Noche de Estrellas
La Marta era una persona especial, qué duda cabe. Y lo era no solo para quienes formábamos parte de su familia, sino también para sus amigos y en general para la gente de la cultura y las letras de este país al que ella, que aunque lo criticaba a veces con ferocidad, en realidad quería mucho.
Por José Kaulen Cruz*
Anoche fue una noche estelar, una de esas en las que pasan cosas que nos hacen alegrarnos si tenemos la capacidad de verlas: anoche fue la noche de la lluvia anual de estrellas Líridas, que se originan desde la cola de un cometa de nombre portentoso -Thatcher-, el que se a su vez se aparece por esta Tierra cada algo así como 415 años.
Anoche fue también la noche en que un nuevo ciclo de la vida comenzaba para todos nosotros en nuestra relación con la Marta: un ciclo en que el recuerdo y la alegría de haber tenido la oportunidad y el placer de compartir y conocernos deben ser protagonistas indiscutibles, por sobre la pena que en estos momentos nos invade.
Yo me siento feliz en un día como hoy. No es que sea masoquista ni que no tenga sentimientos; no, la cosa no va por ahí: va por el lado de que una instancia tan sorpresiva y penosa como es el fallecimiento de un ser querido, es también una oportunidad única de alegría con la vida, con la oportunidad, con la experiencia de haber podido compartir con una persona que tenía tan claras las características de ser alguien inteligente, sensible, punzante, alegre, confiable, culta, y que usaba la palabra como algo tan propio, tan bien entendido, como su principal fuente de ideas y argumentos.
La Marta era una persona especial, qué duda cabe. Y lo era no solo para quienes formábamos parte de su familia, sino también para sus amigos y en general para la gente de la cultura y las letras de este país al que ella, que aunque lo criticaba a veces con ferocidad, en realidad quería mucho.
Las Líridas que llegamos a ver en este planeta tienen como característica que son meteoros no más grandes que un grano de arena, tal vez de la misma arena de playas bañadas por ese muy frío mar en el que a ella le encantaba disfrutar y flotar.
Mujer de palabras afiladas, humor inteligente, conceptos notables y argumentos profundos.
Abuela de conversaciones largas y sinceras, siempre interesada en la dimensión más significante de las cosas por sobre su interpretación ligera. Una mujer de estampa quizás dura para muchas personas, en realidad escondía una sensibilidad y preocupación que podría ablandar hasta al más duro.
La de anoche no fue coincidencia. La de anoche fue la mejor despedida que esa «fuerza superior» en la que decía creer nos pudo regalar. Estoy seguro que la Marta algo tuvo que ver, no podría ser de otra forma: las fuerzas superiores se transforman para recordarnos que es hora de alegrarnos y agradecer haber coincidido en la vida de una forma que solo ellas pueden hacerlo cuando la que se va es una persona así de significativa.
Hay una frase suya que quizás podríamos dejar como la mejor síntesis de ella misma: «Yo no soy débil. Soy periodista y escritora y la palabra es mi arma porque es el puerto de la libertad».
Nuestra Marta se nos ha ido. Y se ha ido, qué duda cabe, en una noche feliz, en una noche de estrellas.
*Nieto de Marta Blanco