La Peste Negra: la gran pandemia de 1348

El impacto demográfico que tuvo la peste bubónica en 1348, bautizada por sus contemporáneos como “Muerte Negra” o “Peste Negra”, no ha sido comparable al de ninguna otra pandemia en la Historia. Ni siquiera la temible “gripe española” provocó la “Gran Mortandad” causada por el yersinia pestis. Una virulencia y letalidad, ante la cual, la Medicina de la época se vio totalmente superada.

Por Ana Luisa Haindl Ugarte, Licenciada en Historia, Universidad Gabriela Mistral Magíster en estudios Medievales, Universidad de Navarra.

Desde el siglo VI no se tenían noticias de esta enfermedad, que en tiempos de Justiniano había brotado en los Balcanes, extendiéndose por todo el Imperio Bizantino. Se le llama peste negra, porque su manifestación más común, la peste bubónica, tiene como síntoma característico la aparición de pústulas de sangre, hemorragias cutáneas o ‘bubas’ (tumores) de color negro azulado. Otras variantes de la peste son la neumónica y la septicemia.

Actualmente, sabemos que la Peste Bubónica es causada por el bacilo yersinia pestis, transmitido por las pulgas. Este agente patógeno no sólo afecta a las ratas domésticas, sino también a roedores salvajes, como marmotas y ardillas. Sus húmedas madrigueras son el microclima propicio para la supervivencia de las pulgas transmisoras. Los mongoles, que viajaban desde las estepas al Mar Negro, se vestían con las pieles de estos animales. Pero, ellos no acostumbraban curtir las pieles, lo que permitía la supervivencia del bacilo y sus transmisoras. Ataviados así, viajaron contagiados hasta el Mar Negro, transmitiendo la enfermedad, que luego viajó a Constantinopla, Asia Menor y África. Y viajando por el Mediterráneo, a Europa.

Por lo tanto, la Peste Negra llegó desde Oriente, a través del comercio de las sedas y especies por el Mediterráneo, propagándose rápidamente gracias a los contactos comerciales marítimos. La encontramos en el Mar Negro hacia 1347: según relatos de la época, el enclave comercial genovés en Caffa, que se encontraba sitiado por los mongoles, “bombardeado” con cadáveres infectados. Los mercaderes contagiados zarparon a Europa, propagando la epidemia por Italia, desde donde se extendió al resto de Europa. Esta teoría, basada en el relato de Gabriel de Mussis, es la más aceptada para explicar la expansión de la Peste por Europa. Hoy en día está claro que no hubo una sola vía de contagio y fueron los fluidos intercambios comerciales marítimos que existían entre Oriente y Occidente, en el Mediterráneo y entre los europeos, los que fueron rápidamente propagando el contagio.

Acerca de la sintomatología de la Peste Negra, existen numerosos tratados de Medicina medieval que los describen. De hecho, el mayor acierto de la ciencia medieval ante la Peste, fue precisamente, la descripción de sus síntomas. La enfermedad tardaba entre tres y cinco días en incubar, declarándose súbitamente, con fiebre alta, escalofríos, náuseas, sed, agotamiento físico y temblores. El resto de los síntomas dependía del tipo de peste contraída: bubónica, pulmonar o septicémica. En su forma bubónica, destacan los abultamientos dolorosos, de color oscuro en los ganglios, porque el bacilo invadía el sistema linfático. En cambio, la tos con ahogos y esputos de sangre era propia de la peste pulmonar, más grave que la anterior (90% de mortandad, a diferencia del 40% de la bubónica). Sin embargo, la más mortífera era la septicémica, que atacaba el torrente sanguíneo, produciendo hemorragias cutáneas, como placas de color negro azulado.

Se ha calculado que la Peste Negra mató alrededor de un tercio de la población europea, siendo los puertos de Marsella y Albi los más afectados, donde murió más del 60% de sus habitantes. Según Guillem de Nubiaco, cronista parisino, en su ciudad se sepultaban más de quinientos cuerpos diarios en el Cementerio de los Inocentes. La Peste Negra se convirtió en una enfermedad endémica, con rebrotes ocasionales y locales, prolongados por períodos de entre seis y 18 meses, reapareciendo cada pocos años, durante un largo período.

Entre los personajes célebres de la época que murieron de Peste Negra, encontramos a reyes como Alfonso XI de Castilla, Juana II de Navarra, nobles como don Juan Manuel de Castilla, el pintor italiano Ambroggio Lorenzetti y el filósofo inglés Guillermo de Ockham. De la misma enfermedad murió también Laura de Noves, el amor de Petrarca.

La Peste causó un gran impacto psicológico, con sus graves síntomas, su gran mortandad y la impotencia de los médicos, al no poder dar con las causas de la enfermedad ni hallar un remedio efectivo. Como no sabían que era causada por un bacilo, ni que las ratas domésticas eran sus transmisoras, no se llevaron a cabo las medidas de sanidad correspondientes y los tratamientos recetados se basaban en la alimentación, la purificación del aire, las sangrías y la administración de brebajes a base de hierbas aromáticas y piedras preciosas molidas. A quienes contraían la peste bubónica, los facultativos les abrían las bubas, aplicándoles sustancias para neutralizar el ‘veneno’.

Como se mencionó anteriormente, los tratados de Medicina que se escribieron, como el Buch der Natur de Konrad von Megenberg, describían los síntomas con precisión, pero no acertaron a explicar las causas de la epidemia ni su tratamiento. Las causas atribuidas a esta gran pandemia no serían consideradas plausibles por ningún científico serio actualmente. Se elucubraron teorías conspirativas, culpando a los leprosos del contagio, o a los judíos de envenenar los pozos, se acudió a la Astrología, explicando que las conjunciones astrales habían fomentado la corrupción del aire o pestilentia. También era común creer que era un castigo divino.

Hubo reacciones diversas ante la Peste Negra: aquellos que atribuían la catástrofe a un castigo divino, se esforzaron por aplacar la cólera de Dios con misas, procesiones, votos, penitencias, oraciones, peregrinaciones, procesiones y culto de reliquias, junto a otras manifestaciones más heterodoxas y supersticiosas, como los talismanes y las fórmulas cabalísticas.

Un ejemplo fue la secta de los flagelantes, con sus penitencias colectivas de azotes mutuos, seguidora de las ideas milenaristas de Joaquín de Fiore. El milenarismo surgió en el siglo XII y con la Peste Negra, sumada a la gran cantidad de guerras que hubo en el siglo XIV (como la Guerra de los Cien Años) y las hambrunas de 1314, sus seguidores interpretaron que el Fin del Mundo estaba cerca, ya que por el mundo estaban cabalgando sus cuatro jinetes: El Hambre, la Guerra, la Peste y la Muerte.

En cambio, aquellos que se dieron cuenta de que los sacrificios y la conducta intachable no acabaron con la enfermedad, decidieron disfrutar de la vida más que nunca, conscientes de que en cualquier momento podían enfermar y morir, entregándose con desenfreno a todo tipo de placeres. Esta situación se refleja en El Decamerón de Bocaccio, que interpreta el Carpe diem romano, como un llamado a disfrutar y pasarlo bien.

Ante la desesperación, en este mundo europeo tan practicante del Catolicismo, mucha gente pierde la fe y cae en prácticas supersticiosas y heterodoxas, que se acercan al satanismo y la brujería. En realidad, lo que en la Edad Media y el Mundo Moderno se llamaba “brujería”, era el retomar las prácticas paganas, volver a los dioses y ritos antiguos, algo condenado por la Iglesia y perseguido por la Inquisición.

El satanismo surgió porque desde el siglo XII, en Europa habían entrado las ideas maniqueístas, una reinterpretación de la religión zoroástrica, que había difundido la creencia en dos dioses: uno bueno y uno malo. Estas ideas condujeron a varias corrientes cristianas perseguidas por la Iglesia, como los cátaros o los bogomilos. Pero, en el siglo XIV, el maniqueísmo condujo a la idea de que, si ‘el Dios bueno’ los castigó y abandonó, hay que entregarse al ‘dios malo’, es decir, al demonio.

Estas desviaciones de fe, unidas al miedo y al descontento que había entre la población, sembraron un tenso ambiente de intolerancia y persecución. Dichas actitudes radicales, unidas a la desesperación y a la incertidumbre, produjeron un clima de intolerancia religiosa, favorecido por la crisis que trajo el Gran Cisma de Occidente (1378-1417), cuando los conflictos políticos entre los cardenales italianos y los franceses, provocaron la elección paralela de dos Papas.

Sin embargo, la mayoría de la población seguía siendo profundamente creyente y se esforzaba por sobrevivir a la Peste, tomando todo tipo de precauciones para no contagiarse o para intentar salvar a sus seres queridos. La muerte, parte de la vida del cristiano de esta época, estuvo más presente que nunca, tomando su aspecto más terrorífico, ya que apareció sin previo aviso y en medio de terribles sufrimientos.

Por otro lado, aumentaron las migraciones, ya que la gente huyó de los lugares infectados. Las ciudades para protegerse del contagio limitaron el ingreso de extranjeros y establecieron “cuarentenas”, que no siempre fueron efectivas, como la de Florencia, que no evitó que esa ciudad fuese diezmada. De hecho, el origen de esa palabra viene precisamente de esta época: ante la Peste, las autoridades de varias ciudades portuarias italianas impedían la entrada a los pasajeros de los barcos, para evitar el contagio. Las autoridades también procuraron limitar las aglomeraciones, fomentaron medidas de higiene y reforzaron la vigilancia, porque el número de bandidos aumentó en este tiempo de peste, desesperación y crisis económica.

A pesar del miedo, los enfermos no fueron abandonados, salvo excepciones, aunque se tomaron precauciones, como el uso de las primeras mascarillas, ante el temor del contagio. Médicos y sacerdotes atendían a los enfermos guardando la mayor distancia posible. De hecho, los sacerdotes daban la comunión entregando la hostia consagrada por medio de largas espátulas, y a veces a través de las ventanas.

El temor influyó también en los ritos fúnebres, y ante la gran cantidad de muertos a sepultar y las precauciones para no ser contagiados, se dejaron de lado los velatorios y las esmeradas atenciones hacia los difuntos. Por eso, surgieron las “Cofradías de la Buena Muerte”, encargadas de sepultar a los muertos. Muchas veces, las tumbas no daban abasto, apilándose cuerpos por montones, cubiertos de cal. Sin embargo, cuando la enfermedad dejó de ser una amenaza, se retomaron los ritos tradicionales, e incluso se intentó reforzarlos, con la publicación de los Ars moriendi en el siglo XV. Estos libros eran verdaderos “Manuales de la Buena Muerte”, destinados a quienes debían asistir a los moribundos en sus últimos momentos, procurándoles cuidados paliativos, la mayor tranquilidad posible y asistencia religiosa.

Entre las consecuencias socioeconómicas de la Peste, cabe señalar la gran disminución en la mano de obra, afectando todos los sectores productivos: agricultura, manufacturas, comercio, etc. Esto causó un encarecimiento en el costo de producción, por el aumento de los salarios, provocándose una inflación, que llevó a los cereales a aumentar su precio en un 30% en los años posteriores a la Peste.

La pandemia también causó estragos en la educación. Por ejemplo, en Inglaterra, hubo colegios de Oxford y Cambridge que quedaron prácticamente deshabitados. La vida religiosa también se vio afectada, ya que murieron muchos sacerdotes. Los monasterios se vieron aún más afectados: hubo algunos que quedaron deshabitados. Fue necesario ordenar nuevos clérigos para cubrir las numerosas vacantes generadas, disminuyéndose los requisitos exigidos tradicionalmente para ser ordenado, y acelerando los procesos de formación sacerdotal. Este hecho, sumado a otros problemas de índole político, como el Cisma de Occidente, provocó una importante, aunque no generalizada, corrupción del Clero, además de un creciente cuestionamiento hacia las autoridades eclesiásticas. Eso conducirá, casi dos siglos después, al proceso de la Reforma Protestante.

La Peste Negra generó un gran impacto demográfico y social. Ciudades diezmadas, donde los pocos sobrevivientes huían, mientras muertos y enfermos aumentaban sin cesar, siendo imposible atenderlos a todos. La baja demográfica provocada por el yersinia pestis, sumada a las guerras y hambrunas, provocó la pérdida de más de un tercio de la población en 1400 con respecto a la de 1300, que tardó 50 años en recuperarse.

Además, hubo un aumento de la migración campo-ciudad, porque vivir en el campo se hizo menos rentable, ante la disminución de la demanda de materias primas, mientras en la ciudad aumentaban las oportunidades de trabajo, gracias a las vacantes generadas por la gran mortandad. Esta situación de crisis y descontento fue la causa principal de las revueltas campesinas, como la Jacquerie (1358). Las tierras señoriales disminuyeron y los nobles, para compensar sus menores ganancias, decidieron aumentar los impuestos y las exigencias laborales, aumentando los abusos y el descontento.

Tras la segunda mitad del siglo XIV, la muerte se convierte en el gran tema de los sermones, el arte, la literatura, y todas las manifestaciones culturales. Porque provocó un gran impacto, con diversas reacciones: miedo, incertidumbre, angustia, resignación, el aceptarla como un castigo divino, y ante éste, condenar la huida, propiciando el enfrentarse valientemente a ella, o intentar aplacar la cólera divina mediante penitencias u oraciones.

Como la tradición cristiana interpretaba la muerte como un castigo por los pecados, aumentó el sentimiento de culpa y el pesimismo, acompañado del sentimiento de que el mundo es ‘anciano’ y va empeorando hasta su inevitable final. Una actitud muy influida por el De Contemptus mundi, escrito por el papa Inocencio III en el siglo XIII y fomentada por los predicadores.

En la literatura de la época coexistía el miedo a la muerte con la esperanza de que es el inicio de una vida mejor. Una idea muy influida por clásicos como Platón, Séneca y Cicerón, y pensadores cristianos que aportaban la creencia en la misericordia divina, como Santo Tomás de Aquino y Boecio. La muerte es inevitable para todos, independientemente de las glorias o miserias alcanzadas, supone el fin de la gloria terrenal y la descomposición de la belleza física. Por eso, uno de los tópicos que se desarrolló con fuerza fue el ubi sunt? (¿dónde están?), un lamento por la fugacidad de la vida y las glorias terrenales, escrito por Bernardo de Morlay, monje cartujo del siglo XI. Es el mismo planto plasmado por Jorge Manrique en sus Coplas, escritas hacia 1467: la vida fugaz y perecedera, y el presente decadente, en contraste con un añorado pasado glorioso.

La importancia que adquirió la muerte en la mentalidad del hombre en los siglos XIV y XV, se reflejó a través del arte y la literatura con el Arte Macabro, cuyo mayor exponente es la Danza de la Muerte. También surgieron El Triunfo de la Muerte, el Encuentro de los tres vivos y los tres muertos y los Ars moriendi. Estas manifestaciones artísticas buscaron crear conciencia de que la muerte es inevitable para todos y por ello, hay que estar preparado. Por lo tanto, la función de lo macabro en el arte Gótico flamígero y posteriormente, en el Barroco, es pedagógica, resaltando la fugacidad de la vida y la idea de “la muerte igualitaria”.

El Encuentro de los Tres Vivos y los Tres Muertos representaba a tres hombres, jóvenes y nobles, que se encuentran a tres cadáveres en descomposición. Ellos les recuerdan a los tres jóvenes que así se verán en un tiempo más, denunciando la fugacidad de la vida terrenal, sin darle demasiada importancia a los placeres, las riquezas o la belleza física, porque no son eternas. En cambio, fomentaban la preocupación por actuar bien y ser un buen cristiano, siempre preparado para su muerte.

El Triunfo de la Muerte surgió en Italia a principios del siglo XIV y representó a la Muerte como una terrorífica anciana, de mirada impenetrable, largos cabellos, alas negras y garras como un ave rapaz, que perseguía a sus víctimas. Una imagen basada en Atropos, la Parca griega que cortaba el hilo de la vida. En el fresco de la catedral de Santa Croce, se pintaron varias escenas que mostraban la Muerte triunfante, como una pareja real sorprendida por tres tumbas abiertas o un grupo de personas atacada de improviso por la Muerte en medio de un banquete, mientras ignoraba a los leprosos. Además de resaltar la idea de la fugacidad de la vida y criticar la vanidad, se daba a entender que la muerte podía llegar de sorpresa, llevándose a los que más anhelaban vivir.

El arte macabro también se representó en las miniaturas de los libros de oraciones, como los Libros de Horas, Breviarios y Salterios, con ilustraciones iluminadas relativas a la muerte, en relación al Oficio de los Difuntos o como advertencia a no caer en la vanagloria. Un ejemplo son las Petites Heures del duque de Berry, que contienen una representación del Encuentro en el Oficio de los Difuntos.

Las Danzas Macabras presentaban, de un modo teatral, diversas escenas en las que la Muerte personificada invitaba a bailar a los vivos, que muchas veces se resistían a perder la vida de forma tan sorpresiva. Normalmente, eran imágenes acompañadas por un texto. Pero, también hubo Danzas que sólo pintaban la escena, mientras otras, como la Dança General castellana, describen la danza de la muerte en verso, sin representaciones iconográficas. Todas representaban una danza con la Muerte, que dialogaba con los vivos, resaltando dos ideas: el ubi sunt? y la crítica a la vanidad.

La Danza de la Muerte comenzaba con un discurso de su protagonista, al que respondía el Predicador. A continuación, iban agrupándose los personajes en cinco grupos de siete, simbolizando la jerarquía social, alternando clérigos y laicos. Así, la Muerte invitaba a bailar al Papa, al Emperador, al Rey, al Cardenal, al Monje, al Caballero, etc. Destacaba la variedad y riqueza de atributos con que eran representados los personajes, dejando bien claro a qué estamento pertenecía cada uno y a qué se dedicaba. La Muerte era representada llena de elementos simbólicos, como arcos, flechas, crueldad y fealdad.

A pesar de lo que podría pensarse, la Danza Macabra no es terrorífica como los Triunfos, porque su carácter de baile le da un aspecto más “humorístico” y “bonachón”, al jugar con las ironías, sin pretender asustar a las personas. La sociedad feudal no era igualitaria, sino dividida en estamentos, cada uno con sus propios derechos y deberes. Pero, ante la muerte, todos eran iguales, porque nadie, ni siquiera el rey, podía huir.

Otro importante exponente de la literatura del siglo XV fueron los Ars Moriendi verdaderos compendios de la tradición cristiana acerca de la muerte, acompañados de imágenes que ilustran sus enseñanzas. Fomentaban una actitud valiente, pacífica y positiva ante la muerte, que se presenta como la última batalla que debe librar el ser humano para ganar la salvación de su alma, contra las tentaciones de los demonios, mientras su ángel de la guarda le ofrecía las buenas inspiraciones para enfrentar los malos pensamientos. A raíz del Concilio de Constanza (1414-1417), que terminó con el Cisma de Occidente y permitió que la Iglesia recuperara su misión pastoral, comenzó a circular este libro, escrito por un dominico, muy difundido gracias a la imprenta.

Los medievalistas consideramos que el siglo XIV se caracteriza por ser un tiempo de crisis. Y en la Historia, al igual que en la vida, generalmente las crisis traen cambios profundos para quienes las viven. Estos tiempos de crisis bajomedieval fueron provocando una importante transformación en la mentalidad de los hombres y mujeres europeos. Cambios que darán inicio a una nueva ‘etapa’: el Renacimiento y el Mundo Moderno. Es una nueva era, con un pensamiento, un sistema político, una economía, una literatura y un arte diferentes. Estos cambios profundos no sólo deben atribuirse a la Peste: muchos de ellos corresponden a la evolución de procesos anteriores. Pero, de algún modo, este tiempo de crisis provocó en las personas un mayor cuestionamiento de lo establecido y surgieron con fuerza estas transformaciones. ¿Pasará lo mismo hoy en día con el coronavirus? Algunos creemos que sí. Que este ‘encierro’ forzoso que nos vemos obligados a guardar, al menos nos invita a hacer un alto y reflexionar. ¿Qué transformaciones surgirán de todo esto? Aún es muy pronto para saberlo.

2 Comentarios
  1. Concepcion dice

    Muy interesante,muestra diversos aspectos del flagelo de la peste negra.

  2. Carola dice

    Que buen panorama (geográfico, demográfico, socioeconómico, político y cultural) de la pandemia más profunda que ha azotado a la humanidad. Una perspectiva histórica que invita a revisar el proceso en el que estamos frente a la emergencia sanitaria.
    En lo más profundo, qué tan diferentes somos hoy ante la incertidumbre y la muerte?

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