Pandemia: ¿qué no estamos entendiendo?
No se trata de operar desde el miedo, sino desde la inteligencia.
Por Javier Edwards Renard, abogado*
Si a nuestro gobierno y/o alcaldes se les ocurre que los centros comerciales y restaurantes pueden abrir (así como otros espacios públicos comerciales o no, parques, plazas,etc.), significa que la responsabilidad es entregada a los ciudadanos, los padres, los hijos, los amigos, en otras palabras, a cada uno de nosotros. La gloria del concepto del Estado Subsidiario, dando a la libre iniciativa su tan merecido espacio, pero en el ámbito errado. Si estamos en esa, prefiero que anticipemos a Cuomo y no que esperemos a que los cadáveres de los más débiles se nos acumulen sin poder darle sepultura digna. Ya tenemos a Italia, a España, al Reino Unido, a un Nueva York al que se le amontonan los contagiados y los muertos como en una guerra de esas con campos de concentración y cámaras de gases. También tenemos a Nueva Zelanda, un país que de la mano de una mujer se puso como corresponde los pantalones. Mejor ser un poco más pobres y estar más vivos.
Que nos devuelvan la frívola libertad de ir a un mall o un restaurant no significa que el virus Covid-19 dejó de estar presente o se volvió más benévolo. No. Estamos obligados a no volvernos irresponsables, cuidarnos y cuidar al resto. Estamos recién en la primera vuelta del virus y podría haber una segunda si no nos comportamos responsablemente. La segunda puede ser aún peor.
De todo esto se viene hablando desde hace tiempo en el mundo científico y político, porque se sabía que ocurriría, lo que lo hace más grave. No era la anticipación de un visionario Jules Verne o la lectura ex post de un Orwell. Tampoco es literatura: es la realidad pura y dura, incluso cuando está ocurriendo en la vida de un desconocido y ello no alcance a rozar el inevitable egoísmo humano. Es cierto, cuando a uno le llega la hora le llega la hora pero, si te subes a una moto y conduces sin casco ni protección alguna a 150 kms/hora, cierras los ojos y has tomado dos botellas de alcohol no, no es un accidente: es suicidio o es crimen. Siempre puedes matarte a ti mismo, pero también puedes ser la causa de la muerte de otro. Eres asintomático, te crees sano, como el motociclista o el automovilista que piensa que tiene las máximas habilidades para conducir, pero tampoco.
El gobierno gobierna, el ministro y sus asesores intentan tomar decisiones efectivas (salud y economía, siempre la economía); la oposición dicta cátedra, ha sacado sus perros de pelea más agresivos a la calle, nada les parece adecuado, miran el potencial éxito de Mañalich como una potencial derrota a su agenda de instalación en el poder (otra manera de seguir sometidos a la economía por sobre la salud). La verdad para el resto, los ciudadanos de a pie, es que el riesgo está ahí y seguirá estando mientras demos al Covid-19 un huésped humano -ojalá asintomático- donde instalarse y expandirse, no haya una vacuna o un antiviral seguro.
Es una guerra, es un enemigo. Y en estas situaciones límites, como las llamaba el filósofo y psiquiatra Karl Jaspers, podemos ver las reacciones humanas más extremas, perversas, descabelladas, o sensatas y sublimes. La inteligencia, sino la da la naturaleza, si no la educamos no genera milagros y, además, ya sabemos que de todos, es de los recursos más escasos.
Ayer vi un vídeo de ciudadanos de Nueva York -ciudad en la que viví cinco años, no hace tanto- desafiando en las calles la cuarentena impuesta por su gobernador Andrew Cuomo. Parecían una tropa de zombies reclamando por su libertad: violentos, absurdos, en estado de enloquecimiento. Cuando salgo brevemente a hacer alguna compra necesaria, en nuestro cotidiano Santiago, está lleno de gente que no usa máscara, que no proteja a sus niños llevándolos a la plaza, que no piensa en su riesgo y el de los otros. Algunos fanáticos del despertar social siguen haciendo de las suyas. La misma insensibilidad esencial. No se trata de operar desde el miedo sino desde la inteligencia, ese bien que reclama como exclusivo el homo sapiens, pero que sabemos con pruebas duras que es distribuido con escasez y arbitrariedad inevitable por la naturaleza. Si usted se arriesga y pone en riesgo al resto no solo actúa como un idiota sino como un criminal. Marta Blanco (1938-2020), amiga brillante y querida que nos dejó el pasado 21 de abril, era una reina del lenguaje, lo conocía y lo creaba; habría dicho que el problema era la falta de “piopética”, el neologismo arbitrario y divertido que usaba para denominar la inteligencia verdadera.
Ni la valentía del seco, vulnerable y hasta ahora acertado Ministro Mañalich, ni la lúcida pero ideológica actitud política de Izkia Siches, Presidenta del Colegio Médico. Simplemente, no hay que ser frívolos, negar la realidad, o convertir esto en la pugna por no perder territorio político después del estallido social. Las estadísticas son implacables y pueden volverse aún más terroríficas, podemos elegir entre el 1% o el 10% de muertos por contagiados testeados, entre las cifras reales y las oficiales, entre la salud o la enfermedad. Debemos pensar, por último en los trabajadores de la salud, esas personas que están día a día exponiéndose por cuidar la vida de nosotros. Podríamos tener 20 millones de ventiladores mecánicos (que no tenemos), pero no servirían de nada, los sanos son los que cuentan, no los entubados dando una lucha incierta por su vida. Lo único que sirve es cuidar la salud propia y la del país. Y no creo que ésta sea una tarea que pueda realizarse confiando exclusivamente en la iniciativa individual. En esto, las pruebas al canto: Jacinda Ardern, la primer ministro de Nueva Zelanda, es la que tiene por ahora, la razón.
Agrego éstas líneas después de ver, hace segundos, a una atlética y guapa pareja de unos 35 años trotando con energía y decisión por Américo Vespucio Norte, sin mascarilla ni nada, desparramando su propia condición a diestra y siniestrada: la triple “I” de los Inmunes-Irresponsables-idiotas, que generan la cuarta “i” en el resto, impotencia. Entonces dudo, ¿bastará la responsabilidad de los ciudadanos? No creo, habrá que encomendarse al Ángel de la Guarda, porque por dios que falta piopética mi querida e inolvidable Marta Blanco.
*Abogado Universidad de Chile, Magister en Derecho Europeo de la UAB (Barcelona, España) y LL.M. en Derecho Corporativo, Financiero y Bancario de Fordham University (Nueva York) profesor de derecho comercial, y crítico literario por más de 25 años en distintos medios.