La verdadera Crisis es la del Modelo

La desconfianza que impera en nuestro país, no solo es producto del abuso de todo tipo, sino de la posibilidad de saberlo, investigarlo y conocerlo. No es cierto que seamos peores que antes, o quizás sí, pero hoy lo sabremos tarde o temprano.

Por José Ramón Cárdenas, publicista

Ha pasado tanto y en tantos ámbitos, que resulta difícil escribir y describir el momento que nos toca enfrentar. No tenemos certezas, ni muchas referencias que nos ayuden a comparar, aclarar, entender y mucho menos, que nos indique qué decisiones o caminos debemos tomar. Parece ser que es un buen momento para leer, escuchar, observar y aprender. Una época para revisar lo que habíamos dado por hecho y de ser creativos en imaginar el futuro.

Lo que sí es un hecho, es que la sociedad chilena vivió mucho tiempo aceptando una imposición inaceptable: pocos controlan mucho, produciendo desigualdad de todo tipo, y a pesar de experimentarlo de forma cruda y descarnada a diario, hicimos carne el verbo que nos es tan propio: “apechugar”.

La digitalización por su parte generó una interconexión tan brutal, que ya pocos mitos resultan sostenibles. Que la ultraderecha esté inspirada en el bienestar del pueblo por ejemplo es tan obsoleto, como que los comunistas se comen las guaguas. Antes creíamos lo que nos contaban los medios, los viajeros o las cartas. Hoy en cambio, podemos saber cómo se vive en otros lados del planeta, hasta preguntándole a un ciudadano de casi cualquier parte del mundo, qué tal su país y su zona.

Podemos establecer entonces que la crisis de desconfianza que impera en nuestro país, no solo es producto del abuso de todo tipo, sino de la posibilidad de saberlo, investigarlo y conocerlo. No es cierto que seamos peores que antes, o quizás sí, pero hoy lo sabremos tarde o temprano.

Lo realmente sorprendente a mi juicio es todo lo que no se oculta y seguimos aceptando: utilidades tremendas de Isapres, AFPs, Retail, Banca, etc. en comparación con ingreso mínimo que no sustentan ni siquiera, los gastos básicos de las familias. La cantidad de asignaciones a dedo de miles de proyectos públicos, la elusión del pago de impuestos en paraísos fiscales, la cantidad de apitutados en el aparato publico, políticos que en su cesantía se unen a empresas privadas a desempeñar el rol antagónico al ejercido en el Estado, la elección de “representantes” con votación del 2%, la no encarcelación de delitos cometidos por poderosos, la educación aceptada como un negocio y no como un derecho. La desigual salud recibida por quienes pueden pagar y los que no, etc.

Todo se ha hecho más evidente y visible en esta crisis. El Gobierno lanza planes y medidas para endeudar con menos interés, y no para donar ni emparejar la cancha, mientras invita a todos a quedarse en sus casas, pero en una gráfica muestra de desigualdad, dos grupos no obedecen: los primeros porque morirían de hambre junto a sus familias y otros que no resisten vivir encerrados en sus mansiones y viajan en helicóptero a sus propiedades fuera de la ciudad. Se producen abusos en los precios de bienes de primera necesidad sin que el Estado fije condiciones para evitarlo, pudiendo hacerlo durante el estado de excepción constitucional, al menos. Los empresarios por su parte no tienen (en su mayoría) ninguna intención de redistribuir, solo juntan recursos diciendo que lo donarán al Ministerio de Salud, pero ellos deciden qué comprar, a quien y de qué forma. Las pequeñas y medianas empresas son homenajeadas, pero no ayudadas porque la banca es quien determina su “viabilidad” y las leyes que se consiguen aprobar, terminan siendo aprovechadas por grandes empresas que en el mismo acto en que se acogen a beneficios para evitar pagar sueldos, reparten escandalosas utilidades entre sus accionistas y todo es legal. Le prohibimos al Estado ser empresario y lo remitimos a lo subsidiario, pero en una interpretación bien particular del concepto. Hablamos de política social de mercado, pero se ejerce la más bestial versión del neoliberalismo y vamos acuñando conceptos que resignificamos a conveniencia, lo que me recuerda la frase de Confucio: “Cuándo las palabras pierden su sentido, los pueblos pierden su libertad”.

Para coronar esta realidad descrita, cada cierto tiempo se gestan las condiciones para que se promulguen leyes en favor de las personas, -sin olvidar la «falta de voluntad política», pese al mandato que recibió la concertación. Es cierto que el quórum calificado en esta Constitución Política es de 4/7 de senadores en ejercicio, pero hubo una serie de leyes que no requerían ese quórum y tampoco se tocaron significativamente. En fin…- Si por alguna razón se levanta alguna iniciativa legal que vaya en favor de los más vulnerables, pero resulta contrario al modelo, entonces termina siendo sepultada en el Tribunal Constitucional, ente que podría ser un baluarte nacional al actuar garantizando el respeto de la Constitución, pero que tiene 2 pecados fundamentales: por una parte, no ser un ente independiente del cuoteo político y por la otra, la propia Constitución que defiende, cuyo texto fundamental hace posible que todos los abusos antes mencionados sean posibles y todo sea “legal”.

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El Periodista