Bárbara Huberman: La jaula se ha vuelto pájaro
Por Bárbara Huberman, periodista
Todo partió con la palabra evasión. ¿Qué se entiende por este concepto? Se asemeja a las palabras eludir o evitar. Evitar una dificultad, un vacío, una realidad dolorosa o podría utilizarse también para hablar de dinero como cuando nos referimos a la elusión del pago de impuestos. Esta palabra fue acuñada por primera vez por el gobierno para referirse a los estudiantes secundarios, que saltando los torniquetes del Metro, decidieron rebelarse ante el alza del transporte. El Presidente Sebastián Piñera los trató de evasores por no pagar su pasaje y por motivar al pueblo a evadir junto con ellos. La palabra no se olvidó y se transformó en un espejo, donde ya no sólo se hablaba de la evasión masiva de los estudiantes sino que de la evasión de impuestos del mismo Presidente. La comparación comenzó a viralizarse en las redes sociales y a dar una nueva perspectiva de la palabra. Así la evasión se empezó a cuantificar y comparar. Los estudiantes evadían un pasaje de $230 pesos versus el Presidente que llevaba por cerca de 30 años con un lío de contribuciones en su propiedad en Caburgua, lo cual se cuantificaba en más de $300 millones de pesos.
¿Ahora quién era el evasor? Y la palabra seguía circulando y con nuevas miradas. ¿Y si hablamos de la evasión histórica de parte de los gobiernos de Chile con la desigualdad de sueldos? ¿Y la evasión a la pobreza que no atendemos y sólo encarcelamos? Y así la palabra evasión ya no sólo tenía que ver con el alza de 30 pesos del pasaje y se transformaba en su antítesis, en la palabra conexión. Aparecía un pueblo que se reconectaba con su historia y necesidades. Un pueblo, que acallado en los 17 años de dictadura militar, se atrevía a volver gritar. ¿Qué gritaba? “No más abusos, no más abusos” se escuchaba, en esa voz colectiva, casi olvidada, de un pueblo dormido por años. Luego con el pasar de los días la protesta estudiantil se transformaba en estallido social, y el concepto evasión seguía mutando, hasta llegar a convertirse en un lema de lucha: “Chile despertó”. Y así “No más abusos”, “despertar”, “dignidad” eran las nuevas palabras de la Gran Alameda. Que interesante el lenguaje y el poder contraponer frente a frente la palabra “Evasión” con la palabra “Despertar”.
¿Qué se entiende por la palabra despertar? Despertar: “Traer a la memoria una cosa ya olvidada”. Sinónimos: Desadormecerse, recordar, acordarse o despabilarse. El pueblo traía a la memoria su fuerza, su voz. Y así aparecía también una nueva palabra que sin ella no se podría entender esta crisis sociopolítica, la palabra pueblo. Hace años que no se utilizaba esa palabra, hace años que no nos atrevíamos a reunirnos en un concepto tan fuerte como éste. La prensa y los políticos se refieren a nosotros como “Ciudadanos” “Compatriotas” o simplemente como “la gente” (y en algunos casos extremos de profunda desconexión como invasión extranjera alienígena), palabras que se sienten frías, lejanas y que hablan más del rol que tenemos en este sistema neoliberal que lo que somos realmente. Que diferente suena decir, “Los ciudadanos de Chile”, “La gente de Chile” o “El pueblo de Chile”. Se imaginan cantar en una marcha; “Los ciudadanos unidos jamás serán vencidos”. No tiene fuerza, no nos representa. No somos los ciudadanos. No somos la gente ni los compatriotas. Somos el pueblo de Chile. Somos el pueblo de Chile que despertó y que pide a gritos DIGNIDAD e IGUALDAD.
Ahora enfoquémonos en la palabra “Dignidad”. “El pueblo, el pueblo, el pueblo dónde está, el pueblo está en la calle, pidiendo dignidad”, este canto se ha oído fuerte y claro en las últimas marchas. También a través de las redes sociales se ha viralizado la pancarta, el hashtag con el mensaje: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, frase que resume de gran manera el malestar del pueblo chileno por las desigualdades sociales, económicas y de accesos a servicios básicos, como la salud, la educación, la vivienda, las pensiones y el transporte. Y si bien la frase se volvió icónica en las manifestaciones de estos días, es una demanda que no surgió en las calles de Chile, sino que en la voz de una mujer indígena mexicana que fue acusada de secuestro injustamente hace algunos años. Profundizemos en la palabra “Dignidad”. Según el filósofo alemán Kant, los seres humanos se merecen un trato especial y digno que posibilite su desarrollo como personas. En este sentido, afirma el filósofo, el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para usos de otros individuos, lo que lo convertiría en una cosa. Es por esto que las personas son merecedoras de todo el respeto moral, por lo que la discriminación de clases y la desigualdad económica son acciones incorrectas que atentan contra la dignidad de las personas. Es por esto que volviendo al lenguaje, no podemos referirnos a las personas como “Mano de obra” o “Máquinas de producción”, ya que de esta manera vamos deshumanizándonos entre nosotros.
Por otro lado, en un mundo paralelo (porque eso se siente), Piñera y la Televisión escogen otras palabras para referirse a este despertar colectivo. Hablan de delincuencia, vandalismo, violencia, saqueos, fuego y miedo. ¿Por qué invisibilizan las palabras pueblo, dignidad, despertar y abusos? ¿Qué están evadiendo ellos? La evasión, palabra de origen de las protestas, sigue presente, pero ahora oculta, a nivel de contenido, en los discursos del Presidente y en los noticiarios de Televisión. Los matinales debatían los primeros días de manifestaciones si la evasión de los secundarios era vandalismo o acto político, y las reflexiones de los transéuntes los invitaban a ir más allá, a ver que esta protesta si los representaba porque no les alcanzaba su sueldo para vivir. ¿Por qué no apareció la palabra empatía por ejemplo en ese entonces? Pensar que los estudiantes no lo hacían sólo por ellos, sino que también por sus papás y mamás, porque sabían que no les alcanzaba el sueldo con las nuevas alzas de luz y transporte y costo de la vida en general. Desde un inicio no se dimensionó el factor social y las manifestaciones se trataron como un tema de orden público, robo y seguridad ciudadana. Lo cual nos alejó, si ya había poca representitividad política, el manejo de estas protestas, nos alejaron más. ¿Qué mensaje se le da a un estudiante que evade el pasaje del Metro como protesta con el golpe de un lumazo de parte de Carabineros? Un mensaje violento, del que muchos no queríamos participar, menos de un evasor que castigaba la evasión (sin él hacerse responsable de la suya) y de esa manera.
Los primeros fuegos en las estaciones de Metro nos dividió y polarizó a la opinión pública. ¿Era necesario quemarlas? ¿Era vandalismo? Y la palabra fuego se veía sólo desde un costado, desde la destrucción y violencia. ¿Por qué nunca se habló de violencia por parte de Carabineros hacia los estudiantes? ¿Y sólo se habló del fuego violento? ¿Por qué se invisibilizó? ¿Y por qué la prensa no pudo ver otras aristas? Como su mensaje estructural, a lo Tarkovsky en la película “Sacrificio”, quemamos las naves, quemamos las bases, porque necesitamos una nueva humanidad. O enfocarnos en lo que genera el fuego cuando uno está cerca, el impacto de verlo y olerlo. El fuego venía a visibilizar un malestar social que no se quiere ver ni escuchar por años, muchos años. Y desde ese lugar, me pregunto de nuevo, ¿era necesario el fuego? No lo sé, pero si sé que no es sólo destrucción, sin lugar a duda es un símbolo de visibilización. Quiero detenerme en el fuego un par de líneas más, y lo poco que profundizamos cuando este aparece. No puedo dejar de recordar el fuego en el incendio de la cárcel de San Miguel en diciembre del 2010, el fuego del incendio de Valparaíso del 2014 y el fuego de la selva amazónica el 2019. Estos tres incendios no son simplemente fuego y si hablamos de ellos, hay palabras que son necesarias de decir. Si hablamos del incendio en San Miguel tenemos que hablar de hacinamiento, de 81 muertos, de los problemas del sistema penitenciario, de pobreza y del olvido del Estado con las familias. Porque si sólo hablamos de una pelea entre reos con fuego, queda la sensación que no abordamos esta tragedia carcelaria en profundidad, y que no nos importa ni interesa como sociedad lo que pasó con las personas fallecidas. Lo mismo con el incendio en Valparaíso. No es sólo fuego, es también falta de planificación urbana, es evasión de parte del Estado a la pobreza, es falta de cultura en basura, es falta de viviendas dignas. Y por último, el gran incendio que afectó la Amazonas en Brasil. ¿Era sólo fuego? Claro que no, detrás de ese humo estaban las palabras deforestación, industria ganadera y capitalismo. ¿Por qué la prensa y el Presidente no pudieron ver nada más que destrucción en los primeros incendios? Quizás es por la misma razón, por la que yo misma no fui a quemar nada, porque tenemos privilegios que nos permiten visibilizarnos y hacernos escuchar, o porque simplemente le tenemos miedo al fuego, porque es caos, es destrucción, es peligro, es muerte, es rabia. Y en nuestra normalidad, esas palabras se esconden, se evaden. Faltaron muchas palabras para referirse a los fuegos, y una de ellas, que para mí es la más dolorosa es montaje. Que decepción saber que algunos de los fuegos fueron planeados y que querían aumentar la crisis como método de una estrategia de polarización. ¿Por qué seguir separándonos, no se ha escuchado el mensaje de unión en todas esas cacerolas y cucharas de palo?
Volvamos al lenguaje, aquí me gustaría unir las palabras rabia, miedo e indiferencia. El pueblo estos días ha manifestado una rabia digna, lúcida, despierta, a ratos canalizada y a ratos en desequilibrio, que pasa de la rabia a la ira. ¿Qué espacios de manifestación tiene el pueblo para expresar su rabia y descontento? Principalmente las marchas, los graffitis, los murales y las redes sociales en algunos casos (y los partidos de fútbol que muchas veces se viven como catarsis). Quizás entonces una primera premisa importante es que nos faltan espacios de escucha. Que importante han sido las asambleas, los cabildos o los diálogos espontáneos que se han dado en los barrios, creando comunidad, que es lo que más se necesita en momentos como estos. Este sistema neoliberal, nos tiene tan segregados que la diversidad se ha perdido. Y los barrios burbujas, con colegios burbujas y clínicas burbujas han vuelto a la clase gobernante y la élite más indiferentes y desconectados de la realidad social de la mayoría de los chilenos. Pienso y quiero pensar, que el despertar, la conexión, no se sintió solo en el pueblo sino que también en la élite, y aunque en algunos hay muchas resistencias, también hay un deseo de cambio. Desde ese lugar, me encantaría dejar una invitación abierta a esas personas a poder ver más allá del miedo y los colores políticos y así hacerse la pregunta directo al corazón. ¿Queremos seguir igual de indiferentes? ¿Por qué no unirse al sueño de cambio?
Hemos dejado a la espera temas tan importantes como el sueldo mínimo, las pensiones, el endeudamiento (11 millones de chilenos están endeudados) y la dignidad. No nos hemos involucrado lo suficiente, le hemos otorgado tanto poder a las empresas, que nos hemos convertido en mano de obra y jefes, y la verdad es que somos mucho más que eso. Somos seres humanos. Somos familias. Somos sueños y deseos. Somos una misma especie atrapada en un sistema neoliberal que nos separa entre clases sociales. Y estoy segura que queremos ser más que eso. Somos trascendencia, somos amor, somos unión, compañerismo y empatía. Miren, como nos hemos unido estos días donde ha habido menos consumismo. Los mall, que son las nuevas plazas, han estado cerrados, ¿y qué ha pasado? Nos hemos encontrado nuevamente todos en las plazas, hemos conocido más a nuestros vecinos e incluso hemos regalado comida, pañales, papel higiénico a quienes no alcanzaban a comprar por el toque de queda y cierre de supermercados. Hemos habitado la ciudad de otra manera. Caminando más, andando en bicicleta, llevando a vecinos en nuestros autos, conversando en cabildos y asambleas en nuestros barrios. Hemos estado menos individualistas y hemos creado comunidad. No sé que viene para el futuro, pero estoy segura que tiene que ir de la mano de estas últimas palabras. Comunidad, amor, unión, empatía, sueños, generosidad, igualdad, libertad, dignidad, espíritu y paz. Y me gustaría unir todas esas palabras en una sola, en conciencia. Necesitamos reconectarnos y expandir nuestra conciencia, para así volvernos más compasivos y amables a cualquier ser de esta Tierra. Aprender a vivir como hermanos y a cuidar el planeta que nos sostiene. Somos todos frágiles y vulnerables, por eso nos duelen los muertos, los torturados, los violados. Y el silencio, la falta de palabras de parte del gobierno, genera una fractura que no sabemos cómo enfrentar. ¿Cómo enfrentar a alguien que se no se fragiliza ni responsabiliza? La falta de palabras nos da a entender qué no le importa, y eso nos duele y genera un abismo que cada vez nos separa más. Y da la sensación que nos dejan solos, y que todas esas palabras esperanzadoras no caben en sus mesas.
Quizás hoy cuesta saber que vendrá en el futuro, y eso nos da miedo, sobre todo por la actitud del Presidente. Piñera nos declaró la guerra, y a nivel de lenguaje eso creó una realidad. Que palabra menos acertiva para una crisis social como ésta. Estamos todos buscando nuevas palabras para lo que viene: Asamblea Constituyente, Renuncia, Cambio, Pacto Social, Nueva Constitución, Tolerancia, Diversidad, Igualdad, Unión, Dignidad. Para mí todo eso es necesario, pero creo sin lugar a duda que este despertar de conciencia, es lo más importante y es lo que no podemos perder. Tal como dijo la poeta Alejandra Pizarnik en su poema “El Despertar”-
“Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo”. A veces despertar duele, pero los invito familia, amigos, vecinos a seguir soñando con los ojos bien abiertos, por favor no los volvamos a cerrar para volver a la normalidad dormida que nos trajo hasta acá.