Ana María del Río: 18.10; 30 pesos; 30 años: 3 hitos, un país que despierta.
El corazón del chileno se ha vuelto volcánico tal como nuestro territorio. Volcánico por la presión a que ha sido mantenido desde la vuelta a la pretendida democracia, hace treinta años. Sueldos de burla, pensiones risibles, salud enferma, educación represiva, transporte para ganado, viviendas innobles, componendas políticas, corrupción en distintos estamentos.
Por Ana María del Río, escritora*
El país más lejano del mundo, Chile, hoy está marchando. El 18 de octubre, a justo 30 días del aniversario de una Independencia, surge otra Independencia. Una independencia que sale desde adentro de la inmensa mayoría de esta república en que la justicia y la igualdad han cambiado de pelo; han pasado realmente a ser «res publica», cosa pública, cosa nostra, de todos, de cada uno de los que marchamos, los que gritamos, los que enarbolamos letreros, los que no podemos marchar, los que estamos de corazón alentando las marchas desde una silla de ruedas, desde un impedimento físico o psicológico, desde dentro de sus casas, desde el silencio, también marchamos.
Chile interpela, grita, hace sonar cacerolas. Chile entero moviéndose a cada hora de esta segunda quincena de este octubre inolvidable. Chile interpela, pregunta y la respuesta no da el ancho; no responde realmente; hay un ganar tiempo; enroque de ministros; llegan caras nuevas de menos de 47 años todas. ¿Esperanza? Tal vez. Pero no es respuesta. No basta. La pregunta de Chile es aún más grande que las respuestas que se han obtenido; la pregunta es heroica, vital, sólida, afincada en el tiempo y en el espacio; la respuesta es estratégica; jugadas para ganar tiempo; advertencias veladas acerca de que «esto tomará tiempo», etc; ¿por qué suenan a excusas de un jugador que solo busca ganar minutos y aparentemente espera a que se acabe «el gas del balón licuado» como dice Rafael G. y agrega: «pero le advertimos, presidente, que el balón está lleno».
Así es; la imagen para mí: una olla a presión; la tapa se ha ido a los cielos; ha sido un estallido de los casi 772 mil kms2 de nuestro territorio. ¿Qué ha cambiado? La presión. El corazón del chileno se ha vuelto volcánico tal como nuestro territorio. Volcánico por la presión a que ha sido mantenido desde la vuelta a la pretendida democracia, hace treinta años. Sueldos de burla, pensiones risibles, salud enferma, educación represiva, transporte para ganado, viviendas innobles, componendas políticas, corrupción en distintos estamentos. Los adjetivos borbotean, llenan el corazón y la boca y los pies de los que salen a marchar. Porque ya no más. El estallido partió de los treinta pesos de alza de las tarifas del Metro. Fue el detonante que hizo saltar esta olla a presión.
Este ya no más… este ¡basta! de Chile se conecta con la próxima conmemoración de una fecha histórica: la caída del muro de Berlín. La imagen es impresionante: la situación también. Harald Jäger, de 46 años, un oficial de la Stasi decide en 1989 oír el tiempo de su época y desobedece la orden de no abrir las barreras. Las abre y cambia la historia, la época.
En Chile hay un muro. Lo ha habido siempre. El muro de nuestro descontento. Lo bueno es que hay no solo un Harald Jäger, sino miles, millones. Nuestro Harald Jäger tiene cientos de miles de caras, de edades. Tiene el rostro de los que con la exasperación más arriba de cualquier nivel de calma, derribaron los torniquetes pagados de las pasadas del Metro. Ese derribe de los torniquetes desata la caída del muro invisible que divide nuestro país: la brecha profunda entre los que tienen todo y los que no tienen nada; la brecha profunda entre los que a diario reciben miles de oportunidades de inversión, de aumento de sus ya aumentados capitales y los que se debaten entre un cúmulo de cuotas por pagar, pensando en cómo se las van a arreglar para pagar tan solo los intereses de estas; de estos Sísifos que tienen una vida valorada casi en cero, ciegos, empujando eternamente la roca de «el sueldo no me alcanza, no me va a alcanzar nunca, aunque me saque la mugre». Es este el muro que se ha abierto hoy, que hemos abierto todos los que piensan que sí hay un muro; un muro construido de un material más nocivo, resistente y letal que el de Berlín: el muro de la injusticia, el muro de los sueldos miserables, el muro de las deudas, el muro de las pensiones indignas, el muro del transporte inhumano, el muro de las diferencias de sueldos 47/1; el muro de la corrupción, de las arregladas entre pocos y a puertas cerradas; el muro de una educación represiva, que se limita a mantener aplacados a los alumnos, de la que se saca la historia y la educación física, los dos pilares de la cultura griega; el muro de una salud indiferente, con un concepto casi metafísico del tiempo de espera que un enfermo puede esperar para que lo atiendan. En fin, un muro sólido que separa a Chile de Plaza Italia arriba y Plaza Italia abajo. Ese es el muro que todos hemos derribado, a 30 años de la echada abajo del de Berlín.
Treinta pesos que estallan y derriban un silencio de casi treinta años el día 18.10 (vean el año histórico que se forma con estos números, 1810, ¿a alguien le suena este año?) y todo esto a días del aniversario número treinta de la caída del Muro europeo. El número 30, las 3 monedas de 10 pesos que han sido pintadas por los muralistas de Chile dan la nota de esta sinfonía colectiva, imparable, cantada y contada por todos a viva voz; de este muro que ha sido y debe seguir siendo derribado para que por fin, podamos vernos las caras, las vidas, las necesidades, los deseos y los sueños.
*Autora de Óxido de Carmen y Siete días de la señora K
Que buen raciocinio, que claridad, que certeza en cada una de las palabras, me siento una chilena super representada con la forma en qe está redactado este texto. Dice el porque de mi participación en las manifestaciones.