Luis Sepúlveda: letras comprometidas
Fue un hombre con un gran compromiso social y no bajaba la voz ni las letras para defender los derechos de los más postergados. Había militado de adolescente en el PC, luego en el PS y posteriormente hizo suya la frase aún creemos en los sueños. Y lo hizo hasta su último día, hoy, cuando falleció en Asturias, en un hospital público de España, tierra a la que llegó hace 20 años y la adoptó como propia.
Conocí al escritor Luis Sepúlveda a fines de los 80 cuando trabajaba en la revista Análisis y él vino desde Europa para, entre otras cosas, entregarnos el manuscrito de su libro Un viejo que leía novelas de amor, que pocos meses después y bajo la edición de Carlos Orellana, vio la luz en la editorial Emisión. Fueron mil ejemplares los que se imprimieron y pocos los que se vendieron.
Sepúlveda, entonces de 40 años, comenzó a escribir una columna para la revista que me tocaba editar. A veces conversaba con él sobre diversos tópicos. Su vida, biografía y cosas que le pasaban eran en sí una novela, había mucho de verdad y también de imaginación, una línea que los escritores suelen confundir, pero ambas, realidad e invento, eran parte de la vida.
Fue un hombre con un gran compromiso social y no bajaba la voz ni la intensidad de sus letras para defender los derechos de los más postergados. Había militado de adolescente en el PC, luego en el PS y posteriormente hizo suya la frase aún creemos en los sueños. Y lo hizo hasta su último día, hoy, cuando falleció en Asturias, en un hospital público de España, tierra a la que llegó hace 20 años y la adoptó como propia.
Antes de eso vivió y estudió en Alemania, país al que arribó luego de que salió al exilio; algunos dicen que por voluntad propia, él porque luego de pasar un tiempo detenido su vida corría peligro en el Chile de Pinochet. En Hamburgo tuve la suerte de compartir con Sepúlveda durante un par de días y recorrer el puerto, que era su pasión, la ciudad completa y ver cómo también la había hecho suya. Tenía sus espacios, lugares y rincones. De ella sacó la inspiración para La historia de una gaviota y el gato que le enseñó a volar, pero, como todos sus libros, hay universalidad en las imágenes y pueden caber en cualquier puerto del mundo, al igual que el romanticismo que lleva impreso Un viejo que leía novelas de amor.
Sepúlveda, quizá por su personalidad no complaciente, su discurso político o por aquello que nadie es profeta en su tierra, no tuvo el reconocimiento en Chile que recibió en Europa y otros países de América, donde su obra caló en una generación completa, de niños y adultos, que se estremecieron con sus cuentos. Acá fue muy leído, pero poco comentado y menos premiado.
No bajó su voz ni discurso para defender lo que más amaba: el respeto a los pueblo originarios, la naturaleza y el medioambiente, cuestiones que con los años se convirtieron en su pasión y objeto literario, donde influyó sin duda Francisco Coloane y otras lecturas como las de Emilio Salgari y Julio Verne.
Era feminista cuando pocos lo eran, cultor de la novela negra, organizado y viajante, recorría el mundo, de verdad y con imaginación. Todo ello se encuentra en sus páginas, libros que han sido traducidos a varios idiomas. Lo recuerdo feliz cuando, en el centro de Santiago, me contó que sería portada de la revista Paula, que hasta entonces solo privilegiaba rostros femeninos. No sé si apareció.
Hoy falleció en Asturias, luego de pelear durante semanas contra el Covid-19, virus que se habría contagiado en un encuentro de escritores en Portugal. Tenía 70 años, mucho por hacer y decir, escribir e inventar. Especialmente hoy cuando el mundo requiere voces potentes, que se levanten, para incomodar y proponer.
Queda en las bibliotecas, en nuestro tiempo y en la memoria. En nuestros sueños, que nos dicen que otro mundo es posible.