Pía González Suau, escritora: Revolución o Revuelta
Somos la generación de los muertos en el Mapocho, de los secuestros a plena luz del día, saliendo de la Universidad, con el joven gritando su nombre, ese que se llevaría el viento.
Por Pía Gonzalez Suau, escritora*
Somos la generación de los muertos en el Mapocho, de los secuestros a plena luz del día, saliendo de la Universidad, con el joven gritando su nombre, ese que se llevaría el viento.
Somos la generación que vivió sedada a punta de pastillas.
Somos la generación abusada, de niñas y niños manoseados.
Somos la generación que ha sido testigo de suicidios de los amigos de sus hijos.
Somos la generación que vio como muchos fueron cambiando sus creencias por el brillo seductor del mall.
Somos la generación que sobrevivió a la tragedia y cargamos con la culpa.
Somos la generación que se fue apagando y dejó de creer.
Somos la generación que se acostó y levantó durante diecisiete años esperando un milagro. El miedo se nos incrustó en los tejidos, en la piel y en los órganos.
Somos la generación que aprendió a silenciar sus recuerdos.
Somos la generación que perdió a sus ídolos. Curas líderes, cayeron de bruces, con un ruido seco. Formaban parte de la cadena de degenerados y mafiosos, comandados por Roma.
Somos la generación del insomnio crónico, de los cánceres de muerte lenta.
Somos la generación ni del perdón ni olvido. Cargamos ataúdes vacíos.
Somos la generación del desencanto.
Somos la generación de la tranza, de lo posible en la medida que no sea posible.
Somos la generación de la eterna melancolía.
Somos la generación del avestruz y ahora muchos sacan la cabeza indignados por la desigualdad.
Somos la generación del socialismo renovado que cambió el poncho chilota por el traje de Armani, la simpleza del barrio por los millones de una casa costosa, el auto de siempre por el último del año, la cabaña en la playa por una casa de veraneo en litoral exclusivo. Reyes de la desmemoria que pronto intercambiaron la solidaridad por el status.
Somos la generación que vio nacer a sus hijos, los acunó, los defendió a ultranza, los protegió y los abandonó, por jornadas de trabajo de cincuenta horas, de sábados y domingos robados a la familia en la competencia feroz para sobrevivir.
Somos los testigos del despertar, del tuyo y del mío.
Somos la generación orgullosa de nuestros hijos. Asustadas vamos adelante con ellos, los seguimos emocionadas de su valor y valentía.
Les pedimos perdón por la herencia de una televisión frívola, de programas matinales que entre chunga y talla, hablan de las miserias de la gente. Reyes de lo políticamente correcto, mensajeros de un sentido común sin agallas, mientras el país arde.
Les pedimos perdón por dejarles pompas de jabón en vez de políticos serios, congresistas olvidadizos del bien común.
Por los profesores mal pagados y los ingenieros sobrevalorados, por nuestras pensiones de pobreza, que nos vuelven una carga. Por un presidente codicioso y su mujer amante de privilegios, por un gobierno que valora más las cosas que los seres humanos, que nos declaró la guerra sin mirarnos siquiera, que manda ejércitos armados con balas contra ollas, cucharas, pitos, cánticos y piedras.
Les pedimos perdón por el fuego que purifica pero también hace daño.
Les pedimos perdón porque un profesor de matemáticas tuvo que dejar el aula y ahora está preso.
Por el Sename y las niñas y niños violados. Por el Compin y el hombre que se apuñaló a sí mismo. Por las escandalosas mensualidades de colegios y universidades privadas. Por las escuelas sin luz, que se llueven en invierno, con baños insalubres. Por los inmigrantes, que no encuentran donde dormir por el color de su piel. Por los gay, que caminan por nuestras calles y los revientan a palos. Por la fantasía de bajar a un metro perfecto y salir a una superficie de carencias. Por las listas de espera, por diagnósticos errados, por muertes evitables, por asustarnos tanto si nos enfermamos. Por las frases de políticos ineptos que viven en otro Chile y cobran caro por eso. Por la expresión de hastío del vendedor de la farmacia al pedirle por un remedio más barato. Por la mentira de los equivalentes que nunca hay. Porque pagamos tanto y recibimos muy poco.
Porque a pesar de estar rodeados por cadenas de supermercados, muchos se llenan de pan y tallarines para no sentir el sueldo mínimo en el estómago.
Por el suicidio de los abuelos. Por la anciana tirando un carretón a sus ochenta años.
Porque un ministro dijo que nos cambiaba la vida con el 20% de aumento en una pensión de cincuenta. Porque se la creen.
Por tantas siglas que encierran créditos, intereses altos, usura, colusiones, evasiones, amenazas de embargo, insultos por teléfono. Por el CAE , por dejarlos que cargaran con veinte años de deudas y una sombra de impedimentos.
Por los cegatones que dijeron que esto no prendía, que no era más que una revuelta pronta a pasar. Por los desalmados que clamaron por el Estado de Sitio, aun sabiendo las vidas que peligraban, por el orden y la seguridad nacional y sobre todo, por esos ciegos de espíritu que ahora cargan con ciegos reales, que canjearon un ojo por un balín.
Desalmados que dejaron que pacos excitados, babeando omnipotencia, violaran a un estudiante. Por el padre de familia que murió durmiendo después de una paliza camino a su casa. Por el paco que solo firma cada quince días por asesinato. Por las muchachas que obligan a exhibirse desnudas para la complacencia de uniformados y las mojan con agua fría para calmar sus propias erecciones. Por las niñas y niños heridos, por la vergüenza de que el mundo sepa, que aquí, se sigue torturando.
Y perdón por todo lo que vendrá, de hombres y mujeres enardecidos, hombres de uniformes drogados y alienados, antes de salir a la calle.
Gracias por devolvernos la esperanza.
Ahora cantamos en coro, en una voz, en muchas voces; en una idea en miles de ideas. Dejamos de ser cifras, pasamos a ser personas.
Somos todos y es nadie. La calle nos acogió, y ustedes nos llevan de la mano, nos cuidan y cantamos juntos letras desempolvadas del pasado, melodías que enardecen corazones como antes, como ahora.
Nos miran distinto y recuperamos las agallas.
¡Estamos viviendo una experiencia inédita! Nunca antes, en nuestra larga y flaca historia había sucedido algo así… dice el historiador.
¿Revolución o revuelta?
*autora de El testamento de Dolores/ Integra Autoras Chilena AUCH!