Rodrigo Reyes: La crisis de las señales
Hemos tenido un gobierno con señales de a gotas. Se demoraron 23 días para hablar de una nueva constitución para el país, aunque todavía en forma tímida y sin precisar el mecanismo. ¡Cuánto tiempo ha pasado, cuánto tiempo perdido! Quizás cuánto enojo, indignación y violencia hubiéramos evitado sin la nefasta señal de “estamos en guerra”.
Por Rodrigo Reyes Sangermani
Sí, porque esta crisis es también una crisis de señales, de frases desafortunadas que trasuntan la arrogancia y prepotencia de un sector lleno de privilegios, comodidades y expectativas, mientras que los restantes millones de chilenos, incluso con un poder adquisitivo aumentado los últimos años, postrados en la desesperanza de apenas poder pagar por una buena educación, un buen plan de salud, o pagando caro por las deudas acumuladas en un sistema económico que respira de maximizar los márgenes a costa del bolsillo de los consumidores.
Se rieron de la ciudadanía, se burlaron del proceso de encuentros autoconvocados para una nueva carta fundamental hecho por la Bachelet. En un proceso único y participativo, los chilenos nos juntamos para discutir institucionalmente los primeros alcances de lo que debiera ser esa constitución. Chadwick, se río; la Van Rieselberghe ironizó, echaron por la borda un proceso inédito y democrático, pacífico y plural; y ahora dicen “hemos escuchado a la gente” sin comprender que son ellos –el gobierno de ellos, y la acumulación histórica de los privilegios de una clase minoritaria desde la fundación de la república- los causantes de esta violencia; es la negligencia de no haber escuchado o entendido lo que había que escuchar y entender en el momento oportuno, al parecer de nada les sirvió haberse educado en las más prestigiosos universidades de Chile y el mundo.
Se rieron, a propósito del millón y tantos de santiaguinos que marcharon ese inolvidable viernes 25 de octubre, aseverando que en realidad no marchaban por una nueva constitución sino por arreglar por aquí y por allá, un bono, un beneficio, un reajuste, el maquillaje justo para seguir gatopardeando.
Esto no es sorpresa, se lo dijeron al gobierno al principio de su mandato. Columnas, opiniones, editoriales, investigaciones de todos lados describiendo con frialdad académica o calentura política los graves índices de polarización y desigualdad. La Concertación incluso, en los estertores de su existencia, se dividía entre autocomplacientes y auto flagelantes, precisamente por la hibridez de la mirada acerca de los avances realizados por sus programas políticos desde el final de la dictadura. Mucho se avanzó, mucho se dejó cómo estaba, el vaso medio vacío y medio lleno al mismo tiempo, propio de las reflexiones posmodernas desde el fin de la Historia. Pero en medio de esa insatisfacción, al menos algunos anunciaron la necesidad urgente de construir un país más equitativo. Se avanzó, se avanzó mucho y también se avanzó insuficientemente. Pero no fueron ellos, no los que hoy gobiernan, es la verdad. Al revés, la Cubillos insiste en retrotraer las reformas en educación, Larraín en darle pista libre a los tributos de las grandes empresas, o a permitirles reinvertir sus riquezas en sus propios negocios con la excusa de estimular la economía, y con razón, se estimula, pero no chorrea ni comparte.
Se rieron, se burlaron, habían hecho en 20 días lo que no se había hecho en 20 años, o la desproporcionada frase que se despachaba hace pocos días atrás el recién asumido ministro Felipe Ward al decir que “por primera vez en mucho tiempo hay un gobierno que se hace cargo de los problemas de la ciudadanía”, claro, a punta de gritos exasperados, de violencia callejera, de millones de compatriotas desfilando por las anchas alamedas.
La soberbia de que la gente eligió este gobierno en democracia, lo que desde el punto de vista jurídico es cierto, pero que con mayor comprensión de lo que ocurre podría matizarse que obtuvo sólo un 27% de preferencia de los chilenos, y que la alta abstención de los últimos años, es también una señal inequívoca que había un descontento larvado en la ciudadanía. Pero ellos no lo vieron, hasta en las crónicas de primer año de periodismo estaba la idea, en las composiciones del taller de actualidad del liceo. Y aún más, muchos de ese porcentaje votaron encandilados por las promesas de campaña como “más empleo” y “menos delincuencia” y a la guerra campal que sufrió la Nueva Mayoría de desprestigio por la implementación de reformas que apuntaban a mayor justicia social -crítica que puede parecer justa por la forma y no el fondo- o por el mal desempeño económico, cuestión que Eyzaguirre se apresuraba aclarar que se debía al contexto internacional, mismo que tiraba al ruedo el ministro de Hacienda en estos meses, pero que al ministro de la Bachelet no le creían.
Está escrito y analizado, la gente no votó por Piñera por su programa de centro derecha: fue un castigo a la Nueva Mayoría, y la castigó por haber hecho mal las reformas, en forma tibia, con fuego desde la oposición descalificando su rol en la economía, y la derecha prometiendo «tiempos mejores».
Efectivamente, las clases medias emergentes, las gentes endeudadas, la ciudadanía que ve desfilar por televisión la vida -y los bienes- de los ricos, quería, quiere tiempos mejores, pero la gente de Chile Vamos creyó que ese porcentaje que le dio su mayoría los había elegido a ellos por una ideología, lo que constituyó un gran error, que quizás se deba a que ni los asesores, ni el gabinete leían los diarios y los libros que lo decían, o que su distanciamiento de la gente o la incapacidad de la autocrítica, los tenía muy alejados de la realidad, mismo alejamiento del ministro Monckeberg cuando decía que los chilenos teníamos uno o dos departamentos para renta, o que Larraín iba a una reunión de ex compañeros a Harvard con dineros del ministerio, o la indignante presencia de los hijos de Piñera en una ronda de negocios con las autoridades chinas en el gigante asiático.
No entendían. No entienden. No entenderán.
Mal diagnóstico presidente Piñera, o no escucha o son muy malos asesores, quizás un mix de ambas; medidas tardías e inoportunas, poca claridad en sus anuncios, mala comprensión del entorno, un gobierno con señales de ineptitud y confusión, incapaz de canalizar la crisis por los senderos que la ciudadanía hoy intuye y que hace años un sector del país anticipaba.
Para esta crisis, presidente, no había sorpresas ni excusas: la ciudadanía también había puesto señales, señales contundentes, y es su responsabilidad no haberlas advertido. De verdad, lo lamento mucho, no por Ud. sino por el país.