Inflexiones del 18/0: Destitución, travestismo y oligarquías académicas.
En nuestra parroquia tras una serie de fracturas explosivas se vino la purga contra el relato dominante de la secuencia pasado/presente.
Por Mauro Salazar, sociólogo, investigador de FIEL
Frente a la dislocación del tiempo histórico-representacional de las instituciones, nuestros administradores cognitivos con sus «eufemismos explicativos» han puesto en entredicho los modos institucionales de la investigación universitaria que durante dos décadas abandonó el campo de «lo popular» en sus más diversas expropiaciones.
¡Nada de epistemes plebeyas¡ Esa fue la pancarta del experto indiferente. Y así, aferrados a la usura categorial del texto indexado, en desmedro del ensayo y la densidad etnográfica, nuestras oligarquías académicas han recusado a la calle desde viejas economías del conocimiento, a saber, anómicos, violentos, irracionales e indomables. Y puntualmente como «algo lírico» y más complejo de analizar, pero sin superar el clivaje orientalista entre civilización y barbarie.
Aquí, en nuestro mundanal tupido, los sustantivos carecen de todo verdor y así abrazaban hasta antes del 18/0 su pertenencia a los relatos visuales de una modernización virtuosa. Con el inicio de la revuelta la sociedad chilena asistió a la destitución de su imaginario epocal. La densidad popular llenó los espacios de cogniciones rebeldes y las subjetividades institucionales tuvieron que ceder posiciones y renovar los desgastados juegos de poder. Y así, ante el vacío epistemológico, quedó al descubierto la tuberculosis que agota el trabajo en un modelo de acceso, obediencia y consumo. A la sazón un progresismo -sin «pispeos»- se replegó en su «teoría patricia» (Concertación) para restituir un modelo adultocéntrico contra las voces de la disidencia. Por fin el oxígeno de los partidos y el Congreso ya no tiene la posibilidad temporal de neutralizar el régimen de la vida cotidiana a nombre de formatos visuales.
En nuestra parroquia las tecnologías del poder pastoral (Peña, Mico, Waissbluth et al) han devenido securitarios y por ende adultocéntricos en su necesidad de reponer la extraviada «ley del Padre». De allí esa furia elitaria que arrecia por devolver las cosas a una teología política, a saber, volver a una sede gravitacional que fue derogada el 18/0. Quizá la calle, y su valle de afanes divergentes, puso en jaque a los operadores cognitivos del orden fáctico de la vida cotidiana. Y es que tal dique normativo aún pretende monopolizar los cuerpos, los espacios, la comunicación política, inclusive la toma de palabra.
Hasta antes de la «purga», y bajo el zoom de nuestra fallida modernización, ningún acontecimiento era posible, menos si arriesgaba el mérito de una tibia «promesa» que pudiera interrogar el presente. ¡Retención, abstención, prudencia, y retroceso ante el murmullo de los mundos posibles¡ Así rezaba el oráculo de nuestro realismo hasta el 18/0. Por estos días el tropel de balines ha sido la demencia de los reyezuelos ciegos. Y es que a la sombra de un Estado policial ha existido un afán por hurtar la mirada de su fracaso. Mutilar la iris ha sido la forma de apagar una cognición alternativa: de aquí en más, gracias a la purga, los sujetos de calle (en sus múltiples subjetivaciones) no serán sometidos -temporalmente- desde las reglas onerosas de un orden decadente.
Tisis y epilepsia, diría Emil Cioran. De allí los heraldos negros: banqueros, «cuatreros ideológicos» y los Think tank del progresismo han devenido en una comedia sin final. La promesa obesa de la modernización hoy se asemeja a una «rosa rota» en medio de febriles coloquios donde conspicuos politólogos se mantienen aferrados al antiguo sistema de representación. Hasta Octubre, el enigma de las élites era cómo anudar analfabetismo funcional («indigencia simbólica») con el texto roto de la segunda modernización. Todo ello en medio de una calle destituyente-derogadora que mediante nuevos ritos (Matacapos y el lugar vacío del liderazgo) nos recuerda su carácter post-representacional, sin rostro, ni vanguardias, desde las múltiples subjetivaciones que se sustraen al oficialismo cultural. En lo folklórico por qué un kiltro -Matapacos- que deviene en otro alfabeto y camina sin paraderos, resulta urticante para nuestra oligarquía. La ficción hasta antes del estallido era administrar pobreza millennial y anestesiar los nuevos procesos de subjetivación. La elite y sus funcionarios cognitivos -pastores letrados- manufacturaron durante dos decenios un nuevo «pipiolaje simbólico», es decir, un rebaño de alto consumo, goce y conectividad. Todo ello era posible gracias a unos pastores letrados cuyo único merito ha consistido en invisibilizar la insurgencia, sustituyendo «lo social» por «lo estadístico» haciendo del narcisismo tecno-político la emergente episteme de un orden post-social. Pero hoy la clase política está impedida de institucionalizar conflictividad, mejorar su capacidad de cooptación, estimular procesos de re-elitización y abultar la competencia política. En suma, un progresismo constituyente sin promesa podría pasar a un segundo plano y el primer semestre estaría marcado por diversas expresiones de poder constituyente y destitución del Piñerismo.
En suma, si la transición con su teoría de la gobernabilidad fue una fase hiper-institucionalista que recreaba la ficción narrativa del crecimiento con la igualdad, hoy irrumpe un «capitalismo transparente», «al descampado», que no requiere de ninguna retórica de validación, a saber, un «neoliberalismo desnudo» que no cultiva estrategias discursivas. Esta es la «zona cero» del aceleracionismo bursátil. De allí la desgracia de los funcionarios del capitalismo cognitivo que centrados en un modelo de sumisión, acceso y consumo cincelaron una «modernización fantasmal» que devela su vocación por validar un poder que ahora se revela anárquico. De tal suerte nos encontramos frente a una élite cautiva de la voracidad expansiva del capital (especulación, rentismo y oligopolios) librada a la velocidad suntuaria de la gestión financiera que genera las condiciones de su crisis hegemónica, pero que no encuentra los modos de su propia restitución normativa. Se trata de dos tiempos contrapuestos. De un lado, la velocidad de la acumulación medida en una economía mediática y, de otro, la trabajosa reconstitución de relatos, construcción de sentidos, prácticas institucionales y simulacros de participación.
Nuestro «laissez faire» hacendal comprende una poderosa alianza entre empresarios, políticos y oligarquías académicas que, con sus políticas del conocimiento, han denegado toda expresión de «soberanía popular». De allí que los movimientos de calle y los programas ciudadanos, más el aprendizaje colectivo, deben estar alertados hasta el plebiscito de entrada (abril).