Rodrigo Gangas: La imagen del recuerdo

La premura por oficializar un acuerdo que diera la imagen que el sistema de partidos era el llamado a superar esta crisis, trajo como consecuencia mayor incertidumbre sobre los alcances de lo estipulado en los 11 puntos.

Por Rodrigo Gangas, director Escuela de Ciencia Política y RRII UAHC*

La imagen para el recuerdo muestra a parte importante del sistema de partidos políticos -desde la UDI a una parte del Frente Amplio- sellar un acuerdo de voluntades para cambiar la constitución de 1980, no una reforma sino un cambio de constitución, y con la posibilidad de que esta sea por un mecanismo que asegure una instancia 100% elegible para tal efecto, asamblea o convención, ese asunto parece más una discusión de concesiones que de profundas diferencias.

Sobre los detalles del asunto quedan al menos un buen tiempo de discusiones, cambios de rumbos, volteretas y desacuerdos, total el sistema político es dinámico y no estático como una foto. Y, si bien es importante considerar, que para el gobierno y la derecha –y quizás también a una parte de la nueva mayoría- no estaba dentro de su agenda un cambio del entramado constitucional de la Dictadura y menos por medio de un ejercicio participativo, lo cierto es que era una importante aspiración o demanda por parte de la ciudadanía que ve en ese entramado el responsable de muchas de las injusticias sobre las que sustenta el modelo.

            Rodrigo Gangas

Si bien esta es una demanda de la ciudadanía, en esa imagen se plasmó la realidad de una negociación entre los actores políticos más deslegitimados y menos valorados del sistema, que atraviesa una profunda crisis de representación, donde además muchos de sus integrantes han sido procesados por fraude al fisco, financiamiento ilegal de la política e incluso cohecho, y que ni siquiera su desesperada intervención en distintos matinales de la TV abierta ha podido revertir esta deplorable apreciación, toda vez que constantemente se ven expuestos a cuestionamientos, desconfianzas e incluso insultos.

Es cierto que parte de la salida de la crisis –la constitución no lo soluciona todo como ha dicho incansablemente la derecha- de alguna manera requería del desgastado sistema político para alcanzar algún grado de solución, y en ese sentido los partidos políticos operando en el Congreso serían parte del acuerdo para la salida, mal que mal en la mayoría de los casos de Asambleas Constituyente los partidos políticos siempre han tenido un rol preponderante en comparación a la sociedad civil o los movimientos sociales (PNUD, 2015). Pero si bien sabemos que ellos también son un factor fundamental como causantes de la crisis, ¿no habría sido mejor que el llamado “gran acuerdo” hubiese extendido la plataforma que permitiera incorporar a otros actores políticos y sociales?

Cierto es que el movimiento social tiene una característica que lo hace muy complejo, fundamentalmente es inorgánico y abarca una gran cantidad de demandas, y por ello es difícil definirlo en algún grado de representación, líder y menos en partido político. Pero tampoco es menos cierto que también había otros actores que pudieron haber sido incluidos, los municipios se alzaron durante este periodo como interlocutores válidos, pues ellos tienen una cercanía con la sociedad civil que ninguno de los parlamentarios puede presumir, quizás una invitación a la ACHM habría sido un buen paso, así como también a otras organizaciones sociales.

Por otra parte, la premura por oficializar un acuerdo que diera la imagen que el sistema de partidos era el llamado a superar esta crisis, trajo como consecuencia mayor incertidumbre sobre los alcances de lo estipulado en los 11 puntos, tanto es así que poco a poco han comenzado a surgir distintas interpretaciones sobre el mismo. No será necesario abordar punto por punto, pero si algunas consideraciones de entrada, ya que como hemos dicho el sistema político es dinámico y cambiante y es muy probable que la imagen estática de la foto pueda variar, ya habrá tiempo suficiente para entrar al debate más detallado. Lo positivo?

La derecha por vez primera se siente acorralada, sin agenda de gobierno y deslegitimada política y socialmente, debió reconocer que la Constitución de la dictadura y el modelo económico, social y político impuesto era hoy insostenible, por lo cual accedió con reservas al cambio de la misma; lo segundo, la posibilidad de realizar un plebiscito de entrada y salida que permitiera solicitar la opinión de la ciudadanía sobre si realmente lo que queremos es una nueva constitución –aún no se puede cantar victoria- y si la queremos, cuál será la forma de realizarla. Más allá del cambio de nombre se instaló la idea de la posibilidad de una asamblea/convención con integrantes electos en un 100%, que hasta esta altura sería lo lógico considerando que la otra opción, la Convención Mixta, considera la participación directa de los mismos causantes del problema.

Y si bien la estética del acuerdo – de madrugada, contando solo algunos partidos, en el ex congreso, y una performance que hizo recordar otra imagen de acuerdos transversales- generó un rechazo en distintos grupos, existen otros aspectos de mayor complejidad. Si bien la mantención de la lógica de quórum supra mayoritarios para alcanzar un nuevo texto es una fórmula aceptada en otros procesos constitucionales a nivel comparado (PNUD, 2015), donde se plantea la necesidad de llegar a acuerdos transversales, no es menos cierto que también opera bajo un ideario sustentado en la durabilidad del mismo texto y la estabilidad del sistema político. En nuestro caso, también implica la mantención del cerrojo ideado por Jaime Guzmán y establecido en la constitución de 1980. En general los sistemas políticos operan con mecanismos que les permiten otorgar estabilidad y mantención en el tiempo, un sistema de vetos que otorgue garantías para que las decisiones que se tomen alcancen cierto nivel de estabilidad. El veto de la minoría, sea cual sea, en un sistema que promueve mayorías calificadas (altos quórum) siempre podrá frenar cualquier decisión de la mayoría, y en general le otorgará poder a otras instancias para que dirima en caso de controversia.

Finalmente, es importante considerar y preguntarnos qué tipo de constitución es la que buscamos, una rígida pensada para definir los destinos de varias generaciones más, que tengan que enfrentar los mismos cerrojos que se heredaron de la constitución de Guzmán y Pinochet, pero que a un costo elevado dio estabilidad al sistema político, o bien una constitución flexible, una verdadera hoja en blanco, que permita y de paso a la política y la participación de varios sectores, y no solo a los partidos, hacerse cargo de los necesarios cambios que hoy requiere nuestra sociedad. Las constituciones son valoradas muchas veces por que perduran en el tiempo, eso ha sido la tónica en nuestro país, y siempre en pos de la estabilidad más que la democracia o la legitimidad, pero no siempre es bueno tener larga vida, pero en pésimas condiciones, a veces es mejor tener una vida más corta pero placentera y que garantice la posibilidad de ser reflejo de la dinámica de la política. Al parecer en un primer apuro, la estabilidad nuevamente marcará la pauta. Lo bueno, es que la política no es estática como una foto.

(*) Magíster en Ciencia Política, licenciado en Historia.

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