La rebelión de los veraneantes

No te sacia devorar kilómetros de carretera. No calma tu apetito sobrepasar por la berma a los vehículos detenidos. Debes llegar rápido a engullir otro sol extinguiéndose en el agua y la salada humedad de la bruma de tu segunda vivienda. No, no te basta, quieres más y se te permite. Debes hacer justo uso de tus privilegios incluso ahora, que la muerte nos cerca.

Por Larissa Contreras Briones, escritora y actriz. Integra AUCH

Oye, tú. Sí, a ti te hablo.

A ti, glotón de la brisa marina. A ti, que engulles por gula la espuma salada reventando en las rocas. Que te has chorreado los codos con el jugo de una empanada de mariscos. Que has ido a parar a la clínica arrebatado de fogatas. A ti, que has aplastado kilómetros de arena amarilla y húmeda con las plantas de tus pies. A ti también, a la del bikini tatuado en la piel como el negativo de una foto de verano.

Sé lo que crees.

Que te mereces una buena calada de aire puro para superar el estrés del confinamiento, que te debes una dosis de vitamina D y una tregua en la pandemia durante esta Semana Santa. Te urge la ostia del sagrado congrio frito y la sangre de Cristo transmutada en el pisco sour del chiringuito. Ninguna autoridad secular ni eclesiástica te va a negar la pasión playera con todas sus estaciones de suplicio.

¿No te basta?

Has tomado cantidades obscenas de fotografías corridas y sobrexpuestas de atardeceres marinos. El dispositivo de última generación fabricado en serie por manos Chinas te ha dado esa gracia. El milagro de la aplicación está ahí, a tu servicio, dispuesta a editar tu captura, a cortarla, pasarla por un filtro y brindarte la ilusión de la inspiración profesional. Tu éxito saturará las redes. Su instantaneidad llegará al corazón de tu millón de amigos.

¿De verdad necesitas tanto cielo, tanto mar, tanto festín de horizonte?

Quieres capturarlo todo, quieres que el mundo entero sea tuyo.

No te sacia devorar kilómetros de carretera. No calma tu apetito sobrepasar por la berma a los vehículos detenidos. Debes llegar rápido a engullir otro sol extinguiéndose en el agua y la salada humedad de la bruma de tu segunda vivienda. No, no te basta, quieres más y se te permite. Debes hacer justo uso de tus privilegios incluso ahora, que la muerte nos cerca.

¿Por qué habrías de tener misericordia?

Si has sacudido la arena de tu toalla contra el viento y ha picoteado ojos de otro veraneante. Si te has colado en la fila del súper, acaparado kilómetros de papel higiénico desde que se declaró la emergencia. Si has secuestrado a tu nanita querida en plena cuarentena y la has invitado a la playa para que te afirme el quitasol. Si la pobre tiene que llevar y traer desde la orilla el balde con agua para edificar los castillos medievales de tus niños.

Nada va a impedirlo.

Ningún cordón sanitario va a impedir tu merecido receso. Has generado riqueza al país, has inyectado dinamismo a la economía. Deberían agradecerte.

La televisión muestra al Papa ofreciendo su misa distópica sin feligreses en la catedral de San Pedro. El rito es desolado. Ostentoso. Esta vez no lavará los pies inmundos de los presos y eso te conmueve.

El conductor da el pase a reportero que documenta el atochamiento vehicular de la carretera que lleva a la playa. Cientos de veraneantes de otoño, han organizado una mezquina rebelión y, desafiando las órdenes de la autoridad, han enfilado en caravana a sus segundas viviendas. El periodista dice segunda vivienda con el  mismo tono eufemístico que pronuncia persona en situación de calle. La cámara se detiene en el carabinero enguantado y enmascarado que pretende detectar un vacacionante ladino o algún COVID-19 positivo que huye furtivamente a la playa para su convalescencia. Ahora el carabinero es el encapuchado. Quién sabe si es uno de los efectivos que disparó a la cara de cientos de manifestantes meses atrás y arrancó un puñado de ojos. Hoy cumple con otro protocolo: el de velar por el orden y la salud de los chilenos.

Pero este no es el único obstáculo que pretende desalentarte: un grupo de habitantes del balneario bloquea la entrada. Han juramentado que no dejarán pasar a los turistas. Hoy no son bienvenidos, son peligrosos vectores que podrían infectar sus calles y acabar con el pueblo.

Ningún milico ni paco mal pagado te va a mandar devuelta. Menos el pescador de la caleta, ni una cocinera. Un cordón sanitario terrestre no podrá detenerte, pero sí retrasarte.

¿Un helicóptero?

Uno tuyo, personal, o uno arrendado. Da lo mismo, lo importante es que evada con elegancia la prohibición. Desde los cielos verás la cuenca de Santiago descontaminada, hermosa, con millones de habitantes chiquititos corriendo a encuevarse a sus casas. Como tú, otros también pensaron que sobrevolando la ciudad podrían llegar a la costa, incluso se te adelantaron. Metieron sus bártulos en la cabina de un helicóptero y ya están gozando de sus privilegios. Será una operación limpia, silenciosa, que no hará daño a nadie.

¿De verdad piensas que es necesario?

Has caminado tanto, has volado tanto, has visto tanto, has probado tanto, ¿es muy difícil por una vez quedarte en casa y guardar silencio?

¿No lo ves desde las alturas?

Son millones, se ven tan chiquitos. Miles de ellos están infectados. Otros miles circulan por ahí repartiendo sus virus y no lo saben. Ellos son la zona de sacrificio. Se contagiaron en los vagones del metro, en las pisaderas de las micros camino al  trabajo. El hambre los sacó a las calles. El terror de no llegar a fin de mes fue más fierte que el terror a estar enfermos. La necesidad y las cuentas son incompatibles con el confinamiento. Son los que aplanarán la curva, eso que tanto enorgullece a las autoridades sanitarias. La curva no es otra cosa que la ecuación perfecta entre pulmones infectados y cifras macroeconómicas. Ellos son los que nos dan el respiro a los que podemos darnos el lujo de quedamos en casa. Marcan el ritmo de las muertes que necesitamos para que el país no pare, la economía no se vaya al carajo y tú no te quedes sin tu segunda vivienda. Muchos de ellos pronto serán mártires involuntarios del neoliberalismo y nadie les rendirá honores.

No es tan difícil de entender, un chino se come un murciélago en Wuhan y un médico debe escoger si entubar a un muchacho o a tu padre.

¿No alcanzas a verlo desde allá arriba?

Somos sólo diminutas piezas de un engranaje mayor. Pero en secreto estamos conectados. Tu celular, el féretro de cartón en Ecuador, las hordas de retornados en la frontera de Bolivia, los negros nadando en las cloacas en Brasil y los pulmones vulnerables de quienes te hacen cada día más rico.

1 comentario
  1. Anónimo dice

    A Lemebel le salía mejor

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