¿Chile despertó?
Lo que se pretenda construir de ahora en adelante, deberá partir de otro Chile, pero no porque haya cambiado tanto, sino porque se hizo visible el real.
Por José Ramón Cárdenas, director colegio de Publicistas de Chile
Me emocionó recorrer las calles en el comienzo del estallido y leer carteles que declaraban “Chile despertó” o “Chile cambió”. Había en esas palabras algo de romántico y de épico que hacía pensable un nuevo futuro para todos.
Muchos en esos días, complementamos ese despertar o cambio con los conceptos que nos parecieron más cercanos y fundamentales: empatía, justicia, igualdad, comunidad, patriotismo, etc.
Al día siguiente de la “marcha más grande de todas” fuimos con unos amigos a la Plaza Italia en “modo pseudo turistas” y pudimos observar una protesta que empezaba a dibujar una primera línea enfrentada a la policía y a otros, que caminaban en familia, con amigos, o solos, lejos del enfrentamiento, pero sintiéndose parte del reclamo.
Un amigo me preguntó después de un rato de haber recorrido: ¿Qué opinai?, ¿Qué crees que va a pasar? y habiendo leído rayados, olido lacrimógenas y de no poder evitar recordar mi adolescencia con algunos flash del SÍ y el NO, le dije: “yo creo que esto no va a parar más”.
Mi escueta y sentenciosa frase produjo dos cosas en simultáneo: una mirada de ojos muy abiertos y sin pestañar de mi amigo y un remezón en mí, a pesar de ser yo mismo quien lo estaba diciendo.
Quizás antes de observar e interpretar lo que vino después, es necesario al menos diferenciar la comunicación verbal y no verbal. Para no ser latero, digamos que se comunica lo que se dice y también -y a veces al mismo tiempo- lo que nuestros actos, gestos y expresiones dicen. Con este insumo, podremos entender que esto no ha sido solo:: “hemos escuchado con humildad y atención lo que el pueblo de Chile nos pide a gritos”, sino también un conjunto de tics, omisiones y miradas que nos distrajeron del mensaje verbal, al punto de no creerlo.
Antes de esta crisis, ya habíamos avanzado en no creer en las instituciones. Un síntoma potente y claro, pero que dejamos pasar con la esperanza de que se recuperaría paulatinamente y en paz. No fue así y parece sano que no haya sido así, porque nos obliga a resolver lo que dejamos pendiente hace 30 años. No estoy invitando a la autoflagelación desmedida: reconozco y valoro el avance en muchos aspectos, pero tarde o temprano debíamos enfrentar lo olvidado: no puede ser solo para algunos a expensas de muchos. Eso no es sostenible en el tiempo y nuestro país no es la excepción.
Lo que se pretenda construir de ahora en adelante, deberá partir de otro Chile, pero no porque haya cambiado tanto, sino porque se hizo visible el real. Quizás ese sea el verdadero “estallido social”. Hoy sabemos quienes somos. Deberemos por lo tanto, reconstruir el tejido social, eliminando privilegios, dando acceso a todos y todas, respetando la individualidad, entregando las mismas herramientas, recompensando de la misma forma, viendo al otro -como dice Humberto Maturana cuando define el amor- como un legítimo otro en la convivencia y asumir que no eramos el país menos corrupto, sino el menos informado; deberemos asumir de una vez por todas que no eramos el pasillo para el narcotráfico, sino una residencia definitiva y cómoda y que no somos una verdadera comunidad sino, muy por el contrario, nos acostumbramos a vivir en clusters que nos impiden siquiera saber que existen otros.
Yo rescato la sabiduría popular e invito a intelectuales, dirigentes políticos y analistas a caminar por las calles y leer. Allí encontrarán lo que los medios omiten o tergiversan, lo que en Twitter falta, lo que la gente no conversa para no incomodar a otros.
Serán testigos de la elocuencia de las frases simples, que solo buscan destapar lo que la alfombra neoliberal hizo creer a muchos que no existía y quiero citar una en particular que resume mucho de lo que opino en estas líneas: “Antes estaba todo bien, pero era mentira, ahora estamos mal pero es verdad”.