Las renuncias presidenciales
Este breve recuento es sólo un botón de muestra que nuestra impecable historia republicana no es tan limpia como algunos nos quieren hacer creer.
Por Rodrigo Reyes Sangermani
“Mi puesto y mi vida, dos cosas que poco me importan en este momento, está en manos de ustedes porque tienen la fuerza. Dueños son, si lo quieren, de arrebatarme y pisotear el tricolor nacional que mis conciudadanos me entregaron como insignia del mando. Pero, hay algo para mí que vale mucho más que la vida y el puesto: mi dignidad personal. Esa la defiendo yo; es mía. Ustedes ni nadie me la pueden arrebatar; vale más que la vida, y la última palabra empleada me impide continuar en esta conferencia. ¡Hemos terminado!”
Con estas palabras, expresadas por el presidente Arturo Alessandri Palma el 5 de septiembre de 1924, respondió a las exigencias inconstitucionales realizadas por los alto mando militares, que fueron a pedirle una serie de medidas sociales y beneficios salariales (ruido de sables), anticipando su renuncia al cargo, ello en presencia de su Ministro del Interior Pedro Aguirre Cerda. Tras esta renuncia Alessandri viaja a Europa y escribe en su diario en detalle las memorias de esos aciagos días republicanos.
En Chile se instala una junta de gobierno encabezada por el general Luis Altamirano. En enero de 1925 se produce un nuevo golpe de estado, éste, motivado por Carlos Ibáñez y Marmaduque Grove, instala una junta de gobierno cívico militar presidida por Emilio Bello (nieto del fundador de la U. de Chile) e integrada por el general Pedro Dartnell y el almirante Carlos Ward.
Pocas semanas después, la junta de gobierno mandó llamar a Alessandri para que terminara su mandato; lo que permitió en pocos meses redactar una nueva Constitución política lo que no evitó un nuevo conflicto político, ya que su Ministro del Interior, Carlos Ibáñez rehusó renunciar cuando el Presidente le solicitó salir del gabinete.
En ese claro acto de rebeldía, el 1° de octubre de 1925 se produce la segunda renuncia de Alessandri a la presidencia. Lo sucedió interinamente Luis Barros Borgoño a espera de las nuevas elecciones de diciembre, cuyo resultado le permitió volver al poder (tras la sucesión de Pedro Montt en 1910) a Emiliano Figueroa, quien realizó un gobierno inútil y fallido lo que provocó su renuncia en 1927, y -de facto- en la dictadura de Carlos Ibáñez; un nombre que se repite en medio de una crisis.
Ibáñez, si bien realizó una serie de modernizaciones institucionales, gobernó con autoritarismo dictatorial y apenas pudo navegar en los tormentosos días de las crisis económica de 1929. En julio de 1931 tuvo que renunciar a la presidencia y partir a un auto exilio dejando a Chile, como ya parecía tradición, en una anarquía de la cual sólo se comenzó a salir en los sucesivos gobiernos del propio Arturo Alessandri (1932-1938) y, especialmente, de su otrora ex ministro Aguirre Cerda (1938-1941). Siendo ex presidente, el 3 de noviembre de 1931, Ibáñez fue acusado constitucionalmente, declarado culpable y “dejado a disposición de los tribunales ordinarios para su juzgamiento”.
Este breve recuento es sólo un botón de muestra que nuestra impecable historia republicana no es tan limpia como algunos nos quieren hacer creer, y que los presidentes más de una vez han tenido que renunciar producto de presiones de todo tipo, por sus notables abandonos de deberes, muchas veces dándole la espalda a la propia ciudadanía o debido a la fragilidad que con frecuencia observamos en nuestra institucionalidad democrática.