Daniel Ramírez: La voz de las generaciones futuras

“Escuchémosla, protejámosla; las generaciones futuras ya tienen voz. Nuestra dignidad se juega en responderles”

Por Daniel Ramírez*

Hay fenómenos que se imponen por sí solos, probablemente debido al momento oportuno.

Es lo que ha ocurrido con Greta Thunberg, joven militante ecologista sueca, que desde 2018 ha lanzado las huelgas por el clima, al comienzo sola frente al parlamente sueco, luego acompañada y hoy propulsada a las cimas de la mediatización planetaria.

No es primera vez, por cierto: en la primera “Cumbre de la Tierra”, en Río en 1992, Severn Cullis-Suzuki, en esa época de 12 años, subió a la tribuna y habló a los representantes de todo el mundo en un emocionante discurso que se puede escuchar hoy, gracias a YouTube. Sabemos lo que vino después: poca cosa.

Para el filósofo, eso es ya un tema importante de reflexión. ¿Por qué tanta agitación ahora? Y, sobre todo, ¿por qué tanta agresión? Que los patrones de la globalización productivista y financiera la ignoren, que los políticos del neoliberalismo intenten denigrarla; que los medias de derecha capitalista quieran denostarla, parece lógico. Pero he visto gente de sensibilidad ecologista, incluso de izquierdas, que difunden escepticismo, malestar y dudas, cuando no teorías de la paranoia complotista del peor nivel, sin ninguna coherencia. Intentaré una respuesta.

El gran pensador sobre la ética ecológica, Hans Jonas, en un libro capital de 1979 (El principio de responsabilidad), habló de “nuestra responsabilidad ante las generaciones futuras”. En esa época, ello pareció un concepto muy abstracto y difícil de pensar: las generaciones futuras no están aún allí, no pueden defender sus derechos ni expresarse. ¿Quiénes son? Concebir esa exigencia ética, este imperativo, en los términos del filósofo: “que haya un mundo habitable en el futuro, que asegure que una vida humana tal como la conocimos (o mejor) sea posible”, fue una hazaña del pensamiento.

Cuando se leen los informes o programas políticos, en general hay una alusión al horizonte temporal de previsión para políticas ambientalistas y se habla del 2024, 2030, máximo 2050. Lo que esos discursos no consideran es que quienes hoy en día tienen 16 años estarán vivos, muy probablemente, en el 2100 y que quienes nacen ahora estarán por aquí probablemente en 2120 o más allá. Pero nadie utiliza esos horizontes de previsión.

La joven Greta dice lo mismo que los expertos mundiales del cambio climático y es muy constante en sus declaraciones: “escuchen a los científicos”. Es verdad que ha radicalizado su discurso, hasta los últimos dardos a la inercia de las élites gobernantes: “Me han robado mi juventud”, y aún más fuerte: “no perdonaremos su traición”.

Eso ha costado digerirlo. Normal: es difícil aceptar que “una adolescente” (Pero, ¿qué sabemos de su madurez interior?) venga a amonestarlos de esa manera. Greta, desde su fragilidad y su valiente sinceridad los acusa de inmadurez. Difícil de asumir para los inflados egos de las élites mundiales.
Sabemos ahora que la biodiversidad planetaria y los equilibrios del ecosistema global se desploman. La culpabilidad y la vergüenza, que Greta no tiene la más mínima intención de ahorrarles, toca a los poderosos del mundo, que debieron haber reaccionado desde hace décadas, e incomoda a los perezosos del pensamiento.

Ocurre que el difícil concepto de “las generaciones futuras” de Hans Jonas, se ha hecho real. El filósofo tenía razón en pensarlas, ahora nos corresponde oírlas. Están ahí, delante de nosotros, hablan con un rostro franco y mirada implacable, entre dos trenzas rubias, sin margen de error ni ambigüedad. Una especie de acontecimiento metafísico pone el futuro frente al presente y acusa a quienes piensan con los modelos del pasado.

Un sólo punto que se podría cuestionar: el tono catastrofista, la increpación, la amenaza, el recurso al miedo. Temo que no sea lo más eficaz.

Pero los tiempos han cambiado desde Severn Suzuki. Y tal vez, un hecho adicional sea significativo: que Greta sea de condición Asperger, grado menor de autismo, me parece que incomoda doblemente. No adorna con matices emocionales su discurso y precisa de una máxima claridad y concisión en sus comunicaciones. ¡Tanto mejor! Pero tal vez la fuerza simbólica sea otra: el autismo se caracteriza por perturbaciones en la capacidad de comunicar y en la percepción del otro. ¿No será nuestra época misma, nuestra cultura, que idolatra las comunicaciones y la conectividad, una época autista? Difícil percepción del otro (los seres vivos no humanos), poco respeto por el otro humano (culturas indígenas), sin oídos para las sabidurías ancestrales ni atención para la armonía de los ecosistemas.

Que sea una joven Asperger quien logra finalmente comunicarnos el mensaje que más urge, el que importa por encima de todo oír, escuchar, comprender y asumir, es una poderosa ironía. Tal vez una suerte, una “astucia de la razón”, aquella que actúa en la historia de manera subterránea (como pensaba Hegel), un don del destino. Sólo ella puede dirigirse a una cultura global alienada, cobarde y dirigida por hipócritas. Escuchémosla, protejámosla; las generaciones futuras ya tienen voz. Nuestra dignidad se juega en responderles.

*Doctor en Filosofía (La Sorbona)

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