Retorno seguro: escenarios pandémicos y terrorismo virológico
El estado de reposo del paisaje citadino lleva consigo algo mordaz -una perversión inadvertida- que nos obliga a interrogarnos por el lugar que ocupa una plaza vacía dentro de una visualidad pandémica.
Por Mauro Salazar J., sociólogo
Como si dicha tranquilidad urbana no fuera sino la parálisis de nuestros cuerpos frente a algo -un enemigo, según reza el deleite gubernamental por los sustantivos de guerra-, que nos rebasa sin ninguna capacidad de mitigación, desmantelando Estados-nacionales, interrumpiendo democracias y pulverizando cuerpos. El tiempo de la reclusión hace que nuestros heraldos (políticos, cuatreros ideológicos y tecnócratas) decreten calles desaparecidas, activen multas y peritajes. Las veredas y las esquinas han sido proscritas como esquirlas por los desbandes del mercado pandémico. Este es el orden visual del confinamiento que nuestro imaginario virtual ha dispuesto, cuando las formas de enriquecimiento del virus post-fordista ha transgredido a sus «patrones financieros» (corporaciones, élites, transnacionales y Estados soberanos). Por su parte el capitalismo chileno en su versión oligárquico-corporativa se ha comportado como una «fábula de yernos» que hace imposible todo consenso político.
La calma de nuestras calles en reclusión despeja al país y hace ver a las cosas y los objetos de manera casi “transparente” durante el tiempo de la reclusión. Bajo cuarentena todo transcurre entre temor y transparencia. Todo lo que es prístino para sí mismo comprende un temor agravado, como aquello que no guarda secretos, que no guarda silencio, y se exhibe como una plenitud transparente que no puede articularse sino en virtud del terroir como fervor por una globalización securitaria. El temor y la técnica serían los dispositivos de la operación de transparencia ideológica que muestra que en la actualidad del miedo no necesita recurrir a las clásicas dictaduras del pequeño siglo XX. Aquí basta con una democracia agrietada por el régimen de acumulación infinita del capital oligárquico-financiero, erigido desde las tecnologías de genocidio neoliberal que han suspendido la razón democrática. Y es que bajo la planetarización del capitalismo global securitario (excepción de Agamben), la demanda por la legislación democrática consistirá en poner en cuestión -en suspensión- la propia razón de democrática. El temor del confinamiento no requiere de un exceso de liturgias, basta la imagen destruida bajo el «fascismo mediático» de matinales y redes que viralizan el virus. En suma, el mundo se ha vaciado de mundos posibles (caducidad de los sentidos) con las políticas de securitización/precarización inauguradas por la razón neoliberal que han terminado por promover cuerpos dóciles separados de toda potencia posible -igualitaria como fue el caso del 18/0.
Sin perjuicio del Covid 19, el feroz temor que padecemos no ha sido causado por el poder del virus solamente, sino por los estragos del neoliberalismo en su fase viral que han vaciado al mundo de los mundos posibles y fomenta espacios de control, redes monitoreadas, señaleticas prescritas, comunidades virtuales, y encierros que pueden ser controlados por el panoptismo esotérico de los expertos (capitalismo de plataforma). La producción de un vaciamiento del sentido social –la excepción perpetuada- es la característica del pánico exacerbado. Sólo en la excepción todo se vuelve transparente y el temor articula el control de los cuerpos. Bajo el tiempo de la cuarentena no hay proyecto posible, salvo el tiempo homogéneo de Borges: el tedio de lo mismo. Un tiempo que se abre y se cierra con la reclusión, la repetición de lo cotidiano, la estridencia apocalíptica de las redes, la administración de pánicos y catástrofes. Una esquizofrenia de monólogos y un orden para los bipolares. Y de ahí la miseria cognitiva de los desgastados matinales que se han consagrado a hacer del hogar la consumación prístina de un mercado anárquico, donde lo que migra es una economía de las afecciones. Desde los escenarios de pánico, experiencias patologizantes de consumo y adicciones, o estados ansiosos, hasta inventariar la muerte a la usanza de un trámite traducido en número de muertos, enfermos y asintomáticos cuya contabilidad se actualiza cada ocho horas.
Aquí la seguridad deviene un dispositivo de atomización individual que no tiene otra fortuna que la de extender el paradigma del miedo y potenciar así el blindaje inmunitario de los mismos dispositivos de seguridad «¡y ya lo sabe Usted debe estar confinado en el encierro, y si sale de su casa entra en desacato y deviene en un potencial subversivo¡». En otros términos, la “seguridad” del capital- no tiene fin y, a pesar de su promesa de inmunidad, en realidad profundiza la desprotección, agudiza el espanto hacia el otro, al separar alevosamente los cuerpos del espacio común. En este sentido, la seguridad es la «tragedia de los comunes» por cuanto destruye cualquier dimensión ética y política posible. Esto último, es muy distinto a la protección que pone en juego otra sensibilidad en virtud de la cual, de cuando en vez, los países se defienden de múltiples amenazas -una catástrofe natural, un derrame nuclear, o una peste- poniendo en común problemas e inventando formas de organización para enfrentar el riesgo sin renunciar a la producción de sentido social. Pero en el marco de una economía-globlo, tal protección de la comunidad no es posible. Y ello representa un punto de no retorno.
El temor es la mudez urbana, la calma, la ausencia de gesto y lenguas urbanas secuestradas por el riesgo real de contagio, pero también por la administración de ficciones securitarias. En otras palabras, “temor” designa justamente la confiscación de la imaginación popular por una sutura imaginaria que hoy se llama “virus” pero en cuyo fantasma se deposita el miedo a ese vacío políticamente producido por años de neoliberalismo expansivo. El temor -y porque no el terror- es justamente la experiencia en la que todo parece perfecto, y donde la ilusión del control total nos hace volcarnos a la prepotencia humanista de que por fin el “hombre” habrá podido triunfar sobre la Naturaleza. A efectos de la pandemia urge disciplinar los cuerpos, parametrizar la vida cotidiana, que no es sino otra forma de destruirla, sin embargo, se busca restaurar otra economía del trabajo bajo el comodín del «retorno seguro», porque ello ha desatado la histeria del capital.
Pero el gobierno de turno se ha regido por la noción de “retorno seguro”, obviando la irrupción de Estados post-soberanos. Aquí la muerte como tramite, inventario, ha quedado archivada bajo cuarentena prescindiendo de toda densidad totémica. He aquí un presente absoluto donde todo ha sido debidamente derogado a nombre de la «actualidad» y la especulación linguística. En un sistema radicalmente precario respecto de sus derechos laborales -donde las Pymes padecerán la crueldad de un poder neoliberalismo anárquico. En nuestra parroquia las leyes favorecen el derecho del empleador, o bien, los trabajadores no faltan al trabajo y se contagian con el virus o se ausentan del mismo exponiéndose a la arbitrariedad del despido. En suma, el virus no es sino la devastación temporal del neoliberalismo hasta cuando logré reacomodar un nuevo ciclo de acumulación.