¡Feliz día del libro todo el año!
Hoy trato de recordar el primer libro que leí, debe haber sido alguno de Enid Blyton. Con ella viajé varios años por tierras inglesas, fui parte de los cursos de las seis novelas de Santa Clara y aprendí que los colegios podrían ser fuente de aventuras. Sentirme identificada con los problemas de las protagonistas me ayudaba a pensar en cómo solucionar los propios.
Por Mary Rogers G
Hoy trato de recordar el primer libro que leí, debe haber sido alguno de Enid Blyton. Con ella viajé varios años por tierras inglesas, fui parte de los cursos de las seis novelas de Santa Clara y aprendí que los colegios podrían ser fuente de aventuras. Sentirme identificada con los problemas de las protagonistas me ayudaba a pensar en cómo solucionar los propios.
Cuando cumplí los 10 años recibí de mi media hermana – que era monja y vivía en Francia, lo que entonces me parecía tremendamente cool – un libro que se llamaba Los Lirios del Valle y hablaba de la amistad entre una monja -obvio – y un hombre (años más tarde la monja- hermana se salió del convento y se casó, pero esa es otra historia). Amé el texto porque era un regalo de alguien a quien yo admiraba y seguí aferrándome a la lectura. Una hija única busca siempre nuevas compañías y las historias que encontraba en los libros eran sencillamente insuperables.
Por esa misma época, alguien me regaló un diario de vida. El descubrimiento de “la privacidad” y la motivación para tener algo que sólo yo conocería se convirtió en un reto constante. Cada día escribía una pequeña historia de lo que había sucedido en el colegio, de lo que sufría o disfrutaba, partiendo el relato con el usual “Querido diario” que había leído en algún libro. En ese diario escribí mi amor inconsolable por Enzo Viena, el protagonista de la teleserie Nino; el recuerdo de ver, a los cuatro años, a César Antonio Santis, afuera del Show de Alejandro Michel Talento, haberlo mirado y recibir un guiño de su parte. Más tarde escribiría sobre la injusticia de mi padre al negarse a mis deseos de ser actriz y escritora. “Mi hija no será ninguna bataclana”, me aseguró cuando le hablé de mis proyectos infantiles y sin saber lo que eso significaba, como me sonaba a algo feo, dejé constancia del “hecho” en el diario, a la vez que escribí una carta a Gloria María (Muchacha italiana llega a casarse) en la que le pedía consejos para rebelarme a la decisión de mi padre. Nunca recibí respuesta.
Los diarios se fueron renovando con los años y pronto se convirtieron en historias de ficción que relataban amores imposibles, con prosa poética rebuscada que pretendía parecer profesional.
Ya a los 15 años leía todo lo que encontraba. A veces pasaba toda la tarde o toda la noche dando vuelta las páginas de una historia que me apasionaba y a la mañana siguiente, mi actitud de zombie me impedía estar demasiado atenta en clases. En esos años aparecieron en mi vida Julio Cortazar, Gabriel García Márquez, Hermann Hesse y Joseph Kafka. Todos me engancharon a sus mundos con la facilidad y seguí recorriendo sus cabezas, sus sentimientos y encontrándome con los míos.
Paréntesis. A los 17 conocí a Marta Blanco. Yo escribía en la revista de mi colegio y ella había sido estudiante del mismo. Aunque no terminó ahí sus estudios, era la ex alumna que yo más admiraba. No puedo presumir que hayamos sido amigas, pero sí recuerdo que hablamos un par de veces por teléfono después de ese primer encuentro. Ella fue una de las personas que me inspiró para que decidiera dedicarme a escribir. A un par de días de su partida y, arriesgándome a que esta columna se disperse, aprovecho de recordarla con agradecimiento.
Mis mejores recuerdos se asocian con la lectura: viajes y libros, amores y libros, hijos y libros. Hoy cuando las palabras son el centro del menú, el plato de fondo esperado por los que imaginamos personajes, historias, sentido y sensibilidad, veo al país saludando a los creadores – al mundo de la cultura que, según RAE, como a muchos les gusta citar, es: “El conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”,- a la distancia, como gente que ofrece suntuarios, que no merece alguna ley particular, ningún beneficio, porque la cultura no se come ni se presume. Siempre la forma, nunca el fondo.
Celebrar el libro una vez al año, como todas las fiestas de marketing no ayuda al crecimiento, al juicio crítico que menciona la Academia. El libro debe celebrarse cada día, en cada hogar, con la lectura nocturna para los niños, la lectura en pantalla a través de Dibam Digital, la lectura colectiva en clubes y reuniones; la lectura como herramienta para el aprendizaje de valores, costumbres, amor por la diversidad y el mundo, mágico y real. La lectura debe celebrarse con una ley que la proteja. Sólo entonces podremos decir ¡Feliz día del libro! todo el año.
*Periodista y escritora. Autora de Fango Azul, Partes del juego (cuentos cortos para noches largas), Entre radios y medianoche, La cofradía de la luz y La casa de Kyteler. Miembro de Auch!
Excelente y ameno artículo.!!
Hacen falta este tipo de testimonios para incentivar la lectura.!!
Todos mis respetos y felicitaciones Mary Rogers.!!