Chile: crónica de un fracaso anunciado
El estallido social no es una causa -no caemos en esa trama- es un efecto y este se construyó con base en la mala voluntad, la burla constante y el total abandono de deberes de una clase política que busca escudarse en la ignorancia.
Por Miguel M. Reyes Almarza*
Cuando en los 70’s América Latina en su conjunto pasó a ser un experimento social de la escuela de Chicago, la letra chica del accionar de las dictaduras militares -aquella que no pudimos leer con claridad producto de la violencia desmedida que protegía el cambio paradigmático- avisaba claramente la destrucción de la clase media y la marginalización de la que alguna vez fue llamada pobreza digna. Y es que si algo tenía el ‘gran modelo’ era que la prosperidad de los grupos de privilegio era directamente proporcional a la destrucción del Estado democrático, la civilidad y la vida en condiciones humanas básicas.
Cuarenta y tantos años después y luego de una larga e ignominiosa crónica de abusos y nula empatía con aquellos que vivían en las orillas de la burbuja del crecimiento sin acceso a sus beneficios nos encontramos con el primer estallido social importante del siglo XXI, muy temprano para darle un nombre y etiquetarlo para la posteridad, si hay algún gesto que merezca ser revisado como gestor de un cambio radical al statu quo es precisamente este, un país completo volcado a las calles exigiendo justicia social, exigiendo dignidad y por sobre todo un futuro equitativo.
Es claro que el discurso de los grandes generadores de sentido -medios clásicos, partidos políticos, grupos de influencia económica y religiosa- que nos imponía asumir la corrupción política y las divisiones de clases como algo imposible de doblegar perdió todo sustento en el momento que la ira, producto de los abusos sistemáticos, se hizo presente en la ciudad. La gente, sí, la gente común y corriente, sin liderazgos verticales, carentes de politiquerías y al fin sacudiéndose del odio binario sobre el cual fueron instruidos, en un gesto sin precedentes comenzó a reconocerse y a consolidar en una sola voz aquello que les había sido negado históricamente: Respeto.
El catálogo de burlas dirigidas a las clases trabajadoras ha sido interminable, para la crónica exacta habrá que recordar a fuego aquellos dichos llenos de desprecio y sorna ejecutados por quienes juraron trabajar para ellos no entendiendo que “ellos” eran los ciudadanos y no sí mismos. Abriendo los fuegos con lo que luego pasó a ser una costumbre del poder Ejecutivo resuenan vacías de realidad las palabras de Cristian Monckeberg, ministro de Vivienda asegurando, en una audiencia de la comisión de Vivienda y Urbanismo en diciembre del año pasado, que los chilenos en su gran mayoría son propietarios y tienen al menos “la casita, dos departamentos” situación a todas luces delirante y que más tarde fuera refutada por el estudio de la Cámara Chilena de la Construcción que arrojó fehacientemente que el sueño de adquirir la vivienda propia en Chile sería “severamente no alcanzable” para un ciudadano promedio. Como muestra, las familias deberían ostentar un sueldo promedio de $913 mil en condiciones donde según estadísticas del INE: La mitad de los trabajadores en Chile recibe un sueldo igual o inferior a $400 mil al mes ¿Maldad o torpeza?
La que más resuena hoy y que quizás se convertirá a la postre en la gota que rebalsa el vaso de la mala voluntad de un sistema completo es la frase del ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine -va con nombres completos para que nadie olvide que personas así no merecen estar sirviéndose del servicio público- quien ante el alza indiscriminada del transporte público -el más caro de la región alcanzando 1 dólar con 20- llama a “madrugar para ser ayudado con una tarifa más baja”, es decir, aquel trabajador o estudiante que se levanta a las 5 de la mañana -o antes- para llegar a su lugar de destino deberá prácticamente olvidar descansar para recibir su premio. Sobre lo mismo, el ministro de Economía Felipe Larraín nos da ‘el dato’ para ponernos románticos e ir a comprar flores ya que “en este mes, las flores han caído un 3,6%”. No contento con eso, el titular de la cartera de Economía preocupado por la guerra de aranceles entre China y EE.UU. que eventualmente afectaría el valor del cobre, nos invita a rezar “para que se solucione la guerra comercial”. Interesante considerando que es un gobierno de expertos empresarios y que su praxis, legitimada en las mejores universidades de Chile y el mundo, ante el primer problema que requiere el consejo del experto, reducen todo a una cuestión de fe.
Pero hay más, Luis Castillo, subsecretario de Redes Asistenciales, saliendo del paso de las largas horas de espera en la salud pública -una de las tantas promesas incumplidas por el gobierno-remata sonriente “Los pacientes siempre quieren ir temprano a un consultorio, algunos de ellos, porque no solamente van a ver al médico, sino que es un elemento social, de reunión social”. De seguro las personas mayores de edad y vulnerables, para quienes deben estar disponibles estos servicios van a divertirse en la fila a altas horas de la madrugada y de allí coordinar bingos para jugar a la lotería y de paso poder pagar una enfermedad catastrófica, todo por el placer de la grata conversación y el juego. Luego, y en relación al proyecto de ley de las “40 horas”, los empresarios aterrados que no separan permanencia con productividad y menos la incidencia en las licencias médicas por estrés y otras patologías asociadas a la feroz carga laboral blindan al ministro del Trabajo, Nicolás Monckeberg quien desplaza la realidad con su tóxico sentido del humor aclarando que bajo el supuesto de reducir las horas de trabajo “Chile podría verse impedido de jugar una Copa América, porque va a exceder las horas que se están planteando”. El fútbol, opio del pueblo y pasión de multitudes como estrategia para evadir el centro de la discusión que es el trabajador y su integridad, se convierte en una terrible falacia de espantapájaros. Sin embargo, propone algo a todas luces genial para no perder el tiempo a la hora de más alta afluencia de vehículos: “Si un trabajador en vez de las 9 de la mañana llega a las 7.30, se va a demorar 20 minutos a la pega y va a llegar a su casa por lo menos una hora y media antes, porque no se va a ir a la hora del taco” de esa forma disfrutará de su familia, aunque no alcance a dormir nada.
Podemos entender cierta estrechez de mente potenciada por una vida en condiciones de privilegio, no obstante, es imposible aceptar que como servidores públicos estén ajenos a la realidad, eso es una contradicción del todo impresentable. Declarado el movimiento y bajo una ciudad colapsada y en llamas, Sebastián Piñera, presidente de la República, cenaba tranquilamente en una pizzería celebrando un cumpleaños familiar, más tarde decretaría estado de excepción sin sopesar siquiera las causas de la movilización y para colmo en un gesto de fuerza totalmente alejado de la civilidad se declara toque de queda, en democracia, cuando todavía este país no alcanzaba a sacudirse de la violencia de la dictadura, toque de queda, restricción total entre las 19 y las 6 am. “Estamos en una guerra” dijo más tarde el mandatario y nuevamente la estrategia del terror, aprendida en los tiempos más tristes de nuestra nación se apoderó de las personas. Noticiarios profesionales del encuadre mostrando solo vandalismo, una y otra vez casi en cadena nacional. Desfiles de ministros y militares ante los micrófonos del privilegio que no hacen más que proselitismo y no ofrecen información útil para quienes esperan continuar con sus vidas dejándolos a merced de la satanización del movimiento y potenciando en parte estallidos de violencia superior.
¿Qué pasó entonces? ¿Cómo llegamos esto? Definitivamente el modelo liberal chileno fracasó, no hoy, hace mucho tiempo y explota hoy no solo por las diferencias horribles en el reparto de las riquezas sino por la escasa voluntad, la nula empatía para con los demás, la burla intermitente y solapada de aquellos que conforman la clase dirigente. No se puede gobernar si no se respeta a los gobernados.
Para rubricar esta crónica infame es bueno tener en cuenta que el Think Tank «Horizontal» ligado a Evópoli -partido de gobierno- incluye en sus propuestas para la reforma de pensiones -esas que promedian muy por debajo del sueldo mínimo- una idea que al menos a ellos les parece digna de considerar y es que, en palabras de su director ejecutivo, Sebastián Izquierdo, una forma de aumentar las pensiones sería que la gente «por ejemplo, al ir al supermercado, dejara el vuelto para la pensión».
El estallido social no es una causa -no caemos en esa trama- es un efecto y este se construyó con base en la mala voluntad, la burla constante y el total abandono de deberes de una clase política que busca escudarse en la ignorancia y que sin embargo nunca consideró a los otros como legítimos en la relación. Asustaron a los más vulnerables con el fantasma de “Chilezuela” y aquí estamos haciendo filas para comprar elementos básicos, con la movilidad restringida y la inseguridad por las nubes. Sin respeto -más allá de los vacíos y altisonantes discursos de unidad- no hay sociedad que pueda denominarse a sí mismo exitosa, mucho menos feliz. Ante la total ausencia de gobernabilidad un nuevo pacto es urgente.
*Periodista e investigador en pensamiento crítico.