Francisco Martorell: El contrato social firmado en los 90 era excluyente y mediocre
No es fácil hablar, escribir y pensar en estos días, mucho menos debatir, conversar o simplemente intercambiar ideas.
La fuerza de la sinrazón se impuso y no me refiero a las cientos de miles de personas que salieron con fuerza y alegría a luchar por sus sueños y encontrar respuestas a sus demandas una y mil veces postergada.
Lo hago encarando a todos aquellos que en medio de la vorágine que nos ha tocado vivir no pudieron aplacar sus iras, ni instintos básicos o primarios y aprovecharon la ocasión para sacar lo peor de sí, de izquierda, centro o derecha.
El contrato social firmado en los 90, por otros hombres y muy pocas mujeres, era excluyente y mediocre por muchos factores, entre ellos el temor a perder lo conseguido, en ese entonces solo la débil institucionalidad democrática.
Años después, de uno u otro lado, apareció el mismo miedo. Parte de la sociedad convirtió ese sentimiento en justificación política, social o económica, simplemente para criminalizar todo lo que ocurría a su alrededor, no importando si era alguien que lanzaba una molotov, saqueaba o golpeaba una cacerola.
La protesta es legítima, tiene bases sólidas y no se la puede desmerecer porque un grupo se aprovecha de ella para realizar acciones de violencia. Urge también que entendamos y conozcamos su origen, saber qué o a quién representa esa ínfima minoría, y así aislarla y educarla. De lo contrario, esos grupos siempre servirán para desvirtuar el reclamo por derechos y condiciones más dignas de vida.
Al cabo de un tiempo y cuando el estallido sea parte de nuestra historia y la del país, ojalá con avances concretos hacia una sociedad más digna, nos quedará el sabor amargo que para avanzar socialmente tuvieron que morir más de 20 chilenos, otros dos perder totalmente la vista y varios con lesión ocular en uno de sus ojos, además de miles de heridos. No los olvidemos y tengamos presente que las sociedades, egoístas e individualistas, explotan con más fuerza.
Chile lo hizo, reventó y también, en muchos aspectos, se desintegró moralmente. Hoy debemos reconstruir el tejido social. Ojalá podamos hacerlo sin exclusiones, con paridad de género, igualdad de oportunidades, respetando al diferente, aprendiendo del otro y, sobre todo, trabajando en serio por un nunca más.
Para que Chile y los chilenos graben con fuego en su alma el respeto a los DDHH.
Editorial de la edición impresa 293 de revista El Periodista