Estado al rescate de los privados: ahora sí existimos todos
Las crisis llegan y a veces por más que avisan nos pillan por sorpresa.
Por Miguel M. Reyes Almarza*
La reclusión forzada de la población civil producto de la pandemia de COVID-19 que azota a todo el mundo conocido ha puesto de manifiesto aquello que por obvio fue invisibilizado voluntaria y sistemáticamente por todos los gobiernos que usufructuaron -y lo siguen haciendo- del muy rimbombante ‘Milagro de Chile’, ese que por allá a fines de los setentas y pasada la crisis de 1982 definió el implícito contrato social que proporcionaba números azules a cambio de marginalidad y pobreza extrema. Me refiero a la evidente pero proscrita relevancia de la ciudadanía respecto del éxito o el fracaso del desarrollo social. Ahora que los ‘descartables’ luego del histórico 18O han decidido -en su gran mayoría- tomar el control de sus vidas y de paso protegerla, nos damos cuentas que sin las personas esto no funciona y punto.
Siempre se nos inculcó, desde la temprana instrucción escolar y su correlato en los medios de comunicación solidarios y beneficiarios del sistema, el escaso impacto -sino nulo- de los afanes de la gente común respecto del destino de nuestro país, más allá del obligado esfuerzo, solo el empresariado, administrador sempiterno del capital, podría generar el crecimiento que el país necesitaba. Hoy les llaman emprendedores y los disfrazan de efectividad bajo el cartel de ‘Pymes’.
Aún permanecen en la memoria histórica aquellas coloridas imágenes que en tiempos de dictadura se exhibían en TV -previas a las ‘cadenas nacionales’- donde personas comunes lucían sonrientes mientras dejaban sus vidas en oficios mal remunerados y despreciados desde la planificación estatal. Pescadores que fueron aplastados por el negocio de la infecta ley de pesca, agricultores que fueron sometidos a las condiciones asfixiantes de las transnacionales de la fruta o docentes rurales que sacaban -todavía- de su bolsillo la subvención para poder hacer una clase significativa en condiciones de abandono impresentables para el mundo moderno.
La consigna era esforzarse, naturalizar el abuso como una especie de pasión que llevaba a la redención de una vida digna, desde allí la falacia de ‘verecundia’, modestia con lo superior, operó sistemáticamente.
No se podía reclamar ¿Con qué cara? si había gente que sabía más que uno, que habían estudiado en Chicago y Harvard -o eso decían- y que las hacia mejor preparadas, criteriosas y de habilidades del todo sobrenaturales para liderar el desarrollo. Mientras nos mantuviéramos en nuestros puestos todo iba a estar bien.
Pero las crisis llegan y a veces por más que avisan nos pillan por sorpresa. Primero en octubre de 2019 cuando el país se enteró, reconociéndose cara a cara en las multitudinarias manifestaciones, que la dirección que llevaba nuestra sociedad solo beneficiaba a un grupo tan reducido como descriteriado. Las burlas desde el gobierno y sus fieles dieron lugar a las contradicciones y luego a la reflexión, otrora imposible, respecto de la imposibilidad de seguir siendo gobernados por tales ‘super hombres’. Y no colinda este concepto siquiera con lo expresado por Nietzsche ya que hace más de 40 años que no hay recursividad alguna respecto del manejo mezquino de los dividendos producto del intervencionismo de Estado que, en una particular interpretación keynesiana, terminó favoreciendo a la inversión en total desmedro de la fuerza laboral ya que, como hemos podido observar hoy, la sociedad apenas mejoró en su conjunto. Para entonces no existió -ni existe- ningún impedimento para participar activamente de la economía -incluyendo impuestos absurdos y de dudosa obligación- pero sí un sinfín de trabas para asegurar derechos fundamentales como vivienda, salud y educación de calidad.
Con toda esta apología al sacrificio a cambio del crecimiento olvidamos que la principal fuerza productiva son los trabajadores, que sin ellos las otras, incluyendo el capital, terminan por colapsar y refugiarse en las faldas de aquel estado que juraron reducir hasta hacerlo desaparecer. En plena crisis el Estado chileno ya estudia un apoyo económico a LATAM -la mayor empresa aérea de Latinoamérica- que por años exhibió un suculento nivel de ganancias gracias a un mercado que permitió sus operaciones y fusiones incluso en desmedro de otros actores y sin embargo hoy amenaza a sus empleados por medio de los sindicatos con formidables rebajas de sueldos a condición de mantenerse en la empresa. Gesto reivindicado por el presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), visiblemente afectado ante una eventual paralización de actividades en vista de proteger vidas humanas o la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) que no ve contradicción alguna en que los privados soliciten rescates al mismísimo Estado cuando en tiempos de bonanza, los mismos, se muestran reacios a distribuir parte de sus dividendos no obstante los escandalosos perdonazos y la beneficiosa ley de donaciones.
¿Qué fue del milagro? ¿Del oasis? qué pasó con los talentosos empresarios que a la primera complicación solo atinan a reducir personal. Ninguna discusión transita por la gestión de los recursos, todas acaban tarde o temprano en sacrificar al peón y, sin embargo, es ese trabajador el que sostiene su egoísta ilusión.
Y es que los privilegios fueron tantos y de tan larga data que el desprecio al otro terminó por ser parte del paradigma del crecimiento. Aplausos y alabanzas a los gestores de la mejor economía de Latinoamérica mientras que en el correlato solo existía una planilla de trabajadores sin más anhelo que mantener sus empleos. Hoy -virus mediante- la burbuja está a apunto de explotar, el demérito para el trabajador generó la reacción en cadena que movilizó a un país en demandas de justicia jamás vistas, primordiales pero impresentables para quienes gozaron a cuerpo de rey de la invisibilidad de los otros. Hoy hay gente que muere, que se expone a una plaga lisa y llanamente porque hay una oligarquía, ignorante e incompetente, que quiere cuidar hasta el último peso sin entender que en ese afán terminarán por destruir su propio paraíso. Ahora que a fuerza entienden de que se trata el miedo, ahora que saborean ligeramente la frustración, es que nos piden que no dejemos de trabajar, es que le solicitan al Estado que además de todos los privilegios de los que gozan sean ‘salvados’ para poder subsistir ¿Dónde quedó todo el talento para los negocios? ¿Dónde la altanería con la que se abrazaban cuando ingresaron a la OCDE?
El Estado somos todos y entiéndase bien que de existir una ayuda para nuestras “personas poderosas” -parafraseando a don Andrónico- ‘todos’ vamos al rescate de aquellos que rara vez pensaron en el otro como un individuo legítimo en la relación, que se burlaron de la población necesitada de subsidios apuntándoles que “querían todo gratis” para luego abandonarlos a su suerte. Ahora la otredad consciente es la que debe actuar de manera ejemplar, justa y criteriosa.
¿Un nuevo trato? Por supuesto, de eso se trata el cambio Constitucional y la Asamblea Constituyente. Ahora que todos experimentan por igual la carencia, bienvenidos a este nuevo Chile que no empata, pero recuerda y desde allí construye su futuro.
*Periodista e investigador en pensamiento crítico.