El liderazgo que necesitan las universidades chilenas en tiempos de crisis
Por Dr. Héctor VERA V. y Dr. Edmundo LEIVA L., académicos USACH
El octubre rojo o la primavera chilena, está moviendo los límites de la realidad cambiando los parámetros de lo deseable y de lo detestable. Los marcos desde donde entendíamos la política, las instituciones y la democracia representativa en el país, son distintos. Somos testigos en primera persona como esta sociedad civil se cansó de los abusos de los privilegiados y está furiosa con sus líderes. En este contexto, el liderazgo de las universidades chilenas no escapa a los reclamos e insatisfacciones de sus comunidades.
Si miramos la actual fotografía del Consejo de Rectores de Chile, aparecen 29 rostros solemnes, de los cuales solo uno es de mujer. Es decir, el anacronismo, la discriminación, el atraso institucional que brota de esta escena, es la evidencia que pide a gritos un cambio profundo en las universidades chilenas. La diversidad y la democracia interna están hoy lejos de alcanzar un campo adecuado de representación en las estructuras de poder de las universidades chilenas.
Las universidades del Estado de Chile, recién el año pasado 2018, lograron tener una Ley que les permite acordar, bajo ciertas condiciones, sus estatutos orgánicos que estaban bajo tutela heredada de Pinochet. Esto puede parecer increíble…pero las Universidades del Estado, han estado ausentes y bloqueadas del mundo participativo y democrático al que aspiran las sociedades contemporáneas. Más bien, han caído en una alineación con los principios neoliberales de competencia por recursos, igualando los valores de ranking con excelencia, competencia por alumnos que vengan con dinero de gratuidad, imágenes mentirosas de marketing. Nada asociado a su rol social.
Podrá sostenerse, en oposición a esta imagen autoritaria, discriminatoria y anacrónica, el indiscutible liderazgo académico chileno en la productividad de publicaciones científicas. Dada su cantidad y los recursos disponibles, la comunidad científica chilena, es la numero uno de américa latina y la tercera en el ranking subcontinental en publicaciones indexadas. Por esta vía, se podría afirmar o creer que el modelo universitario chileno es exitoso. Esto es totalmente erróneo y ficticio de la misma como el ministro Jaime Mañalich, afirma que “nuestro sistema de salud es uno de los mejores y más eficientes del planeta”. No cabe duda que las universidades se han apartado de la realidad.
Al contrario, podemos decir qué a pesar de los obstáculos, de las privatizaciones, de la falta de recursos a la educación superior, de las enormes deficiencias del sistema social y de los abusos del mercado, a pesar de sus autoridades conservadoras, el mundo académico chileno tiene una energía sobresaliente, que ha sido dilapidada por las estructuras políticas y económicas del país que lo tiene secuestrado. Lo mismo que ocurre con la energía de la sociedad civil chilena que sobrepasa a las élites y a la institucionalidad, los universitarios son mucho mejor que sus autoridades.
Después de más de un mes de turbulencia social en Chile que ha transcendido las fronteras nacionales, este Consejo no tiene mucho que decir del conflicto social y político al cual nos enfrentamos; en realidad los rectores están atónitos y esperan que las “cosas se arreglen” de alguna manera porque en realidad ellos se quedaron sin ninguna capacidad de responder a este momento histórico. Y casi nadie espera un aporte de este organismo al debate que requiere el país. Es así de triste el panorama, esto es sencillamente patético.
Este cuerpo de autoridades nunca ha sido capaz de analizar el porqué de la violencia, nunca ha tenido mucho que decir frente a las demandas sociales. Parece no sentir necesidad de tratar estos temas. Su universo se reduce a su entorno inmediato de cómo tranquilizar a sus propios estudiantes, sin atender efectivamente sus demandas, ignorando o escamoteando las necesidades y aspiraciones de su propia comunidad como lo han hecho por años las élites privilegiadas en Chile.
Esta indolencia y falta de lucidez de sus autoridades la sienten con mucha fuerza los estudiantes, los funcionarios administrativos y de servicio así como los académicos de jornada y especialmente los profesores o académicos contratados por hora, cuyo número solo crece como lo hace la precariedad del trabajo en general.
Por ello la mayoría de los rectores no ha logrado establecer una línea de confianza con los jóvenes y sus propias comunidades y se han autogenerado un cerco de privilegios políticos basado en la exclusión. Todos los años, en la mayoría de las universidades sean del Estado o Privadas, hay movilizaciones y represión policial, todos los años se les promete algo a los estudiantes en toma, en marchas o en movilizaciones y la mayoría de las veces, no se les cumple y los estudiantes se sienten burlados, frustrados, angustiados, resentidos o como se suele decir hoy “furiosos”. A pesar de todo, vuelven a levantar la esperanza y a movilizarse rompiendo la resignación o en la actual estupefacción en la cual la mayoría de la comunidad universitaria se encuentra.
Esta tremenda energía juvenil, no es deseada ni aprovechada por los responsables de estas instituciones. A la mayoría de ellos, le falta una visión de mediano y de largo plazo. Carecen de la empatía necesaria para salir de su rol de funcionario o de gerente y ponerse en el rol de compartir las dificultades de su comunidad. Estos rectores están pensando en la “normalización”, en los rankings, en los rendimientos evaluables, en la gestión económica y financiera, en las relaciones internacionales, en el prestigio de su imagen pública y están ajenos a las condiciones humanas reales en que se mueven los estudiantes y los funcionarios con bajos salarios.
Los rectores, están pensando en cómo evitar las agresiones y la violencia inmediata, sin comprender y sin considerar la violencia estructural y social que ha provocado el estado actual del país. Han dejado de pensar en el país y en sus necesidades, están pensando en cómo conservar sus altos ingresos y han dejado de entender la profunda relación entre el conocimiento y el desarrollo social. En su lugar, se echa mano la propaganda de la sostenibilidad, pero no la convierten en una práctica articulada y real de toda la comunidad universitaria. En ese sentido, se ha convertido en vacío y patético “marketing social” en lugar de hacer cambios reales en la sociedad con una auténtica responsabilidad social universitaria.
La mayoría de nuestros rectores han perdido totalmente el sentido del liderazgo que consiste en producir confianza y entusiasmo por estudiar y por trabajar en la universidad para generar bienestar en las personas.
En el caso de la USACH el rector Juan Manuel Zolezzi ha tenido toda la potestad para democratizar la Universidad, ha tenido el mandato del Referendum del 2008, ha tenido las grandes movilizaciones de los estudiantes del 2011, ha tenido a disposición la nueva ley de universidades estatales y no quiso que en la última elección de rector (2018), votaran 1200 profesores horas, usando el resquicio que se trata de “colaboradores de la docencia” y no de académicos. La exclusión es un capricho del rector y una elite de académicos jornada completa que no quieren mayor participación que los obligaría a cambiar los padrones electorales. Logró su cometido por vías legales, pero sus argucias no fueron legitimas. Legal y legítimo son palabras distintas y el rector y muchas autoridades las confunde.
Con esta actitud autoritaria el rector se deslegitima del poder ciudadano interno y pone obstáculos al proceso de cambio profundo que necesita la Universidad de Santiago de Chile.
El Dr Zolezzi, sigue conduciendo una enorme Universidad sin un proyecto claro, simulando ser democrático, pero sin un compromiso nacional efectivo porque ha desmontado la participación y la planificación a largo plazo. Hoy, como la mayoría de las universidades chilenas, la USACH, está largamente paralizada en sus actividades docentes, con una comunidad desconcertada, sin un norte claro por el cual trabajar. El rector se limita a tomar medidas paliativas, negocia por aquí y por allá pequeños espacios de poder, tratando de ganar tiempo e ignorando lo que pide a gritos la comunidad de hacer cambios participativos reales y profundos para poner la Universidad en modo de colaborar con la evolución y las preocupaciones de la sociedad chilena.
La primavera chilena y sus movilizaciones sociales, ha alertado a los universitarios y acercado a la vanguardia estudiantil con los otros estamentos, provocando cabildos, asambleas, claustros, discusiones y acciones de apoyo a la defensa de los derechos humanos vulnerados por la represión de las policías y los militares. Estas acciones han permitido poner en evidencia la precariedad, las insuficiencias, lo anacrónico que son las actuales estructuras universitarias y lo lejano que están las autoridades de los desafíos actuales y que marcan un cambio epocal histórico para nuestro país.
El rector Zolezzi y otras autoridades universitarias parecen esperar que, por ley, se le recorte el sueldo y que por acciones externas se genere la participación democrática en estas entidades estatales que han sufrido de manera particular la furia de la dictadura militar y el desmantelamiento financiero producto de las irresponsabilidades crónicas e históricas del Estado de Chile.
Lo que no han entendido las autoridades del país ni los rectores de las universidades chilenas, incluido el Dr. Zolezzi, es que el 18/O crea un antes y un después en las rendición de cuentas hacia la comunidad. La Contraloría General de la República ha apuntado a muchas y reiteradas irregularidades cometidas en la Usach en los últimos diez años, que denotan una gestión insuficiente, aunque los informes públicos hablan de números azules en las cuentas. Los estudiantes no confían en su palabra ni en sus promesas y tienen fundamentos sólidos para ello. La Universidad está paralizada y no tiene conducción efectiva y poco parece aportar al momento histórico del país con las autoridades que tiene.
¿Cómo hacer para que su rector escuche a los académicos, administrativos y estudiantes, para que dialogue de verdad, para que supere su engreimiento y olvide el coro de sus interesados aduladores?
¿Cómo convertir a la USACH en una fuente de propuestas reales de salida a esta crisis? Ya sabemos que el Rector Zolezzi estaba presente en la Comisión Chilena de Energía Nuclear (CCHEN), en representación de los rectores de las Universidades estatales, cuando se término por ratificar el fraudulento acuerdo de CORFO que extendía hasta el 2030 a SQM la concesión para explotar el litio chileno (CIPER Chile tiene más antecedentes sobre la CCHEN). Lo que se reclama es por qué el rector Zolezzi no tuvo una voz diciente ante la opinión pública sobre este “saqueo de cuello y corbata”. No se puede hablar de defender las demandas sociales privando al estado de los recursos que afronten las demandas sociales.
¿Cómo salir de la propaganda para evaluar la política pública de inclusión de la USACH? ¿Sabemos los indicadores de éxito del propedéutico? ¿Los alumnos terminan las carreras a las cuales postulan? Es valorable que se destine dineros públicos de la universidad a personas que están en condiciones de vulnerabilidad, pero también es preciso evaluar el proyecto con datos duros para mejorar su desempeño. No basta con proponer políticas públicas, es preciso aplicar transparencia.
Las Universidades del Estado han estado ausentes de la discusión del TPP-11 aprobado por la cámara baja el 17 de octubre 2019. Es un tratado con tal repercusión en nuestro país que “congela” las llaves mismas del desarrollo económico. Nos consolida como una economía extractiva y pondrá serias barreras al desarrollo de la industria con valor agregado. Temas relevados por el Dr. José Gabriel Palma, académico de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. En ese contexto el proyecto CORFO “2030” de crear universidades con egresados innovadores será una ilusión porque las transaccionales no nos permitirán desarrollarnos cuando la innovación atente contra sus utilidades.
La renovación de los liderazgos de las universidades chilenas es hoy, en tiempos de convulsión social, una necesidad tremenda y urgente. Si se quiere salir pronto de la estructural y crónica crisis en la que han vivido las universidades estatales en los casi 50 últimos años, es preciso avanzar decididamente por los caminos de la democratización interna y contar con la convicción para hacerlo. Simular ser democrático es el peor aporte que se le puede hacer a los universitarios chilenos. De esta simulación hay más que suficiente. Es el tiempo de la transparencia y de los liderazgos participativos que superen los liderazgos gerenciales de matriz neoliberal que hemos vivido o padecido durante demasiado tiempo.
¿No hay alguien que responda este delirio militante?..
Hace tiempo que dejé la universidad, pero me basta leer esta proclama para demostrar, lo que pensamos muchos, acerca de que los centros de educación superior y sus estamentos, ya hace décadas, se convirtieron en entidades militantes al servicio de ideologías (muchas foráneas y/o ajenas a nuestra idiosincrasia), abandonando el rigor de la investigación y reflexión profunda, del merito y la excelencia al servicio del avance del conocimiento y del desarrollo humano integral…
Aquí hay mucho más que decir, pero no creo que haya alguien escuchando.
Lo mas que diré, es que el estado de nuestras instituciones ejecutivas, legislativas, judiciales, y del sector privado, copadas por profesionales y científicos provenientes de estas entidades militantes, se explica por ello.