoradas en su don profético, que algo no estaba funcionado bien: desde el medio ambiente al descuido de la inversión en el estudio de pandemias y, por supuesto, que en medio de la riqueza se venía incubando una desigualdad social gigantesca. Todo ello, paradojalmente, en el curso de los 30 a 40 años más prósperos y pacíficos de la historia de la humanidad.
Tampoco es casualidad que leyendo a autores de genealogía intelectual tan diversa como Zygmunt Bauman, Byung-Chul Han y Slavoj Zizek todos hablen de esta ruptura del espacio social, entendido como una comunidad. Según dice Bauman, “Las palabras tienen significados, pero algunas palabras producen además una sensación. La palabra comunidad es una de ellas.”.
Cuando hablamos de comunidad pensamos en la sociedad, en el grupo, como la unión de individuos que genera un hogar, un espacio gregario en el que convergemos para protegernos. Es una palabra cálida, sabemos que dentro de la comunidad estamos protegidos de los peligros del exterior. La comunidad puede ser familiar, geográfica, incluso global; lo relevante es que dentro de ella, hablemos un mismo lenguaje y que ese lenguaje nos hermane en la igualdad y la diferencia. No “por la razón o la fuerza”.
Cuando Zizek, en su libro Pandemia trata la crisis actual, agudizada por el Covid-19, habla de volver a un nuevo tipo de comunismo o comunitarismo. No habla del comunismo estalinista, sino de una reintegración del sentido de pertenencia a la comunidad. Cuando el coreano alemán Byung-Chul Han se refiere a la sociedad en crisis, piensa en el enjambre de avispas, el ruido y zumbido de insectos que no construyen un panal del tipo de las abejas, un panal sin miel.
Entonces, lo que estamos enfrentando es el quiebre de lo comunitario, la comunidad rota. Este fenómeno de hoy, global y agudizado por la pandemia, se ha manifestado de manera especialmente cruda en nuestro país. De pronto, la comunidad presunta se ha desmoronado y lo que queda es una sociedad en crisis, enemistada, enojada consigo misma y con las facciones que aparecen dentro de ella como enemigas irreconciliables. Rota la comunidad, no perdemos a la sociedad, ni dejamos de tener cultura, seguimos siendo gregarios, no podemos dejar de ser sociales, pero se rompe el vinculo que nos hermana, desaparece la civilización y la política se convierte no en arte de gobernar si no en la estrategia de la contradicción. Cuando la crisis se instala en el seno de la comunidad, ésta se enferma y los referentes se confunden. El lenguaje ya no busca ser -como decía Heidegger- la casa del Ser, si no que se convierte en una herramienta de manipulación. Hoy decimos “fake news”, pero la falsificación de la realidad a través del lenguaje es un fenómeno de larga data que hoy se fortalece en la viralización por vía digital.
Quizás la terrible pandemia podría servir para que la sociedad despierte dentro de su despertar previo para que, frente a la adversidad de la naturaleza, lográsemos reconstruir los vínculos dañados, buscar la communitas original, restablecer los vínculos de solidaridad olvidados. Perder esta oportunidad de volver a reconocernos como parte de una comunidad que se protege, no nos va a salvar de la crisis que se manifestó a través del estallido social, ni mucho menos de los efectos devastadores que dejará la pandemia cuando logremos -no sabemos cuando- controlarla.
Recomponer la comunidad es una tarea de cada chileno, debemos volvernos ciudadanos. De cada político, deben mostrar su capacidad de ejercer el arte de gobernar desde los distintos poderes, en el oficialismo y la oposición. El periodismo debe recuperar la ética de informar con honestidad y dejar de lado el panfleto oportunista, agitador de conflictos para lograr mantener su rating escuálido. Tenemos que educarnos en la ética de la responsabilidad, el trabajo y el respeto. Hay que abandonar el odio fácil y desenmascarar a los profitan de él. Instalar la solidaridad como vara de evaluación y dejar a los que sólo piensan en el propio lucro tan al descubierto como los que son capaces de matar al hermano por alcanzar o conservar el poder. No hacerlo nos llevará al retroceso político, social y económico más duro que haya conocido nuestra república y quizás volvamos a tropezar con viejas piedras de distintos colores que nos habíamos prometido esquivar definitivamente.
*Abogado Universidad de Chile, Magister en Derecho Europeo de la UAB (Barcelona, España) y LL.M. en Derecho Corporativo, Financiero y Bancario de Fordham University (Nueva York) profesor de derecho comercial, y crítico literario por más de 25 años en distintos medios.