Por José Ignacio Silva A.
“Somos una civilización destinada a vivir pronto su propio fin”, apunta el naturalista, poeta y filósofo estadounidense Henry David Thoreau, una frase que por estos días, en los que la humanidad está arrinconada de terror e histeria por el coronavirus, cobra bastante sentido. Hablamos de la vigencia y la actualidad de Thoreau que se expresa, desde luego, en sus libros, que en el ámbito hispanoparlante gozan de un auge interesante.
Si bien Walden, la cumbre del autor ha estado casi siempre a la mano al menos en alguna librería de viejo, los últimos años nos han traído un regreso del hombre de Concord, en especial en lo que se refiere al caminar. A eso se agregan textos políticos icónicos como Desobendiencia civil y sus diarios.
Asimismo, vale como patente de actualidad –especialmente la chilena- de Thoreau su insurgencia, su alzamiento ante la autoridad. Qué tierra más fértil que el Chile post 18 de octubre para los postulados de un pensador que protestó contra su propio gobierno evadiendo tributos, en represalia por las fechorías del establishment. Así pensaba un hombre que consideraba la política no más que “humo de cigarro”. Pero ahí nos desviamos del curso.
Henry David Thoreau
Poéticas del caminar
Alquimia, Santiago, 2019, 84 págs.
Volviendo al tema del caminar, recientemente a editorial Alquimia condensó en un ligero volumen textos que Thoreau publicó sobre marchar a pie, titulándolo Poéticas del caminar. El libro reúne A [sic] Walking (o Pasear), A Winter Walk (o Un paseo invernal) y Night and moonlight (Noche y luz de luna). El caminar que Thoreau plantea es del peregrino (o el del caballero andante), no el que va y vuelve, si no el que se va para no volver, al menos no en mucho tiempo, “Si estás listo para dejar a tu padre y a tu madre, a tu hermano y hermana, a tu esposa, tu hijo y tus amigos y no verlos nunca más; si has pagado tus deudas, hecho tu testamento, arreglado tus asuntos y eres un humano libre, entonces estás listo para caminar”. Los requisitos son un tanto excesivos, con tufillo bíblico, pero sientan las bases de la esencia del pensamiento de Thoreau: el retorno a lo salvaje, y la naturaleza como el estado puro del bien y la fuente del conocimiento más profundo. Ahí no hay mucha novedad, pues ahí están las bases del ecologismo, por ejemplo.
La médula de este libro es el desplazamiento como una declaración de principios, que idealmente debiera tomar la forma de un ethos, como propone el norteamericano. Un comportamiento elevado, mediante el cual se expandan los límites de lo conocido, a partir de agregar paisajes nuevos a la experiencia diaria. Paisajes que, se lamenta el autor, corren riesgo ante la voracidad constructora de la modernidad. Thoreau exclamaba esto a mediados del siglo XIX, si echara un vistazo a lo que ocurre hoy estaría destrozado sin remedio.
El discurso de Henry David Thoreau es apasionado y entusiasta. Tal vez de ahí su éxito y presencia, apelar a un retorno a lo natural y lo salvaje (para el autor, el oeste), que se alza como antídoto a la ultratecnificación de todo. Una solución ancestral a un miedo actual. Un discurso campestre y romántico que aplaca el temor existente de ser reemplazados por máquinas, “hasta que un día el sol brille con más fuerza de lo que lo ha hecho jamás. Quizás incluso en nuestra mente y corazón, iluminando la totalidad de nuestra vida”.