¿La semana perdida?

La semana no se perdió, independiente de las protestas, destrucción, saqueo, incendio, ha sido un escenario interesante, un laboratorio, una constante fuente de interrogantes y más importante aún, de teorías acerca del funcionamiento de una sociedad.

Por Camilo Aranda Colón, ingeniero comercial

Sería complejo escribir sin entregar un argumento que no se haya mencionado una y otra vez en los noticiarios, especiales de prensa, entrevistas o similares. Al final lo más interesante es tratar de comprender a una masa enojada, atomizada, diferente, sin embargo, hay un factor común que quizás muchos obvian: cada persona clama por su propio bienestar. Sí, la gente también tiene un dejo de egoísmo en sus peticiones, no siendo este un elemento negativo sino que propio de un ser humano que quiere más.

Al final del día lo que la gente busca no es igualdad. La igualdad no existe. Es un concepto, pero impracticable e inalcanzable, y las sociedades lo entienden. A lo que sí se aspira es a la justicia. He aquí una distinción relevante: un ser humano puede entender que tenga menos que otro, pero tiene que racionalizar que exista una razón para ello, una razón legítima, no un elemento azaroso o que no provenga de alguna virtud o calidad especial.

Si analizamos las principales críticas reales al sistema, la mayoría, fuera de aquellas que son técnicas, es que el sistema beneficia a gente que “no lo merece”, es decir, personas que ganan o tienen no en función de sus talentos o capacidades, sino que reciben algo por otras razones. La principalmente aludida es el estrato social: individuos que por haber nacido o estar en un entorno acomodado tendrán facilidades adicionales que otros con las mismas características no tienen.

Si lo llevamos a la práctica esto significa que la sociedad desea un modelo en que tus posibilidades se condigan con tus capacidades. Hay pocos que cuestionan que alguien con más estudio gane más o alguien que tenga algún talento lo haga, de hecho, poco se habla de lo que ganan los deportistas. ¿Por qué? Simplemente porque la gente entiende que merecen eso producto de que son buenos en lo que hacen. Lo mismo con una serie de profesiones.

Muchas veces, particularmente ahora, se cuestiona el ingreso de diputados y senadores, pero no así (o no tanto) de los ministros. Esto se debe a que cuando se presentan ellos, lo primero que se señala son sus estudios. Cuando se dice: “tiene un doctorado en…”, automáticamente la gente valida que esta persona merece algo más. En cambio, cuando ve un representante del congreso, observa que no tiene tantas calificaciones y lo asimila a un ”par”, un par que trabaja menos y recibe más. Eso genera ruido. Ese ruido se manifiesta en rechazo.

Con relación al título, ¿qué se puede sacar de esta semana? ¿Existe mucho descontento acumulado? Ya se sabía. ¿Las manifestaciones terminan en destrozos? Ya ha pasado. ¿Algunas personas, cuando tienen la oportunidad, se aprovechan para su propio beneficio? Lo vimos con el terremoto. Entonces, ¿qué hay de nuevo? Nada. Simplemente confluyeron una serie de elementos fortuitos que en conjunto gatillaron un evento nuevo.

¿Qué lección se puede sacar? Que el sistema requiere validación. Muchos han pedido renuncias. ¿Y entonces la democracia? ¿Acaso no salió electo por la mayoría? Quizás, tal como el libre mercado requiere cierta regulación para evitar que el instinto humano competitivo destruya el sistema, la democracia también. ¿De qué manera? En una validación de a quién se elige, es decir, que el representante que ostenta un cargo tenga un currículum que lo haga acreedor de un privilegio. Lo mismo para cualquier funcionario del Estado. Esto no es nuevo, pero no se ha aplicado bien, o al menos de forma prolija.

Lo mismo con el sector privado. Quizás una forma de validarlo es que efectivamente haya más transparencia en quienes son los altos ejecutivos de las empresas privadas, es decir, que se justifique ante la opinión pública que tal y tal persona, fuera de haber tenido una posición privilegiada, también tenga una competencia relevante que lo haga acreedor de su estatus social y no se pueda decir que simplemente gana eso porque pertenece a tal familia.

Queda claro que la solución no es óptima, aún deja elementos inconclusos respecto a las oportunidades que cada persona tiene (que sería el siguiente punto de argumentación), pero sí establece que el mérito importa, que los privilegios tienen en parte alguna explicación (no toda) y que todos tienen oportunidades.

Un último punto: es interesante también decir que el mérito pasado tiene valor, es decir, como pregunta abierta, si alguien en función de su capacidad partió con nada, construyó un negocio y luego puso a todos sus familiares capaces o no en dicho negocio, ¿es incorrecto? Las clases sociales también se construyen, la gente no aparece mágicamente en ellas. Habrá algunas que existen desde la colonia, pero muchos llegaron ahí desplazándose desde otra. ¿Por qué no serían acreedores del legado de un familiar que tuvo habilidad?

La semana no se perdió, independiente de las protestas, destrucción, saqueo, incendio, ha sido un escenario interesante, un laboratorio, una constante fuente de interrogantes y más importante aún, de teorías acerca del funcionamiento de una sociedad.

Probablemente serán miles los artículos que se añadirán a la literatura acerca del “caso chileno”.

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El Periodista