Daniel Ramírez: lecciones del Brexit

El 31 de enero 2020 se cumplió el tiempo oficial en que el Reino Unido habrá pertenecido a la Unión Europea. Fin de una historia de 4 años de negociaciones difíciles, y de 47 años de pertenencia problemática. Un matrimonio agitado se termina con un divorcio complicado. Arrepentimientos y reafirmaciones tuvieron la ocasión de expresarse. Finalmente, la Gran Bretaña no quiso permanecer; y hoy parte de verdad.

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía

Lo que el mediocre Cameron desencadenó, y que la patética May no pudo completar, el cómico Johnson lo logró: reafirmar que lo que el dramático Churchill había deseado: la construcción de los Estados Unidos de Europa, no era el deseo de los británicos.

Una tristeza y una pérdida, sin duda, porque la GB no es solo una gran nación, es parte central de la civilización Occidental, con todos sus males y sus avances; es parte fundamental de Europa con su historia compleja, desde las primeras conquistas del derecho (la Carta Magna de 1215), desde el imperio colonial a la oposición férrea al nazismo; con su arte, su cultura y su ciencia, su sofisticación, su humor y su hipocresía. Es triste que tome la vía contraria al sentido de la historia; esta va en la dirección del cosmopolitismo, de las uniones supranacionales y que debiera tender a una democracia mundial, única manera en que la especie humana podrá hacer frente al gran desafío ecológico que ya está a nuestras puertas.

No sería tan triste si fuera simplemente un reflejo orgulloso de independencia, de tozuda autonomía, de originalidad y deseo de seguir su propio camino. Pero en la situación actual del mundo, no puede ser más que una opción obligatoria de estrechamiento de los lazos con los EEUU. Agrandar el Canal de la Mancha para estrechar el Atlántico; algo que ya hizo, de manera vergonzosa Tony Blair al apoyar con mentiras de Estado el proyecto de Georges W. Bush de la guerra de Irak; y que había hecho Margaret Thatcher en los 80, cuando el Reino Unido se convirtió en la cuna del neoliberalismo, casi 5 siglos después de haber sido la cuna del capitalismo. Hoy en día, ante el avance aparentemente inexorable de la China, Unido o no, sin el alero económico y político-militar de los EEUU, el reino no es gran cosa. Es verdad que el proyecto de la Unión Europea, convertida en un gran club neoliberal, patina desde hace un par de décadas, y se muestra incapaz de dar pasos reales hacia una integración política. Es verdad que las élites internacionales están muy seguras que el mercado globalizado es la única alternativa, y que en ese contexto, no importa mucho cuáles sean los lazos que se conservan y cuáles los que se crean.

El Reino Unido va en el sentido contrario de la historia. Mala suerte. Les corresponderá ahora a los escoceses que votaron masivamente por permanecer en la Unión de decidir de su futuro; ¿por qué no fuera del Reino Unido? Así como a los irlandeses, a quienes el Brexit les da una nueva oportunidad de pensar su posible reunificación. El pueblo británico, dividido, se compromete con un destino azaroso, decisión ganada por prejuicios, demagogia, malentendidos y falta de visión de futuro, tanto de la Unión Europea, como de del Reino Unido, que podrá convertir Londres en un inmenso paraíso fiscal, una especie de Singapur sobre el Támesis, haciendo retroceder de décadas el orden justo, ecológico y democrático que el planeta de los humanos necesita.

Con la salida del Reino Unido, Europa no pierde ni a Tomas Moro ni a Shakespeare, ni a Charles Dickens, Walter Scott, Lord Byron, Rudyard Kipling, Aghata Christie o Doris Lessing; no pierde ni a Turner ni a Francis Bacon, ni a Purcell, ni a Peter Brook. Porque pertenecen a la humanidad. Si las naciones deben continuar significando algo profundo es eso: sus culturas.

Sin embargo, si se puede rescatar algo positivo (siempre lo hay), alguna lección para el futuro, ella irá en el sentido de la de desmitificación de los tratados. Se pueden firmar tratados, entrar en diversas estructuras. El Reino Unido no firmó el tratado de Roma, pero sí los de Maastricht, Ámsterdam, Niza y Lisboa. Y finalmente, con un simple referéndum se retira de todo aquello. Los tratados firmados quedan repentinamente abolidos, demostrando que estos no son inamovibles, las opciones no son definitivas. De la misma manera las opciones que tomen nuestros países no lo son.

Esto nos muestra que nunca hay que dejar de ocuparse de lo internacional, del lugar y de la vocación mundial de los países. No somos islas, como Inglaterra cree serlo. Nosotros debemos recomenzar a pensar en una unidad latinoamericana. Sobre todo en tiempos en que debemos repensar nuestra Constitución. Es transcendental y urgente. No se trata del “sueño de Bolívar”, como se dice por hábito, para relegarlo al casillero de los sueños lejanos; es una necesidad histórica totalmente actual. El nivel del Estado Nación debe transcenderse (sin abolirse) hacia grandes conjuntos como la Unión Europea en todos los continentes: una unión africana; otra asiática; federaciones o confederaciones de las grandes zonas del mundo, serán la única manera de volver a un multilateralismo coherente, protegido de ser un terreno de caza de la China y los EEUU.

Nos corresponde a todos, ahora, reflexionar, estudiar y tener una idea del lugar que ocupamos y que querríamos ocupar en el mundo. La política no es sólo lo que ocurre detrás de fronteras, muchas veces artificiales y reforzadas por discursos demagógicos, que estimulan los bajos (muy bajos) instintos nacionalistas, patrioteros, chauvinistas y xenófobos.

Nuestros países latinoamericanos debieran despertar de sus ilusiones aislacionistas: la locura de creer que solos podremos “negociar” tratados con las grandes potencias y que ellos nos convengan. El resultado es que se cae bajo la bota de dichas potencias, que sean norteamericanas o asiáticas. La democracia necesita una escala intermedia entre los actuales Estados, o grandes regiones autónomas, como podrían serlo Escocia, Cataluña, El Kurdistán, Palestina o el Wallmapu en el futuro, y la escala global que actualmente carece totalmente de democracia. Se impone la ley del más fuerte con cobertura legal (las Naciones Unidas). Tomar nuestro destino en mano significa también decidir con quienes vamos a hacerlo. Porque solos, nadie lo logrará.

Yo sé que nadie hoy en día habla de estas coas; pero es un error. Alguien debe comenzar. En estos tiempos en que nuestro país debe refundar su sistema político-jurídico (la Constitución), económico y social, debemos también tener una proposición clara de nuestra vocación latinoamericana, inter-pueblos, más que internacional, cosmopolita y pacifista. Juntos podemos realizar algo grande, avanzar hacia el futuro. Cada uno por su lado, será muy difícil. Es hora de inscribir el latinoamericanismo, la paz y la hospitalidad universal en nuestra inminente agenda constitucional.

1 comentario
  1. Luis dice

    Bueno y novedoso el artículo

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El Periodista